La calle a tragos

Todo nos parece histórico

A este paso, no habrá árboles en el mundo para obtener el papel necesario que demanda la lluvia de acontecimientos con la que convivimos. Una editorial de libros de Historia será un buen negocio

Cristóbal G. Montilla

Cristóbal G. Montilla

De repente, todo nos parece histórico. Hasta muchas cosas que no lo son. Como tantas veces ha sucedido con el sustantivo ´amor', vamos a romper este adjetivo de tanto usarlo. Puede incluso que, como se acostumbra a decir sobre el enamoramiento, la historia esté en el aire.

En cuestión de pocos días, hemos asistido a una peligrosa fiesta de disfraces en el epicentro estadounidense del Capitolio que -por supuesto- es histórica. A una nevada bautizada como Filomena que también lo es porque ha convertido en una estación de esquí el kilómetro cero patrio. Y a una ausencia del mismo color blanco en ciertos supermercados, que engrosará en ese capítulo de la historia que estará dedicado a la misteriosa demanda masiva de papel higiénico en las rampas más duras de la pandemia del coronavirus.

A este paso, tampoco habrá árboles en el mundo para obtener el papel necesario que demanda la lluvia de acontecimientos con la que convivimos. Una editorial de libros de Historia será un buen negocio. Una actividad económica a la que aferrarse siguiendo una nueva moda humana que, en poco tiempo, esquilmará como de costumbre a la enésima gallina de los huevos de oro.

Por desgracia, tenemos antecedentes cercanos sobre la vida, milagro y fracaso de otras iniciativas que afloraron de forma casi tan prolífica como la arena en la orilla de una playa. Recordarlos nos lleva a otras épocas en las que estuvimos en crisis hasta cuando nos seguían haciendo ver que éramos unos privilegiados predestinados a invertir en tiempos de bonanza.

¿Adónde estarán ahora aquellas inmobiliarias que parecían setas, las tiendas de ´compro oro' que trascendieron a su hábitat de la malagueña calle Carretería o la tabla de multiplicar de los trasteros?

De aquel calor, como de tantos otros, nos llegó el frío. La vida se heló como el corazón de un coche cuando deambula encomendado a las cadenas por un tapiz blanco. El termostato de la existencia empezaba a templarse pero, sin avisar, apareció el virus.