Memorias de Málaga

El humor de los extremeños

El humor no es patrimonio de los malagueños. Para demostrarlo, aquí van dos pruebas de humor extremeño por parte de dos nacidos en tan bella tierra, uno de los cuales terminó aficándose en Málaga.

Emigrantes españoles en Alemania

Emigrantes españoles en Alemania / L. O.

Guillermo Jiménez Smerdou

El humor no es patrimonio de Málaga ni de los malagueños. Dos pruebas de buen humor no malagueño sino extremeño las anoté en su día; una la conocí a través de una tercera persona y la otra del mismo autor.

La primera –la que me contaron- es la de un madrileño que no ocultaba su admiración por Madrid y todo lo de la gran ciudad. Los mejores teatros de España están en Madrid, los mejores restaurantes están en Madrid, los mejores museos, salas de fiestas, toros, conciertos, celebraciones, manifestaciones, tiendas, peluquerías, hoteles, parques, equipos de fútbol, de baloncesto, periódicos… Todo está en Madrid.

El humor de los extremeños

Torta del Casar / L. O.

El extremeño de nuestra historia soportó pacientemente toda la retahíla de las bondades de Madrid, sus paisajes, su sierra, su nieve, sus rosquillas, su chotis, Doña Manolita… Y cuando el supermadrileño se detuvo para respirar, antes de continuar con las excelencias de la capital de España, el extremeño le dijo: «Sí, todo está muy bien, muy bonito…, pero Madrid está en mitad del campo».

El humor de los extremeños

Palacio de Congresos de Torremolinos / L. O.

Ahora Madrid sí tiene mar: cuando hay dos días festivos o un puente, allá que todos salen espitaos perdidos a Benidorm. Ya tienen su playa. Ya no está en mitad del campo.

Prefiero el inglés

La segunda historia del humor extremeño me la relató con la mayor naturalidad un señor que por motivos profesionales tuvo que residir en Gerona, cuando Gerona era Gerona y no Girona.

De forma reiterativa, más de un gerundense le recomendaba que estudiara catalán. Nuestro hombre, sin perder la compostura, le respondió a uno de los que le insistían que aprendiera catalán: «No tengo tiempo para estudiar y aprender el catalán; si dispusiera de tiempo intentaría aprender inglés que es más útil. Podría hablar con medio mundo; con el catalán solo podría entenderme con media Cataluña». En aquellos años no reaccionaban los independistas con la violencia de estos tiempos.

Poco después de su estancia en Gerona fue trasladado a Málaga; un ascenso en su carrera. Al llegar a su jubilación y reengancharse en su profesión durante unos años más, aunque se sentía muy extremeño, se quedó en Málaga hasta su fallecimiento. No sé si tuvo tiempo para estudiar inglés.

Trabajó en Suiza

Otro extremeño, como tantos otros nacidos en la histórica comunidad autónoma, tuvo que emigrar al extranjero para sobrevivir porque en su pueblo no había trabajo suficiente para todos.

En el país en el que encontró un buen curro fue en Suiza, concretamente en una quesería, oficio que medio dominaba porque lo había aprendido en una acreditada quesería extremeña, la que elabora la famosa Torta del Casar.

Cuando se cansó, la morriña le devolvió a su pueblo, donde las cosas del trabajo andaban igual que cuando se fue. Entonces, como en la Costa del Sol había posibilidades de empleo –en Suiza aprendió bastante francés- se vino a Málaga, empezó a buscar trabajo y a los pocos meses, como tantos otros inmigrantes, encontró un trabajo como albañil. Al poco tiempo, gracias al conocimiento de francés, logró un mejor empleo en una empresa hotelera.

Me contó el que lo admitió en el trabajo que, en el diálogo que sostuvo con el extremeño para su contratación, al preguntarle sobre sus empleos anteriores, le citó su trabajo en una quesería suiza. Y a la pregunta de en qué consistía su tarea le respondió que toda naturalidad que su trabajo consistía en hacer los agujeros en los quesos Emmental.

Después del inesperado chiste, le aclaró que ocupó varios puestos y que cuando aprendió el francés volvió a España.

Está repleta

Acudí hace años a un congreso, simposio o reunión en el Palacio de Congresos de Torremolinos para hacer un par de entrevistas sobre los fines de la reunión. No me acuerdo el motivo de aquella reunión que convocó a cien o doscientos profesionales. A lo largo de los años asistí a congresos muy variados, como de médicos especialistas en cardiología, transportistas, ingenieros de Caminos, farmacéuticos, urbanistas… y uno que congregó a fabricantes de tornillos de madera. Y no es chiste.

En el que no puedo fijar el objeto o materia que les congregaba entrevisté a uno de los asistentes. Era un hombre dicharachero que respondió a mis preguntas; él me preguntó sobre la profesión periodística y, fuera de micrófono, dirigió su vista a una vistosa mujer, no sé si participante en la reunión, o que acudía a otras obligaciones. Al contemplar a la señora, exclamó: «Como decimos en mi pueblo: está repleta».

Me permití preguntarle cuál era su pueblo porque era la primera vez que oía eso de una «mujer repleta». Me dijo el nombre de un pueblo de Cáceres o Badajoz. Y agregó que repleta, aplicado a una mujer, es que no le falta ni le sobra nada, eso, que está repleta, completa.