Memorias de Málaga

Farmacias, ya sin mancebos

La profesionalización de las farmacias hizo que desapareciera la figura de los mancebos. Hay otros elementos del pasado reciente desaparecidos como los ‘chuscos’ de la mili o las ‘chascas’ de los maristas

Familiares del fundador de la Farmacia Caffarena y trabajadoras posan en 2018, con motivo del 120 aniversario de la conocida botica.

Familiares del fundador de la Farmacia Caffarena y trabajadoras posan en 2018, con motivo del 120 aniversario de la conocida botica. / Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Hace unas semanas, escribiendo unas de mis colaboraciones me vi obligado a escribir una palabra que está en desuso, que casi ha desaparecido, que no se recurre a ella porque no viene al caso. Se trata de ‘mancebo’.

La utilización de este vocablo entró en crisis cuando en las farmacias no sé si por ley o por mejorar la dispensación de fármacos, se sustituyó a los mancebos por personas formadas para desempeñar un trabajo que obliga a tener una preparación adecuada.

Como el mercado farmacéutico prescindió del tradicional mancebo, el oficio o actividad se fue diluyendo. No creo que exista una farmacia en el territorio nacional con un mancebo.

La definición ‘mancebo (ba)’ en el diccionario de la Real Academia de la Lengua es vaga. Dice: «En algunos oficios y artes persona que trabaja por un salario, especialmente persona auxiliar; sin título facultativo, de los farmacéuticos». En una segunda acepción se especifica una característica del individuo: «Mozo de pocos años».

En otras enciclopedias se agregan otras definiciones u oficios en los que aparece mancebo, «mozo muy joven», «hombre soltero», «dependiente u oficial de ciertos oficios y artes»…, total que el mancebo como tal ha pasado a la historia. Yo creo que mancebo como tal ha dejado de existir; queda reservado para los poetas, porque en las rimas es muy socorrido para sustituir hombre, joven, adolescente… Mancebo es más bonito, más poético.

Farmacias, ya sin mancebos

Farmacias, ya sin mancebos / Guillermo Jiménez Smerdou

Chusco

Los jóvenes de hoy, los que no han hecho el servicio militar porque dejó de ser obligatorio, ignoran lo que es un ‘chusco’; los que ‘marcaron el caqui’ (hacer el servicio militar) seguramente no habrán olvidado la pieza de pan que se daba a los soldados como complemento de su alimentación.

Como el pan escaseaba porque estaba racionado, un chusco era una pieza codiciada. Es una de esas palabras que están en desuso. La RAE la mantiene en el diccionario pero con definición distinta al argot militar. En el mundo de la milicia el chusco era una pieza de pan; para la Academia de la Lengua era «pedazo de pan, mendrugo». Ahora es ‘baguette’.

De la época de la mili (Servicio Militar Obligatorio) han quedado otras palabras que están en los altillos de los roperos; ahora no hay roperos, sino armarios empotrados. Muchos se acordarán de la ‘chasca’ (el tabaco más malo que había en el mercado), ‘mataquintos’ (como la chasca pero con la advertencia mortal del peligro que suponía fumarlo)…

La palabra ‘quinto’ se utilizaba para identificar a los mozos que por obligación tenían que incorporarse al servicio militar. Así un joven nacido en 1930 es de la quinta del 30, o del 38 si nació en 1938 y así sucesivamente hasta que se acabó la obligatoriedad de servir a la patria… La única quinta que queda es la Quinta de Beethoven.

Y en Málaga, además del tabaco de mala calidad, tenemos otra ‘chasca’: el adminículo que utilizaban los maestros para imponer silencio en las aulas.

Si no han visto ese instrumento de madera, observen la ilustración adjunta de una chasca auténtica, elaborada hace unos años por no sé qué artesano de la provincia de Valencia por encargo del Colegio de los Maristas de Málaga para obsequiar a los antiguos alumnos de no recuerdo qué año. Uno de esos alumnos, que lo fue entre 1934 y 1936, es el autor de estas líneas.

Chasca que empleaban los hermanos maristas.

Chasca que empleaban los hermanos maristas. / Guillermo Jiménez Smerdou

Cuerpo de casa

Puestos a eliminar palabras y definiciones de nuestro rico vocabulario, quizá haya que eliminar un oficio o trabajo que hace más de medio siglo se llevaba mucho. Me refiero a «cuerpo de casa».

Hay una larga lista de cuerpos como cuerpos de bomberos, de guardia, de baile, ejército… hasta llegar al cuerpo de casa. A muchos lectores no les sonará de nada; a los lectores mayores, y sobre todo a las mujeres, no solo les sonará sino que lo añorarán.

En las casas de familia de la clase media, y no digamos de la alta burguesía, para atender las tareas y faenas del hogar había sirvientes, normalmente mujeres jóvenes que fregaban suelos, limpiaban el polvo, ponían y retiraban los platos de los desayunos, almuerzos, meriendas y cenas, hacían las camas (cambiar sábanas), abrir la puerta de la vivienda cuando alguien llamaba al timbre o la aldaba… A este cuerpo u oficio se le denominaba simplemente «cuerpo casa», y la única tarea doméstica que quedaba fuera de las obligaciones del entorno familiar era la cocina, donde reinaban las cocineras de toda la vida.

Hoy no existe esa figura: hoy tenemos empleadas de hogar que cobran por horas de trabajo, con seguridad social, jubilación…, en fin, los mismos derechos que los trabajadores de la industria, el comercio, los funcionarios, los conductores de autobuses…

Con la caída del cuerpo de casa fueron desapareciendo otras figuras como las tatas, las chachas, las cocineras de toda la vida, las costureras para repasar la ropa… porque la ropa dura mucho y, por la moda, se cambia en seguida.

Más adioses

Si nos detenemos a pensar en la desaparición de oficios y costumbres nos llevamos sorpresas como la de descubrir que apenas sí vemos en la calle sacerdotes con sotana (con alzacuellos es suficiente), monjas con aquellas aparatosas cofias, la costumbre de enviar postales por Navidad, escribir cartas, ya no hay en las perfumerías Petróleo Gal para evitar la caída del cabello, el uso de pañuelos de tela ha sido sustituido por los clínex que venden algunos desempleados junto a los semáforos, las servilletas de tela sustituidas por las de papel, los manteles ya no son de algodón u otro tejido noble (para eso están los plásticos) y, en la clase distinguida, ha desaparecido el cuello duro o almidonado. ¡Menuda tortura su uso!

Y corre el mismo destino la corbata que ya no es obligatoria ni siquiera en invierno. En tiempos no muy lejanos a una clase social acomodada se la tildaba de ser gente «de cuello y corbata», motivo suficiente para ser fusilado por las hordas.