La vida moderna Merma

La torre sin altura

Se ha desarrollado un proyecto urbanístico privado sin el más mínimo consenso. Sin un concurso. Sin el más mínimo aperturismo y con visos de fracasar

La torre sin altura

La torre sin altura

Gonzalo León

Parece que se acerca, o eso dicen, el momento en el que la supuesta normalidad vuelva a acompañarnos de manera progresiva. Todos los indicadores serios apuntan a que en la segunda mitad del año veintiuno nuestra situación social y las fórmulas para recuperar los hábitos se reactivarán. La vacuna es la clave y en ese sentido Andalucía parece estar haciéndolo bien, o al menos mejor, en relación al resto de comunidades autónomas de nuestro país.

Málaga tiene asumido como sistema de vida y subsistencia el aparato turístico. Es modelo de gestión y motor de salvación para nuestra tierra. Y no es mala idea. La fórmula suele funcionar sin problema salvo cuando hay pandemias mundiales. Y todo apunta, o al menos eso esperamos, a que no nos vuelva a pillar otra en los días que nos resten de vida. Es por eso que estamos ansiosos por volver a recuperar esa normalidad que abra nuevamente los canales de riego turístico para que florezca la flora y fauna en nuestras carteras de una manera u otras. Hace falta y nuestra ciudad vive por y para ellos.

Es cierto, igualmente, que hemos podido comprobar cómo los propios malagueños están reconquistando poco a poco su ciudad en estos últimos meses, descubriendo espacios antes inhóspitos o simplemente cubriendo las vacantes que hasta marzo ocupaban los guiris.

La cosa va mal, pero se puede sobrevivir si el modelo se actualiza y los ERTES se resuelven de manera óptima para los empresarios. Aún así, con toda la pena y el dolor, sigue siendo muy difícil encontrar una reserva en uno de los restaurantes top de la ciudad un fin de semana. Claro está, que antes, cuando el malagueño estaba en su casa un día laborable, el extranjero calentaba la silla del negocio, haciendo que la gallina pusiera huevos de oro, platino y uranio.

Llegados a este punto, es evidente que los grandes hosteleros de la ciudad están actualizando el plan. Gestionando de otra manera los negocios y sosteniendo el sistema de la mejor manera posible.

Lo Güeno, El Pimpi o La Cosmopolita, por poner algunos ejemplos, son casas que siguen abiertas pues les avala un trabajo serio previo y un ofrecimiento al público de un producto honesto y con pocas fisuras. De ahí que sigan abiertos.

Cuestión diferente será la de esos negocios extraños que eran meras barras de alcance para el turista facilón que convertían nuestro centro en un circo grotesco a los que faltaban únicamente unas charangas para amenizar el dispendio cateto. ¿Volverán? Nadie lo sabe, pero ojalá que no. Y la ciudad sostenga el futuro solamente con la gente honesta que verdaderamente genera riqueza.

Y por eso hay que proyectar el futuro de la ciudad. Y en ella está agendado el pirulo que quieren levantar en el puerto. Y las dudas que genera son bastante más altas que él.

La torre del puerto, el rascacielos marítimo o el hotel de superlujo -según cómo se quiera llamar- es a día de hoy el proyecto más importante al que se enfrenta Málaga. Un asunto que, según las versiones, puede ser una pesadilla o una salvación para nuestra ciudad.

Para quien no lo sepa, nuestra querida tierra, tiene en su capital una carencia de hoteles de lujo. Aquí, hasta hace poco, lo potente era el Hotel Málaga Palacio. Tras la construcción del Miramar, comenzamos a tener algo con potencia como para atraer a publico con dinero que no se quede encerrado en Marbella -como es lógico y natural- en busca de espacios donde compartir sus vacaciones con otros potentados.

Solamente has de consultar a cualquier hostelero de la ciudad para saber el impacto que tiene según qué turistas en la ciudad pues no es lo mismo, ni de lejos, que acudan a almorzar, comprar un libro o visitar museos un matrimonio alojado en un apartamento turístico por La Goleta a dos euros el año que una familia con dinero que se aloje en buenos establecimientos y deje dinero en la ciudad. Es el mercado, amigo. Y al final ese dinero repercute en la mayoría de manera directa o indirecta. En el abogado, el publicista, la peluquera o el abastecedor de frutas y verduras.

Por eso es fundamental trabajar para que Málaga no se convierta en un Torremolinos grande -con todo el respeto a Torroles- y sí en una Barcelona solvente, potente y cultural, manteniendo sus tradiciones y sellos caracteristicos -con todas las reservas hacia Barna-.

Y es ahí donde reside el quid de esta cuestión. En saber si realmente el palitroque del puerto nos va a traer esa ansiada riqueza o por el contrario se va a convertir en un parche con poco aliciente que acabará con toallas colgadas de las terrazas y habitaciones dobles a ciento cincuenta euros en Booking. Pero el arancel a pagar para averiguarlo es francamente caro. Por el camino quedará desarrollar un proyecto serio y abierto en el que todas las partes participen. Y es que se ha desarrollado un proyecto urbanístico privado sin el más mínimo consenso. Sin un concurso. Sin el más mínimo aperturismo y con visos de fracasar. Pero lo más grave es que se trata de nuestra imagen. De la impronta de la ciudad modificada para siempre. Porque no es la Torre Pelli de Sevilla en un rincón de la ciudad. Es un palo, recortado ahora en ocho plantas, en todo el centro de la ciudad. Cambiará para siempre la visual de Gibralfaro. Desaparecerá la postal icónica. La Farola tendrá para siempre la sombra del cristal y el acero -cosa ya más vista y trillada que El Titanic- y todo para que una gente de Qatar invierta y gane dinero. ¿Merece la pena este asunto? No lo tengo nada claro. Pero lo que sí es seguro es que aquello no parece encontrarse en su mejor momento. El Dique de Levante tiene serios problemas según apuntan diversos estudios y el hormigón no está soportando como debería la situación. ¿Van a meter en ese estado un blocaco en esa cuarta de terreno?

Algo raro esconde. Pero por el camino queda Málaga en vilo, su gente preocupada y el escenario a punto de llenarse de cosas que nadie sabe qué depararán. Estoy tan seguro de que se construirá la torre del puerto como de que nadie sabe si merecerá la pena.

Pero nuestro litoral quedará tatuado para siempre. Y si sale mal, marcharán. Y nosotros, como siempre, nos comeremos la tostá. En definitiva, una torre sin altura para nuestra ciudad.

Viva Málaga.