Memorias de Málaga

El coñac era cosa de hombres

Durante años Televisión Española repetía un anuncio de coñac de tintes machistas. Bodegas de toda España elaboraban coñac con nombres muy representativos, entre ellos el 1886 de las bodegas Jiménez & Lamothe de Málaga

Botella de cognac valorada en más de 1.700 euros, en el Club Gourmet de El Corte Inglés, en una foto de 2005.

Botella de cognac valorada en más de 1.700 euros, en el Club Gourmet de El Corte Inglés, en una foto de 2005. / Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

La generación del siglo XXI desconocerá un anuncio que se repetía una y otra vez por Televisión Española, cuando solo existía una cadena; la segunda cadena, la que hoy se conoce como ‘La 2’ vino después y ahora hay cientos o miles o millones de televisiones públicas y privadas.

El anuncio que se repetía una y otra vez y que aparecía en las páginas de los diarios españoles, radios, murales, luminosos… era: «¡El coñac es cosa de hombres!». La bodega que creó y popularizó el anuncio fue la que elaboraba el coñac Soberano.

El anuncio se retiró porque era machista; se discriminaba a la mujer. Eso de que el coñac –hoy brandy- fuera cosa de hombres podía interpretarse como una bebida solo para los muy machos. El coñac no era adecuado para las mujeres.

El coñac era no hace demasiado tiempo la bebida alcohólica de alta graduación más popular en España. Todas las bodegas jerezanas y de otras zonas de España elaboraban coñac con nombres muy representativos o de impacto, como Duque de Alba, Carlos I, Veterano, Fundador, Príncipe, Cava.. y entre ellos, el 1886 de las bodegas Jiménez & Lamothe de Málaga.

Uno que se anunciaba mucho y que supongo entre los demandados era el Terry, «el de la malla amarilla», porque cada botella estaba envuelta en una malla del citado color.

El coñac se consumía solo, con soda, con agua, con y sin hielo. Lo clásico era beberlo suavemente en una copa abombada que por su forma permitía al consumidor transmitirle calor.

El coñac era cosa de hombres

Interior del Museo del Vino, en una foto de 2011. / Guillermo Jiménez Smerdou

El summum de la exquisitez se puede resumir en una corta frase que ponía fin a una opípara comida: «café, copa y puro». La copa era siempre de un buen coñac. Ese sibaritismo desapareció porque la copa de coñac fue sustituida por un chupito de hierbas, moras, melocotón, manzana, pera, orujo, pacharán… que normalmente es obsequio de la casa.

Con respecto al puro, «no hay tu tía», utilizando un dicho muy extendido; entiéndase: imposibilidad de lograr una cosa. En este caso el puro. Ya ni en los toros ni el fútbol.

El coñac ya no pone una guinda al banquete. Los restaurantes han dejado de percibir el precio de la bebida; pero en su lugar cobran una pasta por los empingorotados postres que cuestan casi lo mismo que un solomillo a la pimienta en su punto.

Y las mujeres, ¿qué?

Que el coñac fuera cosa de hombres según la publicidad no dejaba a las mujeres fuera de la bebida, porque el sexo no es óbice para discriminar a la hora de elegir una bebida alcohólica.

Si la mujer, en casa, tomaba o no coñac como cualquier hombre, es un detalle que desconozco. Pero en las reuniones familiares, en las comidas opíparas o no, la mujer se inclinaba por otras bebidas espirituosas. La oferta era tan rica como variada… y con la misma graduación alcohólica.

Sin recurrir a ninguna estadística ni documento en el que se analicen las preferencias femeninas a la hora de decidirse por una bebida al final de una comida familiar o de amigos, me vienen a la memoria las que destacaban en las estanterías de los ultramarinos más selectos de Málaga, como Los Alpes, Cosmópolis, Pequeño Bazar…

En los expositores exteriores y en el interior se ofrecían las bebidas supuestamente ‘idóneas’ para el sexo femenino: Chartreuse, Marie Brizard, Marrasquino, Benedictine, Triple Seco, Grand Marnier, Tía María, Licor 43, los anises Mono, 3 Monos, Asturiana, Castellana, Cadenas y una interminable lista porque todas las bodegas y destilerías españolas elaboran licores.

Para finalizar con los licores no olvido el de alcachofas, de origen italiano, que no tenía alcohol. La mayoría de estos licores eran –y son- de origen francés, casi todos ellos elaborados por congregaciones religiosas. El Chartreuse por los cartujos, el Benedictine por los benedictinos...Supongo que todos estos licores estarán en el mercado y se pueden adquirir por cualquiera que disponga de los euros necesarios para ello. Como ya no hay ultramarinos con sus expositores llenos de licores, con un garbeo por las grandes superficies seguramente los encontrará pidiéndome: Cómprame.

El coñac era cosa de hombres

Interior de un estanco. / Guillermo Jiménez Smerdou

¡Libertad!

En el año en que estamos todos los tabúes han sido derogados. Ya no hay cortapisas para que una mujer de cualquier edad pida una copa de anís seco o un güisqui de quince años. Está en su derecho, y un hombre, sin sonrojarse, pedir –si está en la estantería del bar- una copa de marrasquino, que era uno de los licores preferidos por las damas en los guateques y saraos de hace sesenta o setenta años.

Los saraos ya no se llevan, ni los guateques tampoco. Son cosas de un pasado no muy lejano. Yo al menos los tengo en la memoria. Ahora ni el Marrasquino ni el Fra Angélico son cosas de mujeres. No hay barreras a la hora de pedir. Todos somos iguales ante la Ley y las bebidas alcohólicas. Yo tenía un amigo que en el bar de abajo –en los bajos del edificio donde estaba Radio Nacional- pidió ¡licor de alcachofas sin alcohol! Mi amigo había acudido a Alcohólicos Anónimos para curarse del vicio que estuvo a punto de costarle la vida.

Por lo que leo y veo en las fotografías de los botellones, lo que se lleva entre los botelloneros de uno y otro sexo es variado, pero limitado al ron, el güisqui, la ginebra… y pocos más. Lo consumen no a manos llenas, sino en latigazos, unas veces a palo seco y otras con alguna bebida carbónica. Los resultados son funestos… no para los bebedores, que se supone que tienen edad suficiente para saber lo que hacen, sino funestos para el aseo de la ciudad, el orden, el mobiliario urbano y las secuelas de las vomiteras, cagadas y meadas incontroladas.

El otro anuncio

El otro anuncio retirado de la televisión fue el del tabaco Marlboro, presentado por un ranger de Texas, con su sombrero tejano. Fumaba un cigarrillo con deleite, mirando a la pradera y con cara de ir al próximo rodeo y montar en un potro salvaje con la esperanza de no dar con sus huesos en el polvoriento recinto. A la imagen le acompaña una melodía propia de las películas del Oeste y una voz proclamaba las virtudes del producto: «Marlboro, auténtico sabor americano». Y a mí ¿qué? No fumo.