Crónicas de la ciudad

Un sombrero alado en mitad de la calle Císter

Hay que imaginar a la persona anónima que, con un gesto sencillo y generoso, ha colocado en el seto el sombrero, para que lo recupere su desconocido dueño

El sombrero, a la espera de su propietario un amanecer en la calle Císter.

El sombrero, a la espera de su propietario un amanecer en la calle Císter. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Málaga

En los años 60, un alcalde de Málaga se apostó con otro cargo público que si depositaba durante un par de horas un billete de cierta cantidad en un banco del Parque de Málaga, frente al Ayuntamiento, nadie lo ‘adoptaría’. Tamaña prueba de la honradez de los malagueños fue un éxito, pues transcurrido ese tiempo el billete continuaba en su sitio -nada sabe el firmante sobre qué habría pasado si se hubiera levantado una ventolera-.

El caso es que los que pasaron por allí y otearon el billete concluyeron que no lo habían ganado con el sudor de su frente, ni siquiera en la lotería y no tenían que coger lo que no era suyo. ¿Qué sucedería en nuestros días? Mejor no intentarlo por si se pierde la prueba (y el dinero).

Sin embargo, esto no significa que no nos podamos topar, a diario, con pequeños detalles que evidencian un comportamiento desprendido y correcto. De hecho, constancia de eso tenemos desde hace siglos. Sólo hay que hojear los entrañables ejemplares de ‘El Avisador Malagueño’, en el Archivo Díaz de Escovar, de la remota década de 1840, pues en sus páginas se anunciaban a diario como objetos perdidos cabras, perros, mulos, rosarios, sombrillas, gafas, petacas...

El caso es que muchos de estos anuncios se retiraban al cabo de uno o dos días, probable señal de que se devolvían los objetos perdidos en la misma redacción del periódico, en la calle Marqués. Por cierto que este modesto diario, en el que colaboró Antonio Cánovas del Castillo, fue dirigido en su última etapa por un periodista con apellidos de calle de Ciudad Jardín: Augusto Jerez Perchet.

Viene a cuento esto porque, hace unos días, a primera hora de la mañana, en la calle Císter se exhibía un objeto perdido, colocado allí por una persona de buen corazón, con el propósito de que el propietario, y no un amigo de lo ajeno, lo recuperara si volvía sobre sus pasos.

Se trataba de un sombrerito aderezado con una pluma, posado en el seto de los Jardines de la Catedral cual pájaro exótico.

Hay una probabilidad bastante alta de que el complemento pertenezca a algún guiri, pues este tipo de sombreros no abunda en las cabezas de los autóctonos.

El caso es imaginar la escena de una persona anónima que se molesta en recoger, posiblemente del suelo, el sombrero en cuestión y escoge el sitio más destacado de la calle para que su dueño o dueña pueda recuperarlo. Gestos así, generosos y sencillos, son los que devuelven la confianza en una Málaga que no siempre va a lo suyo y que tiene en cuenta a los demás, aunque sean completos desconocidos.

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