Crónicas de la ciudad

Los jardines del endeudado inglés en El Cónsul

Los jardines de la desaparecida hacienda de El Cónsul, que dio nombre al barrio, son el único vestigio de esta centenaria finca de un cónsul inglés henchido de deudas

La pérgola y el ficus del desaparecido cortijo de El Cónsul, que dio nombre al barrio.

La pérgola y el ficus del desaparecido cortijo de El Cónsul, que dio nombre al barrio. / A. V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Cantaba Rosa León eso de que «todo está en los libros». Pese al imparable avance de la reflexión digital en forma de párrafo corto o precisamente por eso, la cantautora no andaba descaminada.

Y así, en una de sus monografías, el historiador Manuel Muñoz bucea en el pasado de la finca de La Cónsula, unas tierras de los frailes de Santo Domingo que ya en el mismo siglo XVI pasaron a manos de un matrimonio, entre cuyos descendientes, por cierto, en el asomo del siglo XVII se encontraba un tal Gabriel García Márquez, que nada tiene que ver ni con el Nobel colombiano -ni con la serie ‘El Ministerio del Tiempo’-.

Como alguna vez hemos comentado en esta sección, el nombre de la finca se debe al cónsul inglés Nicolás de Olbar, su propietario a partir de la segunda década del siglo XVIII.

Don Nicolás no sólo dejó la huella de su cargo en la finca, también sus deudas, pues como recuerda Manuel Muñoz, estos terrenos terminaron en poder de sus acreedores.

Entre sus propietarios posteriores, Matías Huelin Reissig, hermano de Eduardo, el fundador del barrio obrero de Huelin.

Hace doce años contábamos en esta misma sección cómo el cerro donde se encontraba el cortijo de El Cónsul, una vez desaparecida la casa, estaba ‘en capilla’, a punto de ser reconvertido en jardín municipal, para dejar atrás su imagen de zona verde dejada a su aire.

Era inevitable no pensar en el jardín abandonado de la señorita Havisham, tantas veces evocado en esta sección, uno de los pasajes más famosos de ‘Grandes esperanzas’ de Dickens.

El cerro que una vez alojó el cortijo está rodeado de cuatro hombres sabios de Grecia, homenajeados en las calles Esquilo y Tales y por las avenidas dedicadas a Jenofonte y Plutarco.

La reconversión de la colina abandonada en jardín o parquecito ha sido un acierto. Para empezar, recuperaron la vieja pérgola próxima a la fachada principal de la hacienda, que en nuestros días sigue sosteniendo un par de glicinias, todavía con algunas de ellas -muy pocas- en flor, de las que se olvidó de recoger el mes de abril.

También sigue en pie un enorme ficus, acompañado por pinos, jacarandas y cipreses y rodeando al cerro hay una pista de baloncesto, un parque infantil, un sendero que serpentea por la colina y palmeras de poca altura en los laterales para que quien corone las alturas de la desaparecida hacienda consular pueda admirar las vistas.

En resumen, a falta del cortijo, una zona verde hermosa, bien cuidada y cargada de historia.