Crónicas de la ciudad

Calle Axarquía, campo de entrenamiento alpino

La empinada y precaria calle Axarquía, en Pinares de San Antón, recuerda por su grado de inclinación al extinto tobogán de Estepona, que a tantos lanzó al estrellato

Último tramo de la calle Axarquía, con las huellas caninas.

Último tramo de la calle Axarquía, con las huellas caninas. / Alfonso Vazquez

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

En estos días en los que el hiperventilado dictador Putin reclama su anacrónico ‘lebensraum’ como si fuera un pintor austriaco fracasado, bueno es recordar que ayer, lejos del mundanal ruido, hablábamos de las dificultades que tienen todos los que quieren subir al Monte San Antón para atravesar la urbanización de Pinares de San Antón sin el riesgo de que un vehículo les roce el ánimo.

La falta de aceras en bastantes tramos recuerda esa peligrosa travesía por el desierto que realizan los vecinos de Monte Dorado. Como saben, deben jugarse la vida caminando por el milimétrico arcén de la carretera rumbo a sus casas u optar por avanzar por una estrecha canaleta de aguas pluviales, como si estuvieran en unos ejercicios de la mili.

También en Pinares hay tramos en los que lo más seguro es optar por la acequia de aguas pluviales. Pero, una vez sorteada la ‘ruleta rusa’ de la inseguridad vial, en esas estribaciones del San Antón el paseante se topará con una prueba digna de convertirse en el decimotercer trabajo de Hércules.

Hablamos de una calle que es todo un reto para quienes se adentran en la escalada o bien en la arriesgada ‘marcha noruega vertical’. Sin duda, estamos hablando de un campo de ejercicios en los que calibrar fuerzas antes de ‘atacar’ el primer pico del San Antón.

Se trata de la peculiarísima calle Axarquía, con un grado de pendiente que sólo se encuentra en las atracciones más peligrosas del orbe. De hecho, si recuerdan el ‘violento’ tobogán que en Estepona lanzó hace tres años a tantas personas al estrellato, tendrán una idea aproximada de su pendiente.

Por arriba y por abajo enlaza con la calle Las Palmeras, que da una curva cerrada, de ahí que la calle Axarquía haga de trocha, una vía directa sólo para los valientes.

Se aprecia en la textura de la calzada que en tiempos pasados los vecinos solventaron la papeleta con un camión de hormigón y santas pascuas, como en otros barrios.

El resultado es una capa irregular, con algún cráter lunar y en la parte final, cuando el viandante ya saca la lengua y ve el final de la cuesta, con la presencia de unas huellas de perro, un animalito que hizo oídos sordos a la prohibición de pisar cuando la morterada estaba aún fresca.

En mitad del trayecto, eso sí, hay un pequeño repecho para recuperar la respiración. Y por cierto, si lo que se quiere es bajar, unas botas de buzo son perfectas para no hacerlo rodando. La calle Axarquía: el campo de entrenamiento perfecto antes de atreverse con cualquier ocho mil.

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