Crónicas de la ciudad

Acostumbrarse a la indigestión urbanística

Los malagueños hemos terminado por aceptar, qué remedio, el edificio de La Equitativa pero habría sido mejor para la ciudad restaurar el palacio de los Larios

El edificio de La Equitativa es un buen ejemplo. Ha terminando siendo uno de los símbolos más recordados de Málaga pero mucho más simbólico habría sido restaurar, tras la Guerra Civil, el palacio de los Larios en ese mismo solar

El edificio de La Equitativa es un buen ejemplo. Ha terminando siendo uno de los símbolos más recordados de Málaga pero mucho más simbólico habría sido restaurar, tras la Guerra Civil, el palacio de los Larios en ese mismo solar / Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Al igual que en toda discusión política española subida de tono llega un momento en el que aparece el nombre de Franco; a la hora de hablar de la arquitectura moderna y sus aspectos más polémicos es de obligado cumplimiento mencionar la Torre Eiffel, como paradigma de la modernidad mal recibida en su momento pero transformada hoy en el principal símbolo de la capital francesa.

En un reciente libro sobre el imaginario español en las exposiciones universales del XIX, editado magníficamente por Cátedra, Manuel Viera resume muy bien esta controversia que, en nuestros días, ha hecho posible que la estructura de Gustave Eiffel no sólo sea un hito arquitectónico, también un ‘hito argumental’.

Lástima que la torre parisina nada tenga que ver con la eufemística ‘torre’ del puerto, un rascacielos como un piano que no será símbolo de exposición internacional alguna sino más bien de la codicia y pericia publicitaria de sus promotores.

Porque si políticos con más sensibilidad no lo remedian, este emblema del urbanismo de antaño será la puerta de entrada a la Málaga monumental para los restos. Y como ha demostrado el estudio de impacto visual de la UMA -no así el vídeo promocional del portento- nos dejará unas vistas todavía más desgraciadas de la ciudad desde el Mirador de Gibralfaro, el sitio en el que malagueños y visitantes comprobarán en sus carnes que un objeto tan alto en un lugar tan inadecuado no sólo será visible para los cruceristas que lleguen desde el mar.

Un argumento de los defensores del rascacielos es que los malagueños nos terminamos acostumbrando a todo. Y en eso tienen toda la razón. Málaga, como Atenas, es un indigesto gazpacho urbanístico de bloques y alturas repartidas al azar con el que, qué remedio, hemos ido tragando. Incluso hicimos nuestro el pasable edificio de La Equitativa, bautizado en su día como ‘la gallina Caponata’, por el remate de esos tres huevos en un intento por dotar de originalidad el gran error de no haber restaurado tras la Guerra Civil a su antecesor, el palacio de los Larios.

Además de con La Equitativa, en esta ciudad hemos tragado con el Málaga-Palacio y lo haremos con el hotelazo de Moneo; hemos permitido que se levantara La Malagueta y que no saliera adelante un barrio turístico de casas bajas; ya ni nos asombramos del edificio ilegal de Gibralfaro ni del bloque de nueve plantas de la Alameda. ¿Y por qué no tragar entonces con una ‘torre Eiffel catarí’? Pues porque frente a tanta indigestión, dieta saludable de paisaje con Farola.