Memorias de Málaga

Famosos gafes malagueños

Había un trabajador del Puerto a quien sus compañeros le pagaban para que no acudiera al trabajo - También se hizo famoso ‘el Sopa’ y el más inmenso y pesado de todos, ‘el Caronia’, con la cualidad de flotar siempre en el agua

Vista parcial del puerto de Málaga.

Vista parcial del puerto de Málaga. / L. O.

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Los catalanes son defensores a capa y espada de sus tradiciones, como la sardana y el caganet, una pequeña pieza de cerámica que representa a un payés con su barretina y todo defecando en un orinal, lo que en Málaga y Chile denominamos escupidera; los navarros disfrutan como enanos (si es que los enanos disfrutan alguna vez) con sus sanfermines y los partes médicos que se facilitan a los medios de comunicación referidos a los heridos en la calle Estafeta por asta de toro, fracturas de brazos, piernas y omoplatos por ir delante de toros corriendo, que se las pelan para llegar a la plaza de toros; los valencianos lo pasan bomba (con tracas y petardos) quemando los ninots que diseñaron, elaboraron y plantaron en calles y plazas el día de San José.

Los vascos, que con sus boinas (boínas en Málaga) y su sirimiri aplauden los triunfos del Athletic, los hinchas cantan el alirón mientras que en los balcones de sus casas ondean la bandera de su equipo los 365 días del año y 366 en los años bisiestos; los mallorquines mantienen su tradición y se alegran cada vez que los turistas, tanto españoles como extranjeros, al subir a los aviones que los devuelven a sus puntos de origen, exhiben enormes cajas de cartón con ensaimadas dentro como si fueran trofeos de las justas del Medievo; los manchegos, más prácticos, se zampan buenas raciones del famoso pisto manchego elaborado con tomate, ajo, cebolla, pimiento rojo, pimiento verde.

Los gallegos disfrutan con los hombres y mujeres del tiempo que inician cada día y cada noche la información del tiempo con Galicia detallando sus vientos variantes, las brumas, las lluvias y las olas de hasta diez metros de la mar embravecida y los pirados de siempre acercándose con sus niños a la zona abatida haciendo caso omiso de las recomendaciones de la Xunta; los madrileños, como capitalistas del país, alardean de tener la Zarzuela, la Moncloa, el Museo del Prado, el Real Madrid, Doña Manolita para el sorteo de la Navidad y la Puerta del Sol para las campanadas del Año Nuevo… y yo, como malagueño, me pirro por incorporar en las Memorias de Málaga, alternando con vocablos de la lengua española, palabras del vocabulario de nuestra tierra, palabras y expresiones que se oyen en la calle, en los mercados, en los bares, en los autobuses, en el metro, en La Rosaleda, en el Martín Carpena… y que hay conservar como monumentos porque forman parte de nuestro acerbo cultural.

Como acabo de exponer, cada vez que me pongo a contar historias de nuestra ciudad, recurro a nuestro léxico para que esas palabras, dichos, expresiones… heredadas de nuestros mayores, no se pierdan. Confieso que hay algunas impropias para ser difundidas o recordadas, pero en estos tiempos donde los tacos imperan de forma indiscriminada, ¡joder!, ¡coño!, ¡vete a tomar por culo!, deslizar suavemente emboticar, enchocharse, chumino, follasco, morterá, siesomanío… del vocabulario malagueño no es para asustarse.

El bajío

Si en una de esas historias que cuento surge un tipo que lleva consigo la fama de ser un cenizo, un gafe o uno que trae la mala suerte o el mal de ojo, rebusco en la memoria la palabra o palabras del vocabulario malagueño que signifiquen lo mismo, y no dudo en utilizar una de ellas porque las hay a porrillo.

Un cenizo en Málaga es un rarra, un calino, un parra, mal fario… y me centro en la más contundente y casi onomatopéyica: bajío. Bajío es la más expresiva. En cualquiera de los lugares de Málaga que acabo de reseñar se puede oír el calificativo: Ese tiene er bajío. La palabra bajío está en el diccionario de la lengua, pero en su definición no aparece como sinónimo de cenizo.

Yo he conocido en Málaga por lo menos a tres individuos merecedores de ese apelativo. Uno era integrante de la colla del Puerto. Tenía tal calino, que sus compañeros de trabajo ¡le pagaban entre todos el jornal para que no fuera a trabajar! Le culpaban de cualquier accidente o incidente que se produjera durante la jornada de trabajo.

Una caída, la rotura de un saco de cemento y sus consecuencias, la avería de una grúa con la paralización de las faenas, la demora por la necesaria presencia del consignatario… todo se le atribuía a la presencia del parra.

Famosos gafes malagueños

El trasatlántico ‘Caronia’ en una imagen de 1956. / Wikipedia

Por el tiempo transcurrido, aquel hombre de aspecto severo, rostro impasible y temido en la colla, habrá fallecido. Digo su nombre -Cristóbal- pero omito el apellido porque si dejó hijos o nietos no me perdonaría que se sintieran aludidos y que medio siglo después un periodista aireara su fama de llevar la mala suerte por donde caminara.

El segundo rarra se llamaba Fernando y era socio del Club de Prensa. Cuando se acercaba a la mesa donde cuatro socios jugaban al dominó y se ponía de mirón, empezaban los cierres equivocados, el ahorcamiento del seis doble, las fichas que se caían de la mesa, el café de uno de los contendientes se derramaba y lo manchaba todo…

Al menos dos o tres socios colegas de la radio, un redactor gráfico y un par de periodistas, cuando le veían entrar, le rehuían. Lo que nunca supe fue si él era consciente de la fama de calino que tenía. Era muy buena persona, pero…

El tercero de este terceto del bajío era conocido por el mote. Nunca supe su nombre, pero sí sus ‘hazañas’ o las desgracias que le colgaban. Era conocido por ‘el Sopa’, aunque en algunos ambientes donde se desenvolvía la ese se convertía en zeta, o sea, ‘el Zopa’.

Un día que yo andaba por allí un ascensor se detuvo entre dos plantas de la Casa Sindical con cuatro o cinco funcionarios dentro. Después de varios minutos, que se antojaron horas, un técnico ascensorista resolvió el problema y al salir de la cabina se dieron de cara con ‘el Sopa’.

Uno de aquellos funcionarios atrapado en el elevador se ponía enfermo cada vez que se cruzaba con él o alguien mencionaba su nombre. Solo nombrarlo tocaba hierro porque decía que era el único antídoto para alejar los males.

Siguiendo la historia de los cenizos, me remonto a mi niñez. Cuando mis padres querían que no nos enteráramos de algo de lo que hablaban o discutían recurrían al inglés o al francés. Nunca les oí una palabra mal sonante en castellano.

Un día, la chica de servir que se encargaba de las tareas de la casa, le dijo a mi madre que un hombre había llamado a la puerta y que lo había despachado porque era un malafollá. Yo lo oí porque la chica era de pueblo y tenía la costumbre de hablar en un tono muy alto, costumbre muy extendida en la gente del medio rural. Como mi padre oyó algo le preguntó a mi madre quién era. Mi madre le respondió: Me parece que es un iettatore.

Lo de iettatore se me quedó grabado. Supe después que es la palabra que utilizan en algunas regiones de Italia para identificar a un mala sombra, un cenizo, uno que da la mala suerte…, vamos, un malafollá. Y aprendí la palabra que mi madre ocultó. Ese tacto, delicadeza, discreción… era una norma que presidía la vida familiar de mi lejana niñez.

Pero el gran gafe de Málaga era ‘el Caronia’. No era un tipo así apodado. ‘El Caronia’ fue uno de los primeros grandes cruceros que arribaron al Puerto de Málaga a mediados del siglo pasado, aunque no pudo atracar en los muelles porque su calado era superior al máximo que permitía entonces nuestro puerto.

El buque de más de treinta mil toneladas tenía calado cercano a los diez metros. Tuvo que estacionarse más allá del dique de levante. La llegada a Málaga con casi un millar de pasajeros era esperada con expectación. Pero lo que iba a ser una jornada feliz se truncó porque se produjo una de esas lluvias torrenciales que hacen época en Málaga. Y para más desgracia, en la segunda visita del Caronia volvió a producirse una jornada pasada por agua. Para el turismo, ‘el Caronia’ era gafe; para los hombres del campo todo lo contrario: el maná. Cuando la sequía preocupaba seriamente a la población, se decía ¡que venga ‘el Caronia’!

Hay dos fechas que marcaron los hitos de lluvias en Málaga: las arribadas del Caronia y el día del entierro del ilustre médico don José Gálvez Ginachero. Desde el Hospital Civil al Cementerio de San Miguel miles de malagueños mostraron su sentimiento por la pérdida del ilustre personaje de la vida local. Llovió a mares.

Pingo y pingando

Los malagueños se pusieron pingando porque ni los paraguas ni las gabardinas pudieron aguantar el chaparrón.

En Málaga es normal recurrir al verbo pingar para manifestar que está empapado o calado hasta los huesos. Pero si alguien recurre al verbo pingar, y refiriéndose a una tercera persona, la califica de pingo, cuidado, que tiene otro significado. Un pingo (sirve el masculino y el femenino indistintamente) es una furcia. Pingonear es andar de un lado para otro sin justificación, ir de juerga, actuar con poca vergüenza… Total, lo de pingo y pingoneo hay que usarlo con tiento.

Otra palabra malagueña de uso restringido, o sea, que se emplea para calificar a un ladrón, es manguta, y si es un ladronzuelo, manguleta.

También tenemos a mano al mangurrino, que se utiliza para definir a un pobre hombre, de aspecto desaliñado… Juan Cepas, en su Vocabulario Popular Malagueño, refiriéndose a la figura del mangurrino, agregaba que se utilizaba esta palabra para calificar a los trabajadores que venían contratados de otros lugares para las faenas del campo.

Otra palabra, que se utiliza más para identificar a un hombre que a una mujer es un verbo que no está en la lista de los verbos españoles.

El supuesto verbo malagueño es ‘maquear’. Se emplea para calificar a un hombre bien aseado, con buena presencia, recién salido de su casa para presumir y lucirse en los ambientes donde se desenvuelve. Se le dice también que está ‘maqueado’ e incluso ‘empaquetado’.

En femenino no encaja lo de ‘maqueada’. Mejor acudir a ‘chachi’, que es un piropo muy corto pero muy expeditivo. Y si al ‘chachi’ se le suman ‘dabuten’ y ‘niquelá’, es el no va más.

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