Memorias de Málaga

El día que se achicó el kilo de pan

Un español anónimo que debería contar con bustos a su memoria en algunas facultades de Económicas ‘inventó’ en los años 40 del siglo pasado el kilo de pan que en realidad pesaba 800 gramos

Grandes panes en cestas en una panadería de Málaga.

Grandes panes en cestas en una panadería de Málaga. / L. O.

Guillermo Jiménez Smerdou

El hombre que inventó el kilo de 800 gramos quizá no viva ya. El invento se remonta a la década de los cuarenta del siglo pasado. Se produjo poco después de que Fleming creara la penicilina. Si algún colega de la profesión periodística está rumiando hacer la tesis que le proporcione el sueño de ser doctor y no tiene decidido el tema a elegir, quizá le atraiga la idea de contar una historia sorprendente y que tuvo gran repercusión en la época apuntada.

Desconozco el nombre y condición del iluminado inventor; puede que fuera un ministro de los gabinetes de Francisco Franco, o un director general, un funcionario de carrera, un interino… o un guripa cachondo que pasaba por allí. El caso, y no es broma, es que solucionó un delicado problema que los gobernantes no acertaban a resolver.

El día que se achicó el kilo de paN

Cargos públicos malagueños dan cuenta de unos molletes con aceite en la edición de Fitur del año 2008. / JAVIER ALBIÑANA

El problema no era del Gobierno del generalísimo; ya le había pasado a los mandatarios de la Segunda República, de la Primera, de Alfonso XII… e incluso durante el reinado de Alfonso X el Sabio. El problema era, y es, la subida imparable de los precios de todos los productos; desde los de la manduca –alimentación- a los de los servicios públicos, como agua, luz, carbón… y piedra pómez. Todo sube porque tiene que subir. Así de claro.

Aquél gobierno constituido al término de la Guerra Civil se encontró con una difícil papeleta; en Málaga acudimos a una palabra que solo se utiliza en nuestro entorno: «tenía un majao». Subir el precio del pan de la noche a la mañana podía producir en la paupérrima economía de gran parte de la población un verdadero drama. El pan era el alimento principal. Entonces no existía el Ministerio de Consumo porque había poco que consumir y no tenía razón de crearlo; bueno, ahora tampoco.

¿Cómo subir el precio del pan sin perjudicar a la población? Ningún experto, ningún asesor… Bueno, tampoco existían esas figuras hoy muy abundantes y muy bien pagadas.

La solución vino de la mano de alguien que no pasó a la historia de España ni siquiera del mundo: el precio no varía…, pero el pan de 1 kilo de peso, que era el más solicitado (pan blanco candeal), en lugar de pesar 1 kilo, a partir de las veinticuatro horas del día siguiente pesaría 800 gramos. No, no es chiste. Es exactamente lo que sucedió… y se implantó, porque desde entonces, hace más de ochenta años, la pieza de un kilo pesa 800 gramos. Ya no hay panes (candeales, integrales, catetos o de campo) que pesen 1 kilo. Hay piezas de 500 gramos, de 250, incluso de 600. Pero de 1 kilo, no.

El inventor

¿Quién fue el autor de la idea? Es un misterio por desvelar. Yo no voy a investigar el caso porque no tengo edad para semejante trabajo, pero puede aparecer por algún archivo de cualquier Ministerio, organismo de la Administración, Junta de Abastos, panadería, hemeroteca… una referencia que conduzca a descubrir al personaje. En algún lado existirá un papel que diga que el pan de 1 kilo pesará 800 gramos a partir de la fecha del documento que se distribuiría por toda España. Ningún panadero ni tahonero, porque en los pueblos se usaba más tahona que panadería, iba a rebajar el peso del pan por cuenta y riesgo. Quizás esté la orden en el BOE de aquellos años. El autor de la idea, que seguramente no tenía estudios, y menos de Ciencias Económicas, bien merece ser rescatado del olvido e incluso tener un busto a la entrada de una Facultad de Económicas de las muchas que hay en España, que recuerde su invento.

El día que se achicó el kilo de paN

Horno de pan tradicional. / L. O.

Los panes de entonces

Antes de la hambruna de los años 40, en las panaderías o tahonas la oferta se limitaba al citado pan blanco de 1 kilo de peso, la albardilla, el pan de Viena, el pistolete, el pan de lata (porque en su elaboración se utilizaban moldes de hojalata), el violín (antecedente de los picos o piquitos actuales) y supongo que el mollete de Antequera. Sobre todas esas variedades y denominaciones sobresalía el llamado pan cateto, que no es el rey de los panes sino el emperador. No hay pan que le supere.

El pan cateto se elaboraba en los cortijos. Sus ingredientes son tan pocos que ni merece la pena citarlos: harina de trigo, agua, sal y levadura. Se amasaba a mano, dale que te pego a la masa… y cuando estaba a punto, al horno de leña. Salían unos panes de dos o tres kilos que se guardaban en las ‘alhacenas’ (entonces con su H intercalada, y no ahora que se escribe alacena) y estaban diez o quince días en perfecto estado de consumo. Ni se ponían duros, ni verdes, ni correosos… Ahora no hay ni alhacenas (para guardar alimentos) ni ropero (para la ropa, para prendas de vestir). Fueron desterradas por los armarios, empotrados o no, en los que hay de todo, desde sábanas a toallas, trajes y camisas, latas de conserva, aceite, zapatos, lejía, detergentes… y personas que dudan entre quedarse o salir para manifestar su género.

Los panes de hoy

Las variedades de pan son tantas hoy que uno no sabe en cada momento por cuál decidirse, según sea en el desayuno, en el segundo desayuno (hora del café en la calle), almuerzo, merienda, cena… El de toda la vida (el famoso de 1 kilo que quedó en 800 gramos) ya no existe, que era el denominado pan blanco o candeal; pero para sustituirlo tenemos un muestrario tan variado como curioso: barra, bollo, pulga, pitufo, trainera, payés, integral, panecillo, Viena, molde (con o sin corteza), pan de la abuela, pan de campo, pan de nueces, de ajo, de castañas, de centeno, negro… y así ¡hasta 315 variedades o denominaciones!

Pero miren por dónde un día apareció una variedad que desterró a todas las variedades conocidas y por conocer: ¡la baguette! La baguette (con dos T), o pan francés, ha arramblado con el mercado. Ya todo es baguette. Para los bocadillos de jamón, de queso, de crema de chocolate… y no sé si para los de calamares también, la que manda es la baguette de los cojones.

Con respecto a las piezas que se venden en todas partes, un amigo, cateto de verdad, me decía un día que los panes de hoy no tienen ni harina. En cualquier local hay un horno para fabricar pan que viene prefabricado en pegotitos ‘blancúos’ y que en un plis plas sale calentito diciéndome cómeme. Lo malo es que si uno no se lo come en el instante, cuando llega casa está incomible.

A mí, de niño, lo que me gustaba era el pan blanco, el de Viena, después la albardilla de pan blanco… y ahora me inclino por el mollete. Pero me gustaría catar aquel pan blanco que pesaba 1 kilo y que después perdió doscientos gramos.

ACLARACIÓN: En Málaga nadie decía «pan candeal». Pedíamos un pan blanco sin más teatro. Lo de candeal vino después, cuando se impusieron las cartillas de racionamiento y los encargados de redactar los productos a intervenidos rizaron el rizo. Al azúcar de toda la vida, los expertos en alimentación la denominaban «azúcar blanquilla», que según la RAE es la modelada en terrón. Pero molaba mucho eso de pan candeal, azúcar blanquilla… y otras que ahora no recuerdo, y que mejor no me acuerde porque fueron años para olvidar. Lo que quiero encontrar es un pan blanco que pese un kilo.

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