Crónicas de la Ciudad

La sujeción de una histórica farola victoriana

La farola que desde hace seis décadas acompaña a la iglesia de San Lázaro necesita un repaso, tras el paso de varias generaciones de perros

Detalle de la farola, en la actualidad.

Detalle de la farola, en la actualidad. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

«Si llegáramos a Málaga en un atardecer por el llamado comúnmente Camino de los Montes, entrada la más pintoresca y bella de la ciudad (...) veríamos cómo se iban encendiendo, rápidamente y por zonas, innumerables puntos de luz que envuelven a la población en un espléndido ambiente luminoso, destacando con luces doradas su principales monumentos».

La cita forma parte de la gruesa memoria fotográfica enviada en 1964 al Ministerio de Información y Turismo de Manuel Fraga, con la que la ciudad de Málaga se hizo con la primera edición del Premio Nacional de Turismo para Municipios.

En esta memoria, de la que La Opinión publicó un amplio reportaje hace justo un año, se resumía el importante cambio de la ciudad durante el mandato del alcalde García Grana, quien poco después cedería su puesto a Rafael Betés.

Entre lo más novedoso destacó la nueva iluminación de barrios y monumentos, un simbólico portazo a las estrecheces de la posguerra que se prolongaron hasta bien entrada la década de los 50.

En muchos puntos de la ciudad se instalaron farolas de forja artística, como en Carranque, el entorno de la Alcazaba, la plaza de Bailén o el perchelero (que no trinitario) Llano de La Trinidad.

Como es lógico, el paso del tiempo ha jubilado muchas de ellas pero todavía quedan unas pocas que permanecen entre nosotros y se han convertido ya en una suerte de mobiliario histórico.

Una de las que sobrevive hace compañía a la preciosa iglesia de San Lázaro en La Victoria y es posible que viniera de la mano, a comienzos de los años 60, con la reforma del vecino jardín de los Monos, que desterró a los controvertidos animales y trajo las esculturas de la Maternidad y las de los niños de Marino Amaya, que todavía se conservan.

En todo caso, es del mismo tipo que otras de la época, con un artístico pie que refuerza la sujeción de la farola.

Si se acercan a este mobiliario urbano de hace 60 años verán que el paso del tiempo no ha perdonado pero especialmente el paso de los perros. Porque han tenido que ser varias generaciones de estos animales los que, con puntualidad británica, han ido marcando en ella, día tras día, su territorio.

Y como es una farola y no un árbol frondoso, el pie está completamente carcomido por eso que los niños cantaban con sorna ante una derrota futbolera: ‘la copa del meao’.

Hoy, son las artísticas ‘volutas’ las que parecen sujetar esta veterana farola, necesitada de un repasito para reforzarla.