Memorias de Málaga

En verdad, «hay gente pa tó»

La famosa frase del torero Rafael El Gallo sigue vigente en nuestros días para calificar a las personas que se dedican

a menesteres extraños. Aquí van algunos ejemplos de malagueños autóctonos

Actuacion en la plaza de la Constitución en 2019.

Actuacion en la plaza de la Constitución en 2019. / Gregorio Torres

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

He escrito correctamente el título del capítulo de hoy de las Memorias de Málaga: Hay gente para todo. Pero la afirmación, como la pronunció y quedó para siempre en las efemérides de nuestra historia fue «Hay gente pa tó». Se cuenta que fue la reacción del torero Rafael Ortega ‘El Gallo’ cuando le presentaron al filósofo José Ortega y Gasset y conocer a qué se dedicaba. ¡Es que hay gente pa tó! La frase se ha hecho famosa y un siglo después de ser pronunciada está en uso… porque hay gente, como decía El Gallo, pa tó.

Yo he conocido, y conozco, gente que responde a esa afirmación de que hay gente para todo. La primera que me ha venido a la memoria no es porque me dispusiera a escribir un artículo sobre aquel hecho y vigencia de la lapidaria frase; me vino a la memoria al atravesar la calle Larios. Me acordé de un señor de Málaga, que en varias ocasiones, viniendo o no a cuento, exclamaba: «De vez en cuando me gustaría ser caballo para poder cagarme en la calle Larios como los caballos de las procesiones de Semana Santa».

Creo que no llegó a hacer realidad su deseo ni lo podrá hacer porque murió hace dos o tres años. Y en estos últimos años, los caballos ya no forman parte de los cortejos de las cofradías ni defecan en la calzada; ni siquiera pueden hacerlo los caballos de los caballistas que pasean por la ciudad durante las fiestas de agosto. La calle Larios ya no está para estas aventuras escatológicas.

Pero a este personaje, que responde a la afirmación de que hay gente para todo, puedo unir otros, como uno que cuando pide un vino en un bar o cafetería, antes de que el servidor le pregunte si quiere una tapa o aperitivo, agrega lo que al camarero le deja indeciso: «De tapa me pone medio bollo». No es que sea un excéntrico ni un perturbado; como el vino tinto le produce cierto ardor de estómago, su médico, para no privarle de disfrutar de una buena copa de vino tinto, le recomendó que tomara un poco de pan para contrarrestar el posible ardor de su delicado órgano. Es que hay gente pa tó.

Hace muchos años –calculo que sesenta y tantos- cuando estaba en activo y buscaba noticias de todo tipo para los programas e informativos de Radio Nacional, me llegó la onda (lo propio de la radio) de que un joven de Coín estaba estudiando búlgaro. Estamos hablando del año 1950 o 1951.

Resultaba extraño que un joven de este importante pueblo de nuestra provincia estuviera estudiando búlgaro. Lo ‘normal’, lo entrecomillo, es que estuviera estudiando inglés, francés, alemán… o ruso, por si algún familiar –padre, abuelo…- hubiera huido de España al finalizar la Guerra Civil. Reconozco que fracasé en el intento de localizarlo y entrevistarlo. Estuve en Coín dos veces para que me contara el motivo o motivos que le impulsaron a estudiar una lengua de poca utilización… Las dos o tres direcciones que me facilitaron no eran correctas. O bien el joven jugador de ping-pong (ahora tenis de mesa) que me contó la historia del estudiante de búlgaro se había ido a Madrid o Barcelona o el propio interesado me rehuyó… No descarto que terminara los estudios y se fuera a Bulgaria por alguna razón que hoy más de medio setenta años después sigo ignorando.

Es que hay gente pa tó.

Se vestía de pobre

Nos conocíamos desde los años 40, era mayor que yo, tomábamos café en la plaza de la Constitución muchos jueves por la noche cuando terminaba mi jornada de trabajo en Radio Nacional, tenía una memoria prodigiosa… y reanudamos la amistad años después cuando nos jubilamos. Ya falleció.

Pero como hay gente para todo, le gustaba salir de noche a pasear por la zona en la que vivía; iba solo, disfrutaba de las noches malagueñas sin ser molestado ni molestar a nadie. Para pasar desapercibido usaba prendas pasadas de moda, incluso raídas por el uso. Se vestía casi de pobre para no llamar la atención ni ser objeto de un robo o de un atraco. Así ataviado podía gozar de tranquilidad y gozar de las apacibles noches malagueñas de clima suave, sin ruidosas motos…

Un día, un mendigo de verdad lo abordó y le dijo que se fuera, que esa zona era suya, que no quería competencia.

¡Vestirse de pobre para no ser molestado! Es que hay gente pa tó.

En verdad, «hay gente pa tó»

El pintor Eugenio Chicano ayudó al ‘cazador de gazapos’ en sus últimos años. / Arciniega

Antropología

Cuando yo cursaba el cuarto o quinto de bachillerato, un día un grupo de compañeros comentábamos qué íbamos a estudiar al superar el séptimo y el llamado examen de Estado. Se acercaba la hora de decidirse. Algunos, por la profesión de sus padres, lo tenían claro, sobre todos los hijos de médicos y de abogados en ejercicio. Otros no tenían una idea exacta de la elección, sobre todo los que eran conscientes de la situación familiar, porque cursar una carrera fuera de Málaga era prohibitivo. En Málaga todavía no había Universidad. La oferta era muy limitada: Perito industrial, Comercio, Magisterio… y pare usted de contar.

Uno de mis compañeros, al llegar su turno de intervención, con la mayor naturalidad dijo: «Yo voy a estudiar Antropología». Se produjo un silencio ante la decisión de aquel compañero llamado Pablo. Otro compañero, muy serio, le preguntó: «¿Y lo saben en tu casa?». Yo todavía no había oído lo de Rafael El Gallo de «Es que hay gente pa tó» pero el comentario de mi colega de curso estaba en la misma línea.

¿Para qué quedar bien...?

No termino la frase. Más adelante lo haré.

Se trata del encargado de un comercio de Málaga que estaba en una céntrica calle de la ciudad. Era un hombre alto, vestido casi siempre de azul marino y que en lugar de permanecer en el interior del establecimiento tenía la costumbre de situarse a la entrada.

Se caracterizaba por lucir siempre un clavel rojo en su impecable chaqueta. Pero la imagen no respondía a su manera de reaccionar ante los posibles clientes que se acercaban a preguntar por el precio de los artículos expuestos en el escaparate e incluso a la entrada, porque algunos artículos, para atraer a la clientela, se exhibían ocupando la mitad del acceso al interior.

El señor de marras, en lugar de ganarse al posible comprador, informándole del precio, de la calidad del producto, de las facilidades de pago, se limitaba a decir: «Eso es lo que hay». Era la antipatía personificada, y su divisa, una frase lapidaria: «¿Para qué quedar bien pudiendo quedar mal?».

Al poco tiempo el comercio cerró sus puertas.

Las erratas de los periódicos

Como en el caso anterior, hay otro malagueño, amigo de muchos años, socio del Club de Prensa sin ser periodista, al que se le puede incorporar al grupo de «hay gente para todo». Tengo que aclarar que el Club de Prensa, sito en la primera planta del edificio de la calle Strachan haciendo esquina con Salinas, estaba abierto a cuantos quisieran ser socios sin ser de la profesión periodística. Para ser admitido necesitaba ser avalado por dos periodistas. Quizás un día dedique un capítulo a ese centro de reunión en el mismo centro de la capital. Volviendo a este socio, todas las tardes frecuentaba el lugar para charlar con los amigos (periodistas y no periodistas), participar en las actividades (exposiciones, conferencias, proyecciones cinematográficas…), jugar al dominó… y a señalar en los dos periódicos que se editaban en Málaga, ‘Sur’ y ‘La Tarde’, las erratas localizadas en los titulares, textos, pies de fotos…

Era un auténtico cazador de erratas que, pese a todos los correctores de pruebas, escapaban a diario en las publicaciones periódicas y no periódicas. Se divertía con los gazapos y los comentaba sin malicia y sin afán de ridiculizar a los autores.

Otro cazador de erratas fue un pintor amigo de los periodistas y que de tarde en tarde aparecía por el club, pero no para comentar los gazapos. A su facilidad en el manejo del lápiz y pinceles unía una sólida formación gramatical. Tanto es así que le llegó una oferta por parte de los periódicos –‘Sur’ y ‘La Tarde’ pertenecían a la misma editora- para sustituir a los correctores en épocas de permisos, enfermedad, etc. Desechó la oferta.

Como buen pintor era un bohemio no sujeto a ninguna disciplina. Vivía a su aire. Pintaba, dibujaba, restauraba cuadros, escribía poesías, frecuentaba las bibliotecas públicas para aumentar sus conocimientos; falleció a avanzada edad. Otro pintor, Eugenio Chicano, fue el que le ayudó en los últimos años de su existencia. Eran dos personas que, según El Gallo, respondían a la definición «¡Hay gente pa to!».

Facilitador

Una de mis últimas entrevistas que hice y publiqué en la revista del Real Club Mediterráneo (junio de 1998) fue a José Lozano López Alcaide, que en 1927 en la plaza de la Constitución tuvo un comercio dedicado a tejidos y confecciones. Se hizo socio del Club Mediterráneo en 1929 y practicó tres deportes: remo, natación y tenis.

Como las cosas no andaban muy bien en España en 1934, embarcó rumbo a Chile. Uno de los familiares que se había establecido en Valparaíso le recomendó que regresara a España en el mismo barco porque en Chile las cosas estaban peor que en España. Regresó a España en 1936, y en 1950 inició su segunda aventura americana. Estuvo diez años en Chile, ocho en Panamá y veinte en Colombia. Cuando lo entrevisté tenía 88 años y había regresado a Málaga después de una larga estancia no solo en esos tres países sino también en Brasil, Miami... Por cierto, en Manaos conoció un militar de alta graduación que era oriundo de Canillas de Aceituno. ¿Por qué lo traigo a este capítulo de Memorias de Málaga?

Le pregunté por su trabajo en los países en los que estuvo, y su respuesta fue: «Yo me dediqué a importar desde frigoríficos a bebidas alcohólicas solo para el cuerpo diplomático. Que un embajador del país que fuera necesitaba para su hogar un electrodoméstico o para una fiesta varias cajas de güisqui, yo me encargaba de la importación».

En los países citados, los embajadores estaban libres de impuestos. Y en las embajadas, dicho sea de paso, se celebraban fiestas o cuchipandas donde corría el güisqui, el ron y otras bebidas adquiridas sin arancel alguno. Creo que la definición de su trabajo es algo así como «Facilitador a embajadas de productos exentos de impuestos». ¡Hay gente pa tó!.

Mi amigo Lozano, que se hizo asiduo a la biblioteca del club Mediterráneo que yo atendía como directivo de Cultura, vivió bastante años más con una salud envidiable.

Tras estos recuerdos, algún lector puede pensar de mí que también pertenezco al grupo de «Hay gente pa tó».

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