Memorias de Málaga

Un traje para cada ocasión

En el siglo pasado la vestimenta en Málaga era de vital importancia y a ningún hombre se le pasaba por la imaginación ir al trabajo sin chaqueta y corbata. El colmo de los colmos fue un malagueño muy afín al protocolo

Acto en la Peña Juan Breva en los 60, con los asistentes de chaqueta y corbata, entre ellos el alcalde Francisco García Grana y un joven Pepe Luque.

Acto en la Peña Juan Breva en los 60, con los asistentes de chaqueta y corbata, entre ellos el alcalde Francisco García Grana y un joven Pepe Luque. / L. O.

Guillermo Jiménez Smerdou

Los antiguos, o sea, los hombres del siglo pasado, como si estuviéramos hablando de vejestorios, eran muy conscientes de su persona y de las normas de educación y representatividad que regían y aceptaban de buena gana. Cuidaban su aspecto exterior (vestimenta) y para cada situación se acicalaban de acuerdo con lo que hoy se conoce por protocolo. La palabra protocolo era santa. A ningún señor se le pasaba por la imaginación acudir al centro de trabajo sin chaqueta y sin corbata, aunque fuera el mes de agosto. Para el estío, en lugar de usar una chaqueta de paño o estambre, optaban por tejidos más livianos como la lanilla u otras telas más ligeras. Los sastres ofrecían a sus clientes productos especialmente creados para sustituir a los de espiguilla y príncipe de gales que eran los más utilizados; el blanco era elegido para el atuendo veraniego. La chaqueta blanca era la más extendida, costumbre que fue declinando porque la chaqueta blanca era la prenda utilizada por los camareros, peluqueros, empleados de confiterías, dependiente de las droguerías y los encargados de la sección de charcutería de las tiendas de Ultramarinos y Coloniales.

Para evitar la confusión, los fabricantes lanzaron el crudillo y el gris perla. Como todo cambia, ahora los camareros y peluqueros utilizan el negro para ejercer su trabajo. El blanco se mantiene en las otras actividades… y los médicos en sus consultas porque en los hospitales se visten de verde.

Un traje para cada ocasión

Cena en la Málaga de los 60. Al fondo, un joven Francisco de la Torre. / La Opinión

Completar el atuendo con una corbata que hiciera juego con la chaqueta y la camisa era casi obligatorio. Cuando alguien de gusto no refinado vestía una camisa azul y una corbata verde, la expresión popular usaba un calificativo que casi se ha perdido: «Va que muerde». Hoy ya nadie muerde, aunque lleve unos pantalones azules, calcetines blancos y unos tenis de calzado. ¡Ah! Lo olvidaba: el culmen de la elegancia era llevar el cuello almidonado o, como se ha dicho siempre, cuello duro.

Con el paso de los años la rigidez del protocolo fue ablandándose hasta casi la finalización del siglo XX. Con el nuevo milenio todo cambió, no voy a decir a peor… pero recordando el dicho de la época, mucha gente «va que muerde».

Un caso excepcional

En Málaga había un señor que en su ropero (ahora el ropero ha sido desplazado por armario) tenía perfectamente colgados, y no sé si por orden alfabético, los trajes que tenía que vestir en cada ocasión. No pertenecía a la nobleza ya que no tenía ningún título nobiliario, no ocupaba ni ocupó cargo político alguno que le exigiera seguir el protocolo o costumbre en vigor y, por lo tanto, no sujeto a normas de obligado cumplimiento que le impusieran ponerse un frac o llevar cuello almidonado. No era un donjuán, ni presumido, ni pretendía epatar a nadie. Era un señor, como otros muchos, que tenía su profesión, atendía sus negocios, casado, con hijos, una buena y amplia vivienda, amigos, conocidos, educado… No sobresalía en nada, salvo en el vestir.

En invierno lucía trajes de invierno, en primavera trajes de entretiempo, en verano trajes de verano, y en otoño los de entretiempo, pero con matices diferenciales con respecto a los de primavera. Ternos de estambre, de ojos de perdiz, príncipe de Gales, mezclilla, lanilla, espiguilla… De la vulgar pana, ni de coña, porque era un tejido usado por la gente pobre, la plebe… hasta que Felipe González la eligió como tejido idóneo para sus mítines en las plazas de toros.

Como en aquellos años –década de los 30 y 40 del siglo pasado- era costumbre ir a pie a los entierros desde la casa mortuoria hasta el Cementerio de San Miguel (paso obligado por la plaza de la Aduana, Alcazabilla, Victoria…), nuestro hombre se vestía de acuerdo con la solemnidad y seriedad obligadas. Lucía levita, costumbre que regía y que hoy podemos comprobar cuando en las televisiones pasan reportajes del siglo pasado correspondientes a exequias de personajes de la época. Los deudos, amigos, compañeros de profesión, políticos, intelectuales, ministros, subsecretarios… lucían levitas o levitones, y los menos pudientes, traje, corbata, zapatos, calcetines brazaletes… negros. El ropaje funerario era el no va más.

Si el personaje de esta historia real no inventada por el autor de estas líneas era invitado a una boda, acudía ataviado de chaqué impecable; en una cita de postín se presentaba de frac y, en fiestas de menor grado, optaba por el smoking, que entonces se pronunciaba en inglés, y ahora la RAE lo ha españolizado: esmoquin. No está mal. Pero el plural, esmóquines, suena fatal.

Para fumar

‘Smoking’, como supongo lo sabe el 48 por ciento de los españoles que estudian inglés a galope tendido porque si no se enteran de la mitad de las cosas, nuestro hombre de la vestimenta requerida para cada ocasión, se ponía el smoking ¡para fumar en el salón de su casa! En su amplia residencia había una sala para fumar y no molestar a su mujer, suegra y demás convivientes.

Normalmente el fumadero era el lugar de reunión de sus amigos y parientes del sexo masculino. Creo recordar que en Inglaterra, cuando se reunían los lores y sires para fumar (la traducción de smoking es fumar) era costumbre vestir una prenda especial, el smoking. No sé si es verdad o cuento. Pero mi admirado malagueño solía hacer gala de la exquisitez del smoking para la práctica del vicio del tabaco.

Pero el no va más de su afición por el buen vestir fue el traje o prenda para jugar al billar, al que era aficionado. En su mansión había un piano para su mujer y una mesa de billar para él y sus amigos. No fue inventor de la prenda. Se inspiró, o copió, en la indumentaria que utilizaba Joaquín Domingo, el mejor billarista del mundo de aquella época. Domingo fue tres veces campeón del mundo, cinco de Europa y 60 de España. Pues bien, en las fotografías que se publicaron en la prensa y revistas, en las que Domingo era el número uno de las carambolas, se le ve con una blusa corta de un tejido de seda lustroso cerrado de izquierda a derecha, no muy ceñida, que le permitía recurrir a las posturas más extrañas o complicadas para darle a la bola el empuje o el efecto para conseguir hacer series de tacadas que le llevaron a la cúspide. Así que cuando el protagonista de esta historia echaba un rato al billar, cambiaba de vestimenta para no desentonar. Además de la colección de trajes para cada momento poseía los complementos idóneos, como guantes, sombreros, abrigos, gabardinas y sobretodos, una variedad entre el abrigo y el impermeable. Debe su nombre a la posibilidad de ponérselo encima de la chaqueta.

La Gran Peña

Una de las peñas recreativas de más solera de Málaga era la denominada Gran Peña. Tuvo su sede en la calle Larios, después en Puerta del Mar… Creo que no queda nada, salvo socios supervivientes que si me leen podrán corregirme si exagero o mal interpreto su trayectoria.

Con independencia del quehacer diario, todos los años montaba su caseta en el Real de la Feria de Agosto. Cuando la feria se instalaba en Martiricos, disponía del mejor lugar, una construcción que estaba a la entrada del paseo a la izquierda. Después se adaptó a los lugares donde la feria se fue instalando, como en la Prolongación de la Alameda, el Parque…

La Gran Peña obligaba a sus socios e invitados a ir con ¡chaqueta y corbata!. Estamos hablando del mes de agosto. Pasarlo bien con música de baile, sevillanas y malagueñas, cante flamenco, canción española, jamón, queso, vino de Jerez y las atracciones de carricoches, noria gigante, el algodón dulce, chocolate con churros, la tómbola del cubo, la chochona y el jaleo hasta la madrugada, no estaba reñido con el buen vestir. ¡Hasta con cuello almidonado acudían los socios!

Se acabó

Con el paso del tiempo y a paso ligero o a galope, las costumbres de no hace demasiados años han sido olvidadas, rechazadas, aniquiladas. En mor de la comodidad, todas las reglas del buen vestir han sido abolidas, y si un señor acude a una caseta de las muchas que se instalan en el Cortijo de Torres, con frac lo más probable es que no lo dejen pasar.

Hoy, la gente se viste como le da la gana, así, sin paliativos. Los hombres van despechugados, van con tenis o zapatillas a cualquier sitio, las corbatas ya no se usan ni en invierno, las chaquetas han sido sustituidas por chamarretas, jerséis, polos, camisetas con anuncios de conjuntos musicales y textos en inglés, nombres de universidades que no sé si existen o no... y si nos fijamos en las mujeres, eso es otro mundo en el que no voy a entrar. Aunque hay presentadores y corresponsales de televisión que se presentan ‘a la pata la llana’ por suerte en algunos casos los que dan la cara en los Informativos de mediodía y noche, visten como corresponde a su trabajo: respeto a los telespectadores.

Chaqueta de cachemir con pantalones vaqueros, bermudas, camisetas sin mangas, chanclas… A mí me da corte salir a la calle con chaqueta y corbata. Pueden pensar que me he escapado de una revista de moda masculina del año de la riá.

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