Memoria histórica

Una huida agonizante y 5.000 asesinados

Este domingo se cumple el 85 aniversario de ‘La Desbandá’, una de las mayores masacres cometidas en las guerras europeas. Pepe Gallardo, expresidente de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica, cuenta cómo se vivió aquel éxodo desde Málaga hasta Almería

Un grupo de personas logra llegar a Barcelona caminando desde Málaga en febrero de 1937.

Un grupo de personas logra llegar a Barcelona caminando desde Málaga en febrero de 1937. / ANTONI CAMPAÑÀ

Julia López

El corazón helado de Almudena Grandes empieza con una frase de Ortega y Gasset: «Lo que diferencia al hombre del animal es que el hombre es un heredero y no un mero descendiente». España ha heredado una memoria que a ratos le falla, le escuece o incluso se vuelve en su contra. Y, como herencia que es, ocurre porque sus propietarios mueren.

Pepe Sánchez Gallardo decidió asumir la responsabilidad de ese legado. Abre las puertas de su casa, ofrece café («ven sin desayunar»), grapa papeles, hace cuentas, presta libros («esto no lo hago muy a menudo, me lo tienes que devolver, ¿vale?»). Aunque hace tiempo que dejó de ser presidente de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga porque su salud se resintió, es la persona a la que acuden quienes quieren conocer el pasado. Pepe tiene muy presente el suyo.

Sus tíos José y Manuel fueron fusilados y enterrados en una fosa común; conoció a su padre cuando estaba en la prisión de Burgos, donde lo metieron por ser amigo de La Pasionaria; y su madre y su tía Concha también sufrieron la cárcel. Provenientes de un entorno sindicalista de Loja, fueron duramente reprimidos a lo largo de la Guerra Civil y el franquismo. La familia de Pepe Gallardo es de las que heredan más historias y recuerdos que riqueza económica.

Una de esas historias, quizás de las más impactantes que tiene en su memoria, es la de su tía Elvira Gallardo. Elvira fue asesinada mientras huía a través de la carretera N-340 en febrero de 1937, en lo que se conoce como ‘La Desbandá’, una de las mayores masacres que han ocurrido en la historia europea.

La historia de una masacre

«Elvira era hermana de mi madre. La mataron en Almuñécar, pero todavía no sé dónde encontrar información sobre ese fusilamiento», explica Pepe. Este mes se cumple el 85 aniversario de aquella brutal matanza, que superó en número de afectados a otras más conocidas, como la de Guernica. Pepe se acomoda en la silla de su cuarto, toma aire y piensa bien lo que va a decir antes de hablar.

En el mes de enero de 1937 España estaba famélica. El bando nacional avanzaba rápidamente, y personas provenientes de Badajoz y de distintos puntos de Andalucía se mudaron a Málaga, que seguía estando bajo control republicano. «Málaga era una burbuja en Andalucía en aquel momento, porque otras provincias habían caído ya, pero aquí aún se mantenía el gobierno de la República», explica. La situación iba a cambiar pronto.

Quienes llegaban a Málaga lo hacían buscando oportunidades para sobrevivir, pero solo encontraron más pena, más miseria y más hambre. Varios municipios de la provincia (Marbella, Igualeja o Jubrique) cayeron en manos fascistas, y corrían rumores sobre la violencia con la que actuaban los sublevados, así que la caravana humana que se había formado tomó la decisión de seguir hacia el este, dirección Almería, el 6 de febrero de 1937. El sentimiento de desesperación era colectivo, y la ciudad se lanzó a la huida durante tres agónicos días, caminando 240 kilómetros de distancia.

Los historiadores Andrés Fernández y Maribel Brenes han investigado sobre el éxodo que vivió Málaga, y estiman que el número total de personas huidas era de 300.000. Pepe matiza que «venían de muchísimos sitios. Es difícil calcular la cifra total, pero ese número tiene sentido».

La carretera N-340 era la forma más sencilla de escapar de la muerte, pero también era la vía más fácil para que el bando sublevado cometiese una masacre. El éxodo se convirtió en una emboscada bajo las órdenes de Queipo de Llano: los militares fascistas atacaron por tierra, mar y aire, utilizando sobre todo bombas. Los hombres estaban en el frente, así que las víctimas fueron mujeres, niños y ancianos. «Existen testimonios de pilotos y soldados que no podían creer lo que sus superiores les ordenaban porque solamente veían civiles», comenta Pepe. Pero la orden estaba dada y era tan clara como inhumana.

Pepe explica que a lo largo del camino no había puestos de socorro ni de intendencia hasta Motril, donde las tropas de las Brigadas Internacionales lograban frenar a los militares que perseguían a quienes huían. «La gente se iba alimentando con las cañas de azúcar que encontraban en los campos», añade. A partir de Adra solo continuaban la marcha dos tercios de las personas (las demás habían sido asesinadas, se habían dado la vuelta o habían optado por caminos alternativos), y algunas de las que sobrevivieron al viaje finalmente fallecieron al llegar a Almería. Se estima que el total de víctimas mortales fue entre 3.500 y 5.000.

«En los informes del hospital aparecen víctimas con cortes, lesiones en las piernas e incluso problemas mentales», cuenta Pepe, debido a que algunas madres sufrieron en el camino la muerte de sus hijos, y llegaban «como cuerpos sonámbulos». La tragedia era inasumible.

La única ayuda médica que se recibió fue la enviada por el Partido Comunista, con el médico canadiense Norman Bethune a la cabeza. Llevó un equipo para realizar transfusiones en una ambulancia, pero cuando vio la situación vació el vehículo y empezó a recorrer el camino de los huidos. Manteniéndose siempre dentro de la provincia almeriense, ayudó a transportar a mujeres y niños hasta la ciudad hacia la que caminaban.

Monumento en el Parque de San Rafael en homenaje a los asesinados por el franquismo. | LA OPINIÓN

Monumento en el Parque de San Rafael en homenaje a los asesinados por el franquismo. / La Opinión

En el momento de la catástrofe solo se hizo eco la prensa internacional, especialmente The New York Times, que recogió el testimonio de Bethune. Los periódicos nacionales no mencionaban la masacre cometida a manos de los fascistas, solo el triunfo de la toma de Málaga.

Algunos testimonios de quienes sobrevivieron a este horror resultan aterradores. Como si de una aparición fantasmal se tratase, algunos huidos aseguraron haber visto a una mujer fallecida en el suelo con su bebé mamando del pecho. Salvador Guzmán, un superviviente de la tragedia que falleció en 2020, no quería que se la llamase ‘La Desbandá’, porque eso lo relacionaba con los pájaros. Para él huir y volar eran dos conceptos opuestos.

Este acontecimiento histórico se ha mantenido en silencio durante décadas. Desde el punto de vista de Pepe, esto se debe a, «por un lado, la vergüenza de no haber sido capaz de defender Málaga, y por el otro, por ser conscientes de la barbaridad que hicieron».

El siglo XX es considerado el siglo de la barbarie y de los éxodos masivos. Málaga sufrió su propia «huía» en el terrorífico febrero de 1937. Pepe confiesa que a él lo que realmente le gustaría averiguar algún día es cuántas personas fallecieron. «Los camiones italianos iban apartando cadáveres de la carretera y los iban amontonando, pero no hay registros de personas discapacitadas, por ejemplo. ¿Cuántos muertos tirarían al mar?» pregunta en voz baja, casi para sí mismo.

Caminar para recordar la historia: Club Senderista La Desbandá

En 2017, coincidiendo con el 80 aniversario de la masacre de la carretera N-340, la Asociación Sociocultural y Club Senderista La Desbandá organizó la primera marcha en homenaje a los asesinados. Desde entonces, caminan cada año el mismo recorrido que aquellos 300.000 huidos, para conmemorar uno de los episodios más crueles de la historia bélica europea. Su principal objetivo es «recuperar la verdad y la justicia para así poder crecer en democracia».

Dos décadas trabajando para recuperar la memoria

Pepe Gallardo se expresa con sosiego. La fuerza de lo que cuenta se ha limado con el tiempo, y habla con la calma de quien ya ha asumido su parte de la historia. En el 2002 empezó a luchar para recuperar la memoria de un país entero a través de la suya. «En Málaga había dos cementerios, el de San Miguel, que era el de la gente pudiente, y el de San Rafael, el de los pobres enterrados en el suelo», explica como si estuviese recitando una lección muy estudiada. Ambos cementerios quedaron dentro del perímetro de la ciudad en los 2000, así que el Ayuntamiento decidió clausurarlos y abrir uno nuevo. Se dio un plazo de 10 años para que las personas pudieran llevarse los restos de sus familiares.

«Después, el Ayuntamiento decidió que San Rafael se convirtiera en un parque vertiendo tierra y elevando el suelo, pero había un gran número de fosas, y había que sacarlas», cuenta Pepe, cuyos tíos José y Manuel estaban allí enterrados. Entonces empezó el movimiento de quienes tenían familiares en esas fosas, y se creó la Asociación Contra el Silencio y el Olvido por la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga.

Tras años de lucha contra las administraciones, se encontraron 4.288 cuerpos, lo que significó descubrir la mayor fosa común de Europa occidental. «Se ha construido una pirámide donde reposan los restos, y por fuera se han grabado los nombres», explica Pepe. «Aún falta ajardinar la zona y hacer un centro de interpretación donde se pueda explicar lo que pasó».

Pepe, profesor jubilado, tiene a la Málaga de la Guerra Civil entera en la cabeza. Cuenta que la ciudad era bombardeada por la mañana y por la noche en enero y febrero de 1937. A esos bombardeos los llamaban «el tío de los molletes» y «el tío de las biznagas». También habla de un campo de concentración que había en la avenida de la Aurora: «Si tenías gente que te respaldase podías salir. Si Falange consideraba que habías participado en ciertos actos, te fusilaban».

Para él España está viviendo una época de «revisionismo salvaje». Un ejemplo es la reciente polémica protagonizada por el alcalde de Madrid, que ha restituido el nombre de Crucero Baleares en una calle de Vallecas. Este fue uno de los buques que bombardearon a la población civil en ‘La Desbandá’. Pepe entorna los ojos y se encoge de hombros. A él de momento no le falla la memoria.