Crónicas de la Ciudad

Un camino de alto riesgo cerca de Monte Dorado

El tramo entre las urbanizaciones del Camino del Colmenar y Monte Dorado es un pasillo rocoso que deja a los peatones a los pies de los caballos y los coches

Los peatones sólo cuentan con un microscópico arcén y con el canal de aguas pluviales para andar.

Los peatones sólo cuentan con un microscópico arcén y con el canal de aguas pluviales para andar. / Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

En un remoto archipiélago indio, el de las islas Adamán, una de ellas, la isla Sentinel del Norte, está poblada por aborígenes tan fieros, descendientes de los primeros pobladores en abandonar África, que el gobierno indio ha terminado por tirar la toalla y dejarlos a su aire, después de que pasaran a mejor vida varios pescadores, aventureros y misioneros que habían tratado de tomar contacto con la tribu. Si pasa algún helicóptero por la isla, lo reciben a flechazos.

Debemos dar las gracias porque un caso tan extremo en absoluto se dé en nuestra tierra. Esto quiere decir que, en principio, y sin peligrosas poblaciones autóctonas a la vista, a estas alturas de 2022 todos los barrios de Málaga que se no encuentren en mitad del campo deberían ser plácidamente accesibles para los peatones, sin necesidad de que peligrase su físico.

Sin embargo, esto no se produce en un rincón a media hora a pie del Centro como es Monte Dorado, que además está a un tiro de piedra de las nuevas urbanizaciones construidas por encima de Fuente Olletas, en el Camino del Colmenar.

Pese a la proximidad, ir a pie de Monte Dorado a estas urbanizaciones, separadas algo así como un kilómetro, supone un violento retroceso al ‘Paleolítico peatonal’, pues el paseante entra en un territorio rupestre en el que debe apañárselas solo y sustituir los animales salvajes de la selva por raudos coches.

Hablamos del estrecho pasillo rocoso que los viandantes deben salvar como pueden entre estas urbanizaciones y Monte Dorado. Cierto que la Junta de Andalucía, en el último año, ha aumentado las aceras de este camino: el último tramo, junto a Monte Dorado, por mediación del Distrito Este se está haciendo ahora mismo y los vecinos aprovechan para pedir un paso de cebra.

Lo que probablemente se deje para un desarrollo urbanístico que vaya usted a saber cuándo es la sustitución o ‘rebaje’ del estrecho pasillo de roca.

Porque a los paseantes no les queda más remedio que caminar pegados junto al borde de la calzada -el arcén es microscópico- o bien hacerlo como incómodas geishas por un angosto aliviadero de aguas pluviales. No queda otra.

El autor de estas líneas repitió la travesía y volvió a ser una experiencia angustiosa. Una solución temporal que proponen los vecinos es cubrir esta acequia para que los peatones tengan un poquito más de espacio. Si nuestros políticos se atrevieran con esta senda, al día siguiente estaban haciendo gestiones para, al menos, aminorar el peligro. Por prudencia no se atreverán.