Memorias de Málaga
Catite, chuchería de los años 40
‘Catite’ es una palabra netamente malagueña, recogida en la famosa obra de Juan Cepas y que entre sus muchos significados es una variedad de sombrero serrano pero también un tipo de dulce que se vendía por las calles
Hace muchos años que no oigo la palabra catite, que por pertenecer al vocabulario malagueño no figura en el diccionario de la RAE, aunque en el docto libro sí figuran palabras como almóndiga, finde y coach, entre otras lindezas. He recurrido a la única fuente que dispongo para conocer el significado de la palabreja que tal vez a alguno de mis lectores de edad avanzada les suene de su niñez o adolescencia. Esa fuente es el libro ‘Vocabulario Popular Malagueño’ de Juan Cepas. Define: Tipo de pasas. Cucurucho de papel, generalmente transparente, que se usa para envolver las pasas. Sombrero serrano. Dulce que se vendía por las calles.
Catite, pues, pertenece al argot o jerga del mundo de la pasa, rico en palabras que, al margen del mundillo del cultivo de la uva, vendimia y comercialización del producto malagueño por excelencia, no se utilizan y son casi desconocidas para el ciudadano medio. Por ejemplo, formalete (útil que se usa en viticultura y en los paseros o pequeña caja de pasas), albará y abriel (uvas de parra), cruazno (variedad de uva malagueña), doradilla (otra variedad de uva malagueña que se cultiva en la vega antequerana y que se ha recuperado, y con la que se están elaborando vinos de buena calidad) y otras variedades de uvas malagueñas que responden a los nombres de Imperial, irene, jerónima , ladrilleja… y guarrito (tira de papel que sirve para separar los lechos de las cajas de pasas y uvas). Guarrito, años después y hasta la hora presente, es sinónimo de taladradora.
Donde me centro es en la última acepción que cita Juan Cepas: Dulce que se vendía por las calles. Recuerdo que esa chuchería estaba entre la arropía y la papa de menta, esta última un compuesto de azúcar y menta. Ya no hay catite, o yo al menos no los he visto pregonar por los vendedores ambulantes que se sitúan a las puertas de los colegios y en Semana Santa se entremezclan entre los nazarenos para vender pipas de girasol, avellanas, almendras, manzanas caramelizadas e incluso globos. En algún lugar de mi saturada memoria están los pregones de ¡Papa de menta y caramelos! ¡Al rico catite!
Los vieneses
Entre los años 40 y 45 paseaba por los teatros españoles una agrupación bajo el enunciado de ‘Los Vieneses’, una compañía de variedades de la que eran artífices Franz Johan y Artur Kaps; en 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial con la derrota de Alemania, las agrupaciones musicales alemanas, las películas alemanas y todo lo alemán pasó a segundo plano.
Sin embargo, Franz Johan se refugió en TVE y durante varios años participó en programas de humor y entretenimiento, como ‘Noche de estrellas’. Los Vieneses estuvieron en Málaga, concretamente una vez que yo recuerde; quizás actuaran en el Cervantes en más de una ocasión, aunque yo solo estuve una vez.
Precisamente en aquellos primeros años del quinquenio de los 40 al 45, la palabra catite, con independencia de sus significados en el mundo de la pasa y las chucherías, tenía otros significados como desprecio, repulsa, insulto… ¡Vete a tomar catite!, ¡Te van a dar catite!... o de asombro o estupor: ¡Catite!
Tan en boga estuvo la palabra que Los Vieneses la utilizaron en un chiste. Fue Franz Johan el que la empleó. En la representación en que estuve, con independencia de varios números musicales, actuó un ‘mago’ que creo que se llamaba Bela Kremo o algo así. Franz Johan se disponía a contar un chiste. Los chistes eran un tanto simplones porque la censura era muy rígida.
Antes del que me voy a referir, hubo uno ‘subido de tono’, como se decía antes. El escenario se reducía a mesa camilla con su tapete que cubría todo el mueble, una joven y el propio Franz Johan, que se estaba despidiendo de su mujer porque iba a emprender un viaje.
Antes de marcharse le hacía varias recomendaciones, como que no saliera sola a la calle, que no le fuera a engañar con otro hombre, que le fuera fiel, etc., etc. Lo de que no le fuera infiel lo dijo cuatro o cinco veces, y ella, muy pudorosa, le garantizaba su fidelidad una otra vez.
Cuando decide marcharse, al pasar junto a la mesa camilla, golpea con los nudillos el tablero y exclama: ¡Adiós, Alfredo! Después de las risas del público, el propio actor se dispuso a contar un nuevo chiste. Empezó más o menos así: «Una vez un abogado…»No pudo seguir porque desde un palco del teatro salió una voz que le amenazó: «Si habla mal de un abogado se las tendrá que ver conmigo». Franz Johan le respondió que no tenía nada malo contra los abogados, y que le perdonara si había interpretado mal sus palabras, y reanudó la interrumpida historia cambiando la profesión del personaje. Y empezó: «Una vez un médico que atendía a una señora…» Nueva interrupción. De otro lugar del teatro una voz potente cortó el inicio de la historia: «Soy médico y como se atreva a hacer un chiste a costa de médicos, le voy a denunciar», le amenazó. Nueva disculpa de Franz Johan. No iba a hablar mal de los médicos.
Los nuevos intentos de contar el chiste cambiando la profesión o empleo del personaje tuvieron los mismos efectos: ni taxistas, ni comerciantes, ni ingenieros… Siempre salía alguien de un lugar del teatro –patio de butacas, palco, gradas del segundo piso…- amenazándole por recurrir a su actividad profesional para ridiculizarlo.
Cansado del intento de contar un chiste, en voz queda para que no se le oyera apenas, resolvió el problema recurriendo a lo más cercano: ·«Había una vez un tramoyista de un teatro…» Inesperadamente, dos tramoyistas de verdad, de los estaban detrás de las bambalinas, irrumpieron en el escenario, uno armado con un martillo y otro con un palo.
El primero, martillo en mano, se acercó amenazante advirtiéndole que si hablaba mal de los tramoyistas se iba a enterar, y el del palo, agregó. ¡Te vamos a dar catite!
Entonces, en Málaga, catite era una palabra de usos varios, ya apuntados en las primeras líneas de este escrito. Catite daba mucho de sí. En el último caso era darle un escarmiento, una paliza… Y ahora, un ruego: Si alguno de mis lectores se acuerda de la composición de los catites que se vendían en la calle, le agradecería que me lo contara. Azúcar caramelizada y… algo más.
En la primera ocasión que entre en una tienda de Ultramarinos y Coloniales (no sé si queda en Málaga una tienda con ese rótulo) pediré un formalete (caja pequeña) de pasas catite envueltas en papel transparente separada en lechos de guarrito… y si no las tienen me acercaré a una sombrerería y me compraré un catite (sombrero serrano) para guarecerme de los rayos solares el verano que viene.
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