Pocas actividades delictivas han soportado mejor la pandemia que el narcotráfico, un negocio millonario que no ha dejado de ofrecer actividad en las costas andaluzas ni durante los meses más duros del confinamiento. Desde que la crisis sanitaria se desatara en marzo, los datos de criminalidad han registrado en la provincia de Málaga descensos históricos en prácticamente todas las infracciones penales, pero el tráfico de drogas fue la que menos bajó durante el segundo trimestre y la única que aumentó en el tercero junto a las agresiones sexuales y las tentativas de homicidios, según los balances de criminalidad del Ministerio del Interior.

Esta situación ha sido especialmente visible en las costas. Los traficantes dejaron claro desde el principio que la Covid-19 no iba con ellos y no han cesado en su empeño de introducir hachís de Marruecos por cualquier punto del litoral andaluz y a cualquier hora del día, como ha quedado acreditado en numerosos vídeos grabados por bañistas y ciudadanos que asistían atónitos a los desembarcos de fardos, sobre todo en la Costa del Sol Occidental.

La presión policial en la zona del Estrecho les ha obligado tomar más riesgos. Las organizaciones han ampliado unas rutas que tradicionalmente se limitaban al Campo de Gibraltar y ahora llegan a cualquier punto de la costa malagueña y granadina, donde además de alijos buscan consolidar una infraestructura. Un claro ejemplo de esa expansión fue la operación Jarto con la que la Guardia Civil desarticuló un narcoembarcadero junto a la playa de Almayate, en Vélez-Málaga, desde donde las organizaciones botaban sus narcolanchas.

El 2020 también ha dejado grandes operaciones contra el tráfico de cocaína, como la realizada en abril en Marbella por la Policía Nacional con un balance de cinco detenidos y una tonelada y media de droga intervenida cuyo destino era proveer a grandes narcos de la Costa del Sol. Una de las grandes sorpresas, sin embargo, llegó en septiembre. Una espectacular operación de la Policía Nacional contra el tráfico de hachís que llegaba a Europa en lujosos veleros fletados en Canarias también reveló que las organizaciones ya han invertido la ruta de la cocaína para trasladar por vía marítima hachís a Sudamérica, donde la gran demanda hace que incluso se intercambie por polvo blanco.

Afortunadamente, los crímenes vinculados al narcotráfico han descendido notablemente respecto al año pasado, cuando una oleada de ajustes de cuentas en la Costa del Sol puso en jaque a las autoridades. Aun así, se han producido algunos episodios graves como el asesinato de Milos Perunicic, un ciudadano montenegrino que fue ejecutado a tiros en junio en el centro de Marbella a plena luz del día, y otros incidentes similares cuyos protagonistas corrieron más suerte y acabaron con vida en el hospital.

Más allá del narcotráfico, los sucesos también dejaron tragedias como la muerte de Mario Zumaquero, el ciclista que fue arrollado en la A-7 a su paso por Estepona por un conductor que se dio a la fuga y se entregó una semana después tras regresar de Países Bajos.

A principios de febrero, uno de los muchos incidentes con armas de fuego que en los últimos meses se habían hecho habituales en la zona de la Palma-Palmilla terminó en desgracia. Mateo, un jubilado de 74 años, falleció en el acto cuando se asomó a la ventana de su casa atraído por los disparos que dos clanes del barrio se realizaban de forma intimidatoria. La bala perdida de un subfusil le alcanzó en el tórax. La Policía Nacional detuvo a media docena de personas.