Mirando atrás

Amelia García-Herrera Smerdou: un siglo de vivencias frente a La Caleta

La veterana malagueña, nacida en 1921 y sobrina del cónsul Porfirio Smerdou, repasa su larga e intensa vida. La guerra le sorprendió de adolescente, se aficionó en la juventud a los deportes náuticos y con su prodigiosa memoria evoca la vida en La Caleta y el Monte Sancha.

Amelia García-Herrera Smerdou, hace unos días en su casa del Monte Sancha.

Amelia García-Herrera Smerdou, hace unos días en su casa del Monte Sancha. / Alex Zea

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Lo primero que pide esta afable malagueña, que el pasado 24 de noviembre cumplió un siglo de vida, es que dejemos el «doña» y la llamemos por su nombre de pila.

Es Amelia García-Herrera Smerdou, sobrina del recordado cónsul de México, Porfirio Smerdou, que salvó la vida a malagueños de los dos bandos durante la Guerra Civil y también sobrina de quien fuera director de la Caja de Ahorros Provincial de Málaga, Enrique García-Herrera, además de prima hermana del veterano periodista y colaborador de este diario, Guillermo Jiménez Smerdou.

Recibe a La Opinión con una sonrisa y deja la labor de punto, una de sus aficiones. «La memoria me empieza a fallar un poco», avisa, pero lo que viene a continuación es un preciso caudal de recuerdos.

Vino al mundo en 1921. Su padre, José García-Herrera, trabajaba en la fábrica familiar de mosaicos y madera. «Los bancos que había en el Parque se hicieron en la fábrica de mi abuelo», destaca.

Su madre, Amelia Smerdou, era la hija de José Smerdou Bosich, el cónsul del Imperio Austrohúngaro en México que logró restablecer las relaciones entre los dos países, tras el fusilamiento de Maximiliano de Austria, hermano del emperador Francisco José.

Con el triunfo de la Revolución Mexicana la familia terminó recalando en Málaga. Desde 1914 vivía de alquiler en Villa Carolina, al pie del Monte Sancha.

Foto de familia en 1931 con sus abuelos, padres y tíos, entre ellos Porfirio Smerdou (primero por la izquierda), además de su hermana Conchita. Amelia García-Herrero es la niña del centro.

Foto de familia en 1931 con sus abuelos, padres y tíos, entre ellos Porfirio Smerdou (primero por la izquierda), además de su hermana Conchita. Amelia García-Herrero es la niña del centro. / Archivo familiar

«Mis padres se conocieron porque mi madre se fue a trabajar de profesora en el Colegio Alemán de calle Trinidad Grund y mi padre, que era el mayor de sus hermanos, iba a recoger a los más pequeños a ese colegio», señala.

La pareja se casó en 1920 y se fue a vivir a Villa Carolina con los Smerdou, allí nació Amelia al año siguiente. Tuvieron otra hija, Conchita, que murió con sólo 22 años.

De su infancia Amelia García-Herrera recuerda las casitas de muñecas que le hacía su padre con maderas de la fábrica familiar; el Monte Sancha, al que subía para jugar y que lucía «pelado, sin nada, y la carretera era de tierra». También recuerda la esplendorosa Hacienda Giró, demolida décadas más tarde para construir las Teresianas. De esos primeros años destaca la estrecha vida entre los vecinos de La Caleta. «Me acuerdo de todas las casas que había antes de hacer los bloques y de quién vivía y cómo se llamaban», subraya.

Con su futuro marido, Joaquín Agrasot, en el Real Club Mediterráneo en 1948.

Con su futuro marido, Joaquín Agrasot, en el Real Club Mediterráneo en 1948. / Archivo familiar.

Todavía recita en alemán una oración que le enseñó su madre y fue en el Colegio Alemán -primero en Trinidad Grund y dos cursos después, en El Limonar- donde estudió. «Hasta el álgebra la estudiábamos en alemán», comenta.

De la Guerra Civil le han quedado pocos recuerdos, entre ellos la imagen de una miliciana fumando en la terraza de Villa Lazárraga. Durante la contienda, sus padres decidieron permanecer en Málaga para atender a José Smerdou, a quien le habían cortado una pierna. En cuanto a las dos hijas, Amelia y Conchita, «nos mandaron a Tánger con la mujer de tío Porfirio, Concha Altolaguirre -hermana del poeta- y sus hijos», cuenta.

Los refugiados de Villa Carolina

Y mientras su tío Porfirio acogía a perseguidos políticos en su casa de Villa Maya, en Villa Carolina su familia también escondía, en una pequeña casa de invitados, a tres conocidos malagueños. «Pusieron la bandera de México por fuera y como era la casa del padre del cónsul de México, aquí no vino nunca nadie», explica Amelia García-Herrera.

Al regreso de Tánger (y Algeciras) y finalizada la guerra, la veterana malagueña recuerda que su hermana se volcó con los niños pequeños de la familia Miranda, que vivía en la antigua Villa Lazárraga, mientras que ella subía el Monte Sancha para visitar una pensión regentada por dos hermanas alemanas y dar conversación a los huéspedes: «Yo hablaba en español y ellos en alemán», explica.

La joven malagueña, primera por la izquierda, siempre fue una apasionada de los deportes náuticos y es la socia número 5 del Real Club Mediterráneo.

La joven malagueña, primera por la izquierda, siempre fue una apasionada de los deportes náuticos y es la socia número 5 del Real Club Mediterráneo. / Archivo familiar

Por cierto que fue la gran afición de su padre por los libros la que le condujo a los deportes náuticos. Como explica, José García-Herrera iba mucho a la Librería Ibérica de Salvador González Anaya, en calle Nueva. Allí trabajaba el sobrino de este, Juan Cepas, casi de su misma edad, y por medio de él comenzó a frecuentar el Real Club Mediterráneo. Entre las socias, ella es la número 5.

«Me encantaba nadar, el remo fue mucho más tarde», recuerda. La joven deportista formó parte del equipo de yolas.

Fue precisamente un día en el club cuando se percató de un joven, «un niño que me gustaba», recuerda, al tiempo que sonríe. El caso es que la joven pensó que se parecía a un vecino del Paseo de Sancha «que lo veía desde mi jardín». Lo cierto es que se trataba de ese vecino, así que «ese día nos volvimos juntos andando y ya desde entonces empezamos», cuenta.

Corría el año 48, el apuesto joven se llamaba Joaquín Agrasot, era valenciano, nieto de un famoso pintor costumbrista de Orihuela e hijo de un profesor represaliado. La pareja contrajo matrimonio en la modesta iglesia de San Miguel del Limonar en 1955.

Su marido, marino mercante de profesión y en la Empresa Nacional Elcano, capitaneó barcos y petroleros por medio mundo.

En los inicios, el matrimonio se fue a vivir a la casa de invitados de Villa Carolina. Fueron padres de tres hijos: Javier, Carmen y Carlos.

Con su marido y sus hijos, Carmen, Carlos y Javier, en 1968 en Ibiza, durante una travesía en barco que les llevó a Letonia.

Con su marido y sus hijos, Carmen, Carlos y Javier, en 1968 en Ibiza, durante una travesía en barco que les llevó a Letonia. / ÁLEX ZEA.

De las fiestas en el Hotel Miramar, Amelia recuerda que enfrente estaba ‘El Tropezón’, «un famoso barecito que había para tomarte la copa, porque era más barato y luego nos volvíamos a seguir bailoteando», sonríe.

Como subraya su hija Carmen, «mi madre ha sido una luchadora porque ha tenido que hacer de padre y de madre, ya que estaba sola siempre. Mi padre estaba embarcado».

De hecho, uno de los mejores veranos de la familia, el del 68, el padre les llevó a todos en barco desde Sevilla a Letonia, por entonces en plena URSS, recuerda Javier, el hijo mayor.

«Vivo de recuerdos», remarca Amelia García-Herrera, que sigue viviendo en Villa Carolina, la casa en la que vino al mundo hace ya cien años, rodeada de fotografías y sobre todo, del cariño de toda su familia.

Acompañada por sus nietos: Víctor, Carolina, Carmen y Victoria.

Acompañada por sus nietos: Víctor, Carolina, Carmen y Victoria. / Archivo familiar