Mirando atrás

La Aduana: un siglo del gran incendio

En la madrugada del 24 al 25 de abril de 1922 comenzó un pavoroso incendio que envolvió en llamas la Aduana y acabó con la vida de 28 personas. El investigador Antonio Lara Villodres, hijo de un joven testigo de la tragedia, explica cómo y por qué sucedió

Un grupo de soldados retira los escombros del techo del segundo piso del edificio, tras el incendio.

Un grupo de soldados retira los escombros del techo del segundo piso del edificio, tras el incendio. / La Unión Ilustrada

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

«Mi padre, que se llamaba como yo, nació en 1912, así que tenía 10 años cuando presenció el incendio. Siempre nos comentó que vio, con un grupo de niños, la caída de muchas de estas criaturas que se estrellaban contra el suelo, contra colchones de borra y panocha, porque la gente ponía lo que tenía», cuenta Antonio Lara Villodres.

El investigador malagueño, hijo de uno de los testigos del famoso incendio de la Aduana, espoleado por estos recuerdos familiares y su pasión por la historia, publicó en 2008 en la revista Jábega un completo trabajo sobre la tragedia. Esta semana habla con La Opinión porque en la madrugada del 25 al 26 de abril, se cumplen cien años de la tragedia, «la mayor catástrofe en la historia moderna de Málaga», recalca, pues de las 72 personas que en ese lejano 1922 vivían en la Aduana murieron 28.

Antonio Lara, padre del investigador, y testigo del incendio cuando tenía 10 años.

Antonio Lara, padre del investigador y testigo del incendio cuando tenía 10 años. / Archivo Antonio Lara

Y eso que, como recuerda, el fuego ya avisó la década anterior con un conato de incendio en el último piso, felizmente sofocado, algo que en 1913 dio lugar a un real decreto en el que se ordenaba que en las instalaciones del Estado las viviendas fueran sólo «las estrictamente necesarias de los empleados y funcionarios encargados de los edificios».

Los gobernadores sucesivos de Málaga hicieron caso omiso al real decreto y la Aduana, sede de varios negociados de la administración, incluida la Diputación, continuó con una peligrosa superpoblación de familiares no autorizados que vivían en la buhardilla. Fue allí donde parece que comenzó un incendio que al poco tiempo se convirtió en voraz. La Catedral dio la alarma con recias campanadas y cientos de malagueños acudieron a ver qué pasaba, en una Málaga en la que, como recuerda Antonio Lara, no había excesivo ruido, era muy pequeña y la tragedia se conoció de inmediato.

Antonio Lara Villodres, esta semana delante de la Aduana.

Antonio Lara Villodres, esta semana delante de la Aduana. / A.V.

El palacio de la Aduana, con los pisos de madera y repleta de material inflamable fue pasto de las llamas y la buhardilla se transformó en una ratonera, al hundirse la única salida, una estrecha escalera.

Ante el miedo a morir abrasados muchos de los que se quedaron atrapados optaron por saltar al vacío, de ahí que numerosos malagueños extendieran sus finos colchones traídos de sus casas para tratar de amortiguar las caídas.

Hubo casos felices como un niño, Pepito González Cabello que, pese a saltar al vacío, salió milagrosamente ileso pero también casos como un malagueño que tras lograr sacar a la familia de ese infierno, «se pegó un tiro porque vio que se le había cerrado el camino de escape».

Los pisos, todos de madera, se desplomaron. ¿Y los bomberos? La paradoja es que el puesto de bomberos se encontraba en el nuevo edificio del Ayuntamiento, a cien metros de la Aduana, pero en cuanto llegaron, comprobaron que no podían sofocar el fuego:«Las escaleras no eran las idóneas y no hubo potencia de agua, fue un desastre, y eso que unos meses antes, en calle Larios hubo un incendio y la gente ya vio la mala organización y la falta de motivación», comenta el investigador.

Personal de la Cruz Roja traslada en sábanas a las víctimas carbonizadas.

Personal de la Cruz Roja traslada en sábanas a las víctimas carbonizadas. / La Unión Ilustrada

Como consecuencia de este desastre, en una Málaga con los ánimos exaltados, pues muchos jóvenes seguían siendo enviados al matadero de la Guerra de Melilla, los congregados abuchearon y lanzaron improperios contra el entonces alcalde Narciso Briales.

Entre los héroes de esa larga noche se encontraba Benito Rodríguez, que salvó de morir a tres personas. Sin embargo, no pudo salvar la vida de una niña que también saltó al vacío: «Este hombre se partió los dos brazos al intentar sostener a la chiquilla, que falleció del golpe».

Benito Rodríguez Dueñas, un héroe que salvó la vida a tres personas.

Benito Rodríguez Dueñas, un héroe que salvó la vida a tres personas. / La Unión Ilustrada

Causas del fuego

Como recuerda Antonio Lara, mientras una versión afirmó que el fuego comenzó en la buhardilla, en la esquina de la Aduana más pegada al Parque, también hubo personas que dijeron ver varios focos a la vez. Esta circunstancia, recuerda, extendió por Málaga la teoría de que «el incendio había sido provocado para ocultar algún tipo de negocios», aunque precisa que nunca hubo constancia documental de ello.

Lo cierto es que para los investigadores del juzgado -como el autor recogió en el trabajo para Jábega de 2008- concluyeron que el incendio había sido casual, producido probablemente por el hollín de una chimenea y se extendió por los cables eléctricos.

En la mañana del 26 de abril, la Aduana seguía ardiendo.

En la mañana del 26 de abril, la Aduana seguía ardiendo. / La Unión Ilustrada

A este respecto, Antonio Lara recuerda los muchísimos puntos débiles de la Aduana: los pisos eran de madera; a la buhardilla sólo se podía entrar y salir por un mismo sitio; en ella las habitaciones sólo estaban separadas «por toldos encalados» y muchas de las familias contaban con hornillos, «con un tiro que pasaba por las paredes y emergían arriba en el tejado y pavesas podían salir en cualquier momento. Además, los cables eléctricos carecían de protección «y eran fácilmente inflamables».

A esto hay que unir, recuerda Antonio Lara, que ocurrió entre semana, pues de haber ocurrido en el fin de semana, muchos de los familiares que dormían en el edificio habrían estado en su pueblos. Además, la Diputación albergaba varias toneladas de documentación que alimentaron el fuego.

Amasijo de hierros, los restos de camas y somieres de las víctimas en la terraza del segundo piso.

Amasijo de hierros, los restos de camas y somieres de las víctimas en la terraza del segundo piso. / La Unión Ilustrada

Si a eso unimos que no se vació de personal ajeno, todo confluyó para esta gran tragedia. «Todas estas criaturas murieron por las negligencia que hubo», concluye Antonio Lara.

Al día siguiente al mediodía la Aduana seguía ardiendo. «El pueblo de Málaga se volcó y asistió a las víctimas acogiéndolas en casas particulares». Se pensó incluso en sufragar un monumento en recuerdo de los fallecidos, diseñado por Francisco Palma Burgos que nunca se realizó. El Ayuntamiento, eso sí, adquirió al poco tiempo una motobomba en Barcelona. El edificio tardaría dos años en restaurarse aunque sin tejado, que no recuperaría hasta 2016.

Antonio Lara es partidario de que una placa en el monumento recuerde a quienes perdieron la vida en abril del 1922, para que lo sucedido hace un siglo no se pierda y aprendamos del pasado.

Monumento a las víctimas de la Aduana, un proyecto de Francisco Palma Burgos que nunca se llegó a realizar.

Monumento a las víctimas de la Aduana, un proyecto de Francisco Palma Burgos que nunca se llegó a realizar. / La Unión Ilustrada

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