Memorias de Málaga

El apaño y sus acepciones

El verbo ‘apañar’ es uno de los más socorridos de la lengua española. En Málaga llegó a haber sectores de la ciudad proclives a ciertos apaños y hasta un concejal que aspiraba a un reconocimiento muy apañado

Apaños de urgencia tras el paso de un tornado por el entorno de Nuevo San Andrés, en 2009.

Apaños de urgencia tras el paso de un tornado por el entorno de Nuevo San Andrés, en 2009. / Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

El verbo apañar es muy socorrido y tiene, como algunas herramientas, multiusos. Aunque la primera acepción es «coger, especialmente con la mano», su empleo es versátil, porque lo mismo sirve para definir la recogida de frutos con la mano como para calificar el apaño de unas elecciones (pucherazo).

A veces se emplea en sustitución de amaño, cuando a finales de los campeonatos de fútbol, los equipos en trance de descender de categoría, a través de ‘expertos’, amañan partidos o sea, se compran o se venden los resultados. Es una práctica ilegal, por supuesto, que está presente y casi siempre los apañadores quedan libres de culpa. Entre el apaño y el amaño anda el juego.

Entre las muchas ocasiones en las que aparece el verbo apañar hay algunas muy conocidas; por ejemplo, si a una persona se le estropea la lavadora un sábado y tiene necesidad de reparar la avería por la cantidad de ropa acumulada y no hay servicio por ser fin de semana, acude al vecino de arriba o abajo para que le ayude porque es «mu apañao» y sabe de todo.

La figura del hombre o la mujer apañado (a) está presente las veinticuatro horas del día, porque los apaños son casi siempre urgentes: hay que apañar como sea el estropicio del momento, como la rotura de una bajante de agua que va a inundar la casa, hay que apañar el uniforme del colegio del niño porque tiene un siete, hay que apañar la instalación eléctrica porque el corte afecta al frigorífico, al congelador… y no se puede ver la televisión.

En la vida cotidiana se recurre frecuentemente al verbo apañar porque lo mismo sirve para un cosido como para un descosido. Y a las frases «mi marido es muy apañado», «el novio de mi hija es muy apañado», «apáñatelas como puedas», «apañados estamos» y «no se puede apañar», se puede unir otra: Si el frigorífico lo compró hace cinco años, ya no tiene apaño.

Los fabricantes de electrodomésticos parece que se han puesto de acuerdo para que estos aparatos imprescindibles en los hogares tengan, como la vida humana y las medicinas, fecha de caducidad, porque los propios vendedores de estos aparatos no ocultan esa realidad: Si el aparato tiene cinco años, le sale más barato comprar uno nuevo. En cuanto a las medicinas y los alimentos ya se nos advierte de la caducidad de los productos.

Se utilizó mucho el verbo apañar para situaciones familiares, especialmente cuando las relaciones matrimoniales se deterioraban y el hombre – en la época del más puro machismo - se buscaba una compañera.

La palabra compañera no se llevaba entonces; lo que privaba era una amante o una querida; para suavizar el adulterio, se escogía la palabra apaño. Fulanito tiene un apaño. Una frase que se deslizaba con cierto misterio para no escandalizar los oídos sensibles a ciertas conductas era: Ya no vive con su mujer. Tiene un apaño… y aquí hasta se localizaba el barrio o la calle donde habitaba la apañada.

Como tengo memoria y muchos años podría citar en qué sector o barrio de la ciudad había calles con más apaños. No lo revelo por razones de privacidad. ¡La que podría caerme encima si cometiera la indiscreción de enumerar las calles en las que residían más apañadas !

Pero el verbo apañar es, valga la repetición, muy apañado para muchas más ocasiones, como «yo me apaño con cualquier cosa», «me apañé como pude», «¡apañados estamos!» o «¡vamos apañados!» (una situación delicada, un imprevisto que necesita una solución urgente), «me las apaño yo solo», «mi mujer es muy apañada», «es un buen apaño», «un apaño para salir del caso», «menudo apaño te has buscado»... Y dicho con sorna, adivinando el futuro, está la frase «con ese apaño no te augurio nada bueno».

El diminutivo de apaño

No creo que sea correcto utilizar el diminutivo de apaño, o sea, ‘apañadillo’. Pero como la utilizó un amigo para cierta situación, que no tiene ninguna concomitancia con los apaños del párrafo anterior, la utilizo para esta historia. Como era malagueño de la provincia, en lugar de apañadillo, dijo apañaíllo.

Hace bastantes años conocí a Juan Ramos Reina, funcionario de la Organización Sindical, graduado social y concejal del Ayuntamiento de Málaga, elegido por uno de los tercios, cuando el acceso a la corporación municipal se regulaba de una manera muy particular. No recuerdo si él fue por el tercio de cabezas de familia, de asociaciones, colegios profesionales…

Ramos Reina, de aspecto serio y circunspecto, no dejaba entrever su sentido del humor. Era fiel cumplidor de sus obligaciones y jamás le vi perder los papeles. En el reparto de delegaciones, tras la toma de posesión, entrega de la medalla corporativa, y después de que jurara el cargo (entonces nadie prometía), el alcalde le asignó la menos deseada de las delegaciones que históricamente forman parte de la corporación.

Los concejales hacían ¡fu! a Cementerios. Preferían Vías y Obras, Fiestas, Hacienda… y teniente de alcalde de Urbanismo. La concejalía o Delegación de Cementerios, en aquella corporación, se enfrentaba con un grave problema heredado de anteriores corporaciones. Los cementerios dependientes del Ayuntamiento (San Miguel, San Rafael, El Palo, Churriana y Torremolinos) estaban saturados. La demanda de nichos y enterramientos era superior a la oferta. Luchando con la falta de espacio, de medios económicos y otros imponderables, se iban solventando los problemas.

Aunque alguien no se lo crea se pedían favores y recomendaciones para conseguir un nicho, como se hacía y se hace en otros sectores, como licencias de obras, instalación de un quiosco, contratación de personal... Tenía el mismo valor pedir un enterramiento o nicho en San Miguel que el permiso para poner tres mesas más en una de las terrazas del centro de la ciudad.

El apaño y sus acepciones

El Cementerio de San Rafael, en una foto de 2002. / Guillermo Jiménez Smerdou

Juan Ramos Reina asumió la responsabilidad y con urgencia promovió la construcción de nuevos nichos en San Miguel y San Rafael. Como por tradición la gente pudiente elegía San Miguel, los nichos de San Rafael eran incluso rechazados por muchas familias malagueñas.

San Rafael estaba «al otro lado del puente» y en el argot popular era conocido de forma despectiva como ‘El Batatar’, apelativo que tenía su origen en el lugar donde se construyó: una huerta dedicada al cultivo de batatas. Además, en San Rafael estaban inhumados fusilados de uno y otro bando de la guerra civil.

Un día fui al Ayuntamiento para recabar información sobre las obras que se estaban llevando a cabo en las necrópolis malagueñas para resolver el problema de los enterramientos. Muchas cosas pueden dejarse para mañana; un enterramiento no tiene espera. Mi intención era que el propio concejal respondiera a mis preguntas. Como de costumbre iba con la grabadora que tenía el tamaño y peso de un ladrillo, porque las grabadoras o magnetofones de aquellos pesaban más que un burro en brazos.

Me dijo que esperara un momento porque estaba atendiendo a un paisano de Valle de Abdalajís; Ramos Reina era vallino, o sea, nacido en el pueblo citado. Yo sabía que muchos de sus paisanos acudían a él en demanda de ayuda. Para los vallinos o vallesteros, Juan Ramos era su representante o cónsul en Málaga. Los atendía gustosamente porque cualquier trámite o papeleo para un hombre de un pueblo a veces era un calvario… y lo sigue siendo porque el papeleo, en lugar de aligerarse, cada día es más complicado.

En los años de referencia los escritos, las instancias, las peticiones, las reclamaciones, las demandas… tenían el inconveniente o carga de las pólizas y timbres móviles que había que adquirir en los estancos. Era una de las fuentes de ingreso del erario público.

Un documento público si no iba con sus pólizas de tres pesetas o móviles de 0,25 pesetas no se tramitaba, e incluso en algunos organismos se exigía otro requisito más: un sello de una peseta o cincuenta céntimos para el Colegio de Huérfanos, como, por ejemplo, de Renfe, Correos, Funcionarios… Todo se abolió con el tiempo, pero quién sabe si cualquier gobierno, en la búsqueda de nuevos ingresos, vía subida de impuestos, retorna a los sellitos de entonces, pero de cuantía superior. Ojalá no me lea un político progresista y lleve al Parlamento la idea.

Vuelvo a Juan Ramos y sus amigos y conocidos de Valle de Abdalajís. Fue entonces, antes de hacerle la entrevista, cuando sonriendo me dijo: «Quizás algún día me hacen Hijo Predilecto de mi pueblo. Pero yo no aspiro a tanto. Me contentaría que me hicieran algo así como Hijo apañaíllo».

No sé si mi colaboración de hoy merece el calificativo de apaño; me contentaré con el calificativo de apañaíllo. Algo es algo.

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