Crónicas de la ciudad

Riada de latas y pintadas en el Puente de los Once Ojos

Mamíferos grafiteros la toman con esta obra de ingeniería del XVIII mientras otra parte del ganado se dedica a atiborrarlo de latas y botellas

Latas y botellas en el Puente de los Once Ojos, la semana pasada.

Latas y botellas en el Puente de los Once Ojos, la semana pasada. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Aunque el autor de estas líneas no le llegue a Fray Luis de León ni a la altura del betún, lo cierto es que decíamos ayer que en la confluencia del arroyo de Quintana con el Puente de los Once Ojos, en Ciudad Jardín, el Ayuntamiento había llevado a cabo una estupenda restauración paisajística o incluso reinvención, al transformar en un jardín accesible y con un pequeño pinar una antigua zona de matorral con ratas que traía por la calle de la amargura a alumnos y docentes del vecino Instituto Martín de Aldehuela.

Años antes tuvo lugar la restauración del Puente de los Once Ojos o del arroyo Quintana, el más espectacular del Acueducto de San Telmo, junto a la Hacienda Los Montes.

Su recuperación fue sin duda el paso más importante en eso que los políticos malagueños más francófilos definen con el palabro «puesta en valor», o sea, el realce de esta obra de ingeniería del XVIII, un proceso administrativo que como otros geológicos parece que llevará miles de años.

En cualquier caso, el puente recuperó su dignidad, pero como los mamíferos grafiteros son incansables y su capacidad para valorar una obra de arte, la misma que Boris Johnson para contenerse y no montar una juerga, ya vuelve a estar hecho unos zorros.

Detalle de algunas de las pintadas en el BIC la semana pasada.

Detalle de algunas de las pintadas en el BIC la semana pasada. / A.V.

Y así, ya sea en los vanos cerrados como en los materiales originales del Siglo de las Luces, nuestros homínidos con spray han dejado para una fugaz posteridad sus prescindibles nombres y mensajes.

Es el caso de «Belén te amo», un mensaje que la receptora debería sopesar seriamente, pues no es bueno andar por la vida con un ceporro o ceporra que concibe un Bien de Interés Cultural como un folio en blanco.

Y qué decir de las enigmáticas iniciales «U.P.S», con la que se mancilla un amplio lienzo de esta fábrica y que podrían corresponder, quizás, a la Unión Patética de Soplagaitas, de la que el autor de la pintada debería ser miembro de honor.

Y hablando de patetismo, hay pintadas en las que sus perpetradores parecen barruntar tacos en inglés con un resultado que haría enrojecer a Shakespeare por el destrozo gramatical.

El destrozo sigue en la parte del cauce, pues las aguas que debían correr plácidas han sido sustituidas por una inquietante riada de latas y botellas de plástico.

Ahora que nuestros políticos se lanzan piropos a cuenta de la ganadería intensiva, aquí tienen las evidencias de un ganado que pasta a sus anchas en Ciudad Jardín y pese a ello, no deja de cocear nuestro Patrimonio.