Memorias de Málaga

De la lluvia y la virgen de la Cueva

En Málaga apenas llueve y ya no se canta la coplilla de la Virgen de la Cueva ni se hacen rogativas para que llueva sacando en procesión imágenes de santos y advocaciones de la Virgen.

El embalse de la Viñuela, este año.

El embalse de la Viñuela, este año. / Jorge Zapata / EFE

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

En Málaga apenas llueve. Cuando yo era niño, con cierta asiduidad el Guadalmedina crecía hasta los bordes de los muros que regulan su cauce. Los aguaceros atoraban las madreviejas, la Casa Páez vendía paraguas de todos los tamaños, las calles se embarraban, los charcos se prodigaban por doquier… y los niños no íbamos al colegio para no mojarnos. De medio mayor supe que las precipitaciones en la provincia de Málaga anuales rondaban los 600 litros por metro cuadrado.

Cuando algún año las nubes no se detenían en nuestro cielo y se iban, como siempre, hacia Galicia y Bilbao, en lugar de reclamar al Gobierno de turno soluciones y montar un pitote ante la Aduana (donde estaba el Gobierno Civil), los vecinos de los pueblos más afectados por las sequías acudían al párroco de la localidad para pedirle sacar en procesión la imagen de la Virgen patrona del pueblo, o del Santo, porque en unos pueblos la patrona es la Virgen y en otros, por alguna tradición, es un Santo.

De la lluvia y la virgen de la Cueva

Romería de San Isidro en Estepona, en 2014. / Guillermo Jiménez Smerdou

Las rogativas para pedir lluvia no eran frecuentes en la provincia de Málaga, pero se producían en algunos años. La frase preferida para denominar la situación era «pertinaz sequía», una frase que estaba en el léxico del franquismo. Siempre se recurría a la «pertinaz sequía» como si no hubiera otra forma de expresar la falta de lluvia y sus nefastas consecuencias en la agricultura. Ahora, abolido el franquismo, se evita lo de pertinaz, sustituido por algo más conciso: no llueve o sequía a secas, valga la redundancia.

El párroco, siguiendo el orden jerárquico establecido, tramitaba la petición al obispo de la diócesis para que diera el sí o el ‘Nihil Obstat’ a la petición formulada. Se contaba que un prelado, no muy convencido de la eficacia de sacar en procesión al patrón o patrona para que lloviera, en cierta ocasión, antes de dar el plácet, se asomó a la ventana de su despacho y tras contemplar el cielo unos segundos, le dijo al párroco que «el tiempo no está para llover». Entonces no había ni radios ni televisiones con curvilíneas mujeres del tiempo informando con desparpajo y seguridad de las bajas presiones, rachas de viento, isobaras, vientos del oeste, chubascos, vientos de la Azores, olas de siete metros y todo lo que hay que saber sobre el tiempo. Cada vez que pronuncian la palabra anticiclón es para echarse a temblar porque anuncia buen tiempo, o sea, nada de agua.

En los ‘papeles’ he encontrado un documento sobre las rogativas para impetrar lluvia. Fue en noviembre de 1943. Las lluvias de otoño no llegaban, los agricultores y ganaderos estaban alarmados por la demora y el obispo de la diócesis, a la sazón don Balbino Santos Olivera, dictó las disposiciones ordinarias para la celebración de las rogativas. El día elegido fue el 22 de noviembre a las seis y media de la mañana, con un Rosario de la Aurora, y por la tarde, con las cruces de las parroquias de la ciudad, una solemne procesión. En los ‘papeles’ no aparece si en los siguientes días lloviera o no. Se presume que sí.

Eso es historia; pero hay una leyenda, y como tal leyenda hay que aceptarla o ponerla en duda, de otras rogativas en un pueblo de Málaga. Al no mencionarse ni pueblo, ni el año, ni el día… hay que aceptar o no el hecho. La leyenda cuenta que cuando el Santo Patrón, llevado a hombros de varios vecinos del pueblo y escoltado por hombres y mujeres de la localidad, descargó un aguacero de mil demonios, obligó a buscar un lugar donde guarecerse y evitar que la imagen del Santo sufriera daños irreparables.

De la lluvia y la virgen de la Cueva

Mural sobre la mujer rural, en Cuevas del Becerro. / Guillermo Jiménez Smerdou

La Virgen de la Cueva

En aquellos años, viniendo o no a cuento, las niñas de los colegios de pago, y de los otros, cantaban a coro una copla o canción que hace años no oigo y que entonces se escuchaba. La letrilla la recuerdo: «¡Que llueva, que llueva la Virgen de Cueva/los pajaritos cantan y las nubes se levantan/que sí, que no, que caiga un chaparrón!».

Quizá por no entonarse con frecuencia sea una de las causas de que no llueva. Aunque en la provincia de Málaga hay tres municipios con la palabra cueva (Cuevas del Becerro, Cuevas Bajas y Cuevas de San Marcos), pero ninguno de ellos tiene como patrona la advocación a la Virgen de la Cueva.

Buscando aquí y allá he encontrado una Virgen de la Cueva que ha dado origen a lo de «que llueva que llueva, la Virgen de la Cueva». La única que he encontrado se venera en la villa de Infiesto, en el concejo de Piloña (Asturias), a orillas del río Mon o de la Marea. Posiblemente la lejanía impida que los cánticos lleguen a la cueva donde se venera esa advocación de la Virgen, porque en España, según lo que he investigado, no hay otra Virgen de la Cueva. Las más parecidas son la Virgen de las Cuevas en la provincia de Sevilla y la Virgen de la Cuevita en Canarias.

Quizá nadie pidió alguna vez a la Virgen de la Cueva su intercesión para que lloviera, porque en Asturias llueve y nieva hasta hartarse, ni nadie le cantara, por supuesto, la coplilla de «que llueva, que llueva la Virgen de la Cueva».

Un poco lejos

Si cantamos en Málaga «que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva», a mil kilómetros de donde se venera esta Virgen, lo más probable es que no le llegue el cántico que reclama su intervención para socorrer a los malagueños. Se me ocurre, que lo mejor y quizá lo más eficaz, sea que la institución Sabor a Málaga organice el desplazamiento de un centenar de niños y niñas (la paridad de género por encima de todo) al santuario de la Virgen de la Cueva. En dos autocares repletos de voces infantiles y juveniles, adiestradas para el cante, e ilusionadas por ser elegidas para tal fin, el gran coro se acerque al santuario y le canten la coplilla con una pequeña variación:

«Que llueva, que llueva/la Virgen de la Cueva/los pajaritos cantan/y las nubes se levantan/que llueva, que llueva/en el embalse de la Viñuela, que sí que no, que caiga un chaparrón/que llueva, que llueva, en el embalse de la Viñuela».

Quién sabe si la Virgen de la Cueva, al oír a los niños y niñas de Málaga en el mismo santuario, aunque Málaga está muy lejos, nos echa una manilla y nos manda un par de chaparrones a la Axarquía y salva las cosechas de aguacates, mangos y demás cultivos que están sedientos.

Y como homenaje a la gran tierra asturiana, en los autocares de regreso, las chicas y chicos entonen el himno del principado: «Asturias, patria querida/Asturias de mis amores,/¡quién estuviera en Asturias/en todas las ocasiones…».

Hay un riesgo: que la Virgen de la Cueva, en lugar de echarnos una manilla, nos eche una mano, y la lluvia sea tan copiosa que desborde los arroyos, atore las madreviejas, inunde los sótanos y los garajes y se lleve por delante el mobiliario urbano y los restos arqueológicos de los desaparecidos cines Astoria y Victoria.

Pero eso sí, que llueva sobre el pantano de la Viñuela.

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