El mundo de los ordenadores

Llevo varios años peleándome con los ordenadores. Cuando me empiezo a manejar con ellos me lo cambian por otro que es 'el no va más', pero el último borró siete páginas de estas 'Memorias de Málaga'. Sueño con la vieja Olivetti

Edición de Gamepolis 2018, en el Palacio de Ferias de Málaga.

Edición de Gamepolis 2018, en el Palacio de Ferias de Málaga. / arciniega

Guillermo Jiménez Smerdou

Llevo varios años peleándome no con el mundo mundial sino con el de los ordenadores. Cuando me explicaron el funcionamiento y posibilidades del gran invento y aprendí lo elemental (sustituir la máquina de escribir de toda la vida por el teclado que acompaña al nuevo aparato), uno de mis hijos me obsequió con uno más moderno porque cada día surgen otros con más funciones y aplicaciones. Tuve que adaptarme al nuevo modelo, y cuando empecé a medio manejarme, me lo cambiaron por otro, y así hasta el último grito, el no va más de los ordenadores. Lo malo de cambiar cada tres o cuatro años de ordenador es que cada vez tengo que estudiar de nuevo su funcionamiento. Me dicen que es igual, pero ´más mejor' -lo de más mejor quizá no sea correcto, pero para los malagueños la utilización de los dos adverbios juntos sirve para reforzar algo que nos llama la atención. Más mejor, imposible. Pero el ´más mejor' del nuevo cacharro fue a más peor, porque después de escribir dos capítulos de Memorias de Málaga e iniciar un tercero ¡zas!, se borraron las siete páginas escritas. Y no hubo manera de recuperarlas hasta el punto de cabrearme y mandarlo a la mierda -esta expresión no es solo malagueña porque los franceses la utilizan frecuentemente, aunque en su idioma: ´merde'-.

El lenguaje de los ordenadores, internet, los móviles, las calculadoras... para las personas que aprendimos la tabla de multiplicar del siete cantándola a coro, memorizando la lista de los reyes godos e incluso recitando en latín el florilegio latino, los ríos de España, los cabos, golfos, cordilleras y otras materias que ahora se enseñan de otra manera, si es que se enseñan, el galimatías de las nuevas técnicas nos cuesta mucho trabajo, al menos a mí, que aprendí, y olvidé después, la liturgia, la ética y otras asignaturas obligatorias, como la gimnasia sueca a cargo de un sacerdote o un hermano.

Con el tiempo he ido asimilando, dentro de mis limitadas posibilidades por razones de edad, algunas palabras, palabrejas, anglicismos, galicismos... que la vida moderna nos impone.

Una de las incógnitas que me costó trabajo asimilar fue cuando alguien me facilitó su correo electrónico. Me lo recitó de memoria. Primero me dio su nombre y apellidos, con la advertencia de que tenía que escribirlos en minúscula y todas las palabras juntas sin separación y que entre el nombre y apellidos no hubiera separación alguna. Todo seguido, me lo remachó. Después del nombre, arrobaGmail.com.

Ya me pareció al principio que algo iba mal, porque lo correcto es que las iniciales del nombre y apellidos se escribieran en mayúscula, y que entre los dos hubiera separación. Pero vamos, lo acepté aunque iba contra mis conocimientos gramaticales.

La segunda sorpresa fue lo de arroba. Pensé ¿y qué tiene que ver una arroba de vino o de aceite con su nombre y apellidos? Entonces me aclaró (pensaría que yo era un zopenco) que arroba no es una medida de líquidos, sino un signo que se utiliza en la composición del nombre de un correo electrónico. Y me lo dibujó: @.

Lo miré atentamente y se me antojó algo así como una A con coleta o coletilla. Para mi vocabulario particular @ es eso, una A con coleta.

Lo del Gmail no sé lo que es, y lo del ´.com' menos todavía.

Tecleando en busca de no sé qué me apareció la extraña y desconocida palabra ´chat'; como supuse que era una palabra inglesa me fui al diccionario inglés y localicé su traducción: charla. Y como en lugar de hachís me drogo con el RAE (diccionario de la Real Academia Española) para ampliar mi cultura, busqué la palabra chat y ¡oh! sorpresa. El chat y el chateo están incorporados a nuestro diccionario. Total, que desde ahora, en lugar de charlar con los amigos, chatearé. Pero menos.

En ese tecleo o zapeo con el reluciente teclado con ratón incluido (no el ratón de toda la vida que tanto asusta, sino con el pequeño aparato manual conectado a una computadora u ordenador, cuya función es mover el cursor en la pantalla para dar órdenes), me encontré con una palabra muy utilizada en el mundo de la mar: navegar. Pues navegar ya no es viajar en barco por las islas griegas y los fiordos noruegos, viajes en fase destructiva por culpa del cambio climático; navegar, ahora, es «desplazarse a través de una red o de un sistema informático».

A mí me gusta más navegar en un crucero por las islas del Mediterráneo, donde me den todo frito y cocido, aunque el coronavirus se ha cargado las delicias de navegar -lo que sido siempre navegar y no ahora que es mandar mensajitos, chorraditas e historias de lo que ganan los políticos, los asesores y de lo que nos espera en los próximo cinco años cuando tengamos que pagar todos los préstamos que triunfalmente nos han concedido por lo bueno y serios que somos, o por no haber gastado en sanidad el mínimo exigible para hacer frente a una epidemia convertida por sus alarmantes consecuencias en pandemia, que es algo más gordo que epidemia.

De vez en cuando rebusco en el ordenador palabras y mensajes que me llevan a la conclusión de que mi tiempo de aprender ya pasó. ¿Cómo voy a convivir con palabrejas como smrtntky, que al pulsar un tecla seguramente por error o ignorancia aparezca en la pantalla un texto con el misterioso mensaje: «Le damos la bienvenida a no sé qué Micr. Use Bing». Corto inmediatamente porque ignoro qué broma o timo encierra la bienvenida.

Uno de esos días de cabreo por no hallarme en el mundo de los inventos («hallarse en» es una frase en desuso) pensé en mandar a paseo al ordenador, la pantalla, el teclado, incluidos el ratón y la arroba y volver a mis principios, o sea, a la máquina de escribir de toda la vida. Nada más que tres están en el trastero de mi casa.

Las recuerdo como herramientas imprescindibles para el desempeño de mi carrera. Protegidas por sus tapas o hules para una buena conservación, duermen, creo, el sueño de la eternidad. Acabarán en un chatarrero o en manos de un coleccionista, o si se prolongan en el tiempo, en un museo arqueológico.

Sueño con la vieja Olivetti, con la portátil que me acompañó en viajes y desplazamientos por su levedad y en la eléctrica que me regaló mi mujer en una Navidad o cumpleaños. Le costó un montón, no conseguí manejarla como la portátil y además se escacharró y no mandé a repararla. Cuando pensaba volver a los viejos trastos supe que es imposible volver a su uso porque en España ya no se fabrican cintas para máquinas de escribir, y que el único país donde se fabrican es la India. Me coge un poco lejos.