Crónicas de la ciudad

Batracios en la histórica coracha terrestre

Continúa la pertinaz labor de acoso pictórico a la coracha terrestre, el pasillo amurallado entre la Alcazaba y Gibralfaro, cada vez con más pintadas

Detalle de algunas pintadas en la coracha terrestre, hace unos días.

Detalle de algunas pintadas en la coracha terrestre, hace unos días. / Javier Lerena

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Por las inasibles redes sociales circula una fotografía de la Málaga del XIX desde el Castillo de Gibralfaro, con un puerto plagado de barcos de vela de los que durante siglos poblaron los mares, además de las novelas de Conrad y Stevenson.

Pero lo más llamativo no son esas aguas de otra época, sino la plataforma que, en una esquinita, asoma en la coracha terrestre, el pasillo amurallado que une la Alcazaba y Gibralfaro, monte arriba.

En esa modesta plataforma están dispuestos unos cuantos cañones, en absoluto intimidatorios. Da la impresión de que lo más que pueden expeler son salvas de ordenanza y en cualquier caso evidencian que las vetustas defensas de la ciudad estaban dando el canto del cisne. Como alguna vez hemos comentado en esta crónica, hace más de una década que la Asociación Cultural Zegrí defiende que se abra el público la coracha terrestre, para evitar a los visitantes el tener que dar un largo rodeo si quieren visitar los dos monumentos comunica.

Y al igual que los turistas de Gibralfaro pasean por sus murallas, se podría hacer lo mismo con esta vía directa entre la Alcazaba y el Castillo, siempre con las medidas de seguridad y conservación adecuadas, empezando por esta plataforma para cañones que proviene de los tiempos de la fugaz invasión francesa de Málaga.

La coracha terrestre es una vieja conocida de esta sección por las arremetidas vándalas que de forma cíclica recibe por parte de batracios con espray. Porque hay que tener la capacidad de raciocinio de una rana para tomar semejante instrumento y utilizar como ‘lienzo’ esta construcción de la Málaga musulmana.

Y sin embargo, aprendices de anfibios no cejan en el ritual de ensuciar el monumento, aprovechando que es un lugar destinado al bebercio clandestino. Hablamos de las primeras estribaciones del Monte Gibralfaro, en la subida por Mundo Nuevo. Un sitio tradicional para dar rienda suelta al consumo de alcohol y a las pintadas más palurdas.

¿Cómo poner freno a esta práctica que incluye desde las firmas de los vándalos hasta dibujos de elefantes y rostros humanos? En primer lugar, proporcionando ‘educación general básica’ a nuestros desorientados batracios, para que las ranas de hoy pronto se conviertan en príncipes o princesas de su destino.

En segundo lugar, no dejando que los años pasen y evitar así que estos lienzos recuerden un vagón abandonado de la Renfe. El que no sea zona de paso de cargos públicos no es excusa para que no tengan un aspecto digno todo el año.