Crónicas de la ciudad

La Fuente de Génova, erróneo lavadero público

Pese a su carácter monumental, un usuario desconocido la empleó de bañera para sus pinrreles a primeros de mes, rompiendo las reglas del Siglo de Oro

Usuario de la Fuente de Génova a las 7.30 de la mañana este mes.

Usuario de la Fuente de Génova a las 7.30 de la mañana este mes. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

En su estupendo libro ‘Málaga por el Rey Don Felipe, Tercero de este nombre (1598-1621)’ su autor, el doctor en Historia por la UMA José Villena Jurado, nos recuerda que en esos tiempos del Siglo de Oro en nuestra ciudad, para la higiene y los menesteres domésticos se empleaba los pozos dulces, públicos o de casas particulares, «en peligrosa vecindad con los pozos negros y otros salobres».

De este pasado, en el callejero nos ha quedado la calle Pozos Dulces, pero también el historiador nos precisa que entre los pozos públicos había tanto en la Puerta del Mar como en el Gualdamedina, a la altura de Puerta Nueva, con sus respectivas norias.

Quiere esto decir que nuestros antepasados de hace cuatro siglos tenían muy bien compartimentados los usos que se debían dar a las fuentes de agua, hasta el punto que se prohibía, bajo importante multa, que los cerdos bebieran en el Guadalmedina, puesto que era para consumo humano.

Si alguien quería lavarse debía por tanto usar los pozos excavados a tal fin y dejarse de chapuzones en el río, una estampa hoy metafísicamente imposible, salvo cuando llueve a mares o suelta su chorro de agua el Limonero.

De cualquier forma, ya hace cuatro siglos estaba terminantemente prohibido confundir las fuentes públicas con el baño de Diana y sus ninfas y a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría darse un chapuzón en la primorosa fuente de la plaza mayor de Málaga, símbolo de la cúspide del poder, pues allí sentaba sus reales el corregidor.

Sin embargo, los tiempos cambian que es una barbaridad y no sólo ha saltado por los aires la sociedad estamentaria de la época, también las normas que regían entonces como las que prohibían darse un baño en la Fuente de Génova, algo que no cabía en ninguna cabeza del Siglo de Oro, ni siquiera en la de Don Quijote.

No es el caso de nuestros días, pues como si hiciera uso de un privilegio real, a comienzos de mes y a primera hora de la mañana el autor de estas líneas sorprendió a un hombre lavándose los pinrreles en tan magna fuente, ornato público de la ciudad desde tiempos de Cervantes.

Con la llegada en los últimos tiempos de un buen número de fuentes públicas distribuidas por Málaga, ciertamente no hacía falta trepar al monumento ni repetir la estampa de años atrás de una mujer que, en el estanquito de la escultura de Acteón de la plaza de Uncibay, ‘evocó’ la antigua playa de lavachochos. Pidamos, incluso con tantos calores, un poquito de por favor. 

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