Memorias de Málaga

Tranquilidad en las playas

En líneas generales las playas de Málaga son más tranquilas que años atrás, cuando se pusieron de moda unos enormes radiocasetes, cuyos usuarios provocaban la huida de las personas y familias que tenían alrededor.

Vista del paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso.

Vista del paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso. / Arciniega

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Suelo frecuentar el Paseo Marítimo que lleva el nombre de Pablo Ruiz Picasso y detenerme para descansar y contemplar el mar en uno de los bancos del sector de La Caleta. Tomo un poco el sol en invierno, y en verano, cuando aprieta, me refugio en uno de los mal llamados chiringuitos, que antes denominábamos merenderos y que en realidad son restaurantes en toda regla.

Me gusta contemplar el mar, sobre todo cuando no hay ni una sola ola, o sea cuando «es un plato», una forma que en Málaga empleamos para calificar la tranquilidad y sosiego de las aguas, que solo se alteraban con la ola provocada por el melillero rumbo al puerto. ¡Que viene la ola!, alertaban las madres a sus hijos cuando el Correo de Melilla aparecía en lontananza.

Mirando al mar soñé que estaba junto a ti…, como cantaba Jorge Sepúlveda en los años 40 y 50 del siglo pasado. Contemplo el mar donde cuando niño, entre las rocas, accedía con dificultad para zambullirme y gozar del frescor de unas aguas limpias sin plásticos ni toallitas. Uno de esos días, en uno de los bancos, contemplando la playa concurrida por bastantes bañistas, me llegaba el sonido discreto de los automóviles que circulaban por las calzadas, el ruido estruendoso de los camiones cargados de mercancías y los estridentes e insoportables producidos por las motocicletas que cuantimás pequeñas, son más ruidosas. De la playa no me llegaba ruido alguno; sin embargo, echaba algo de menos. Hasta que no pasaron bastantes minutos no descubrí lo que sucedía.

Entonces me vino la imagen de años atrás cuando aparecían en la playa esos individuos que sin mediar palabra proclamaban aquí estoy yo con mi radiocasete de medio metro de eslora, por emplear un término náutico. Y a todo volumen obligaban a los tranquilos bañistas a oír música estridente. Se hacían amos y señores en varios metros a la redonda; las víctimas de la música a todo trapo, o soportaban el martirio, o se iban con sus sombrillas y niños a otra parte. Ese es el ruido que faltaba en la playa de hoy. Los móviles han acabado para siempre con los radiocasetes que destruían la serenidad de las playas.

Otras estampas

Remontándome a tiempos pasados, me vinieron a la memoria otras imágenes en las que no había radiocasetes ni nada que rompiera el susurro de las olas y el de los niños con sus palas y cubitos en la orilla bajo la vigilancia de sus progenitores.

Por cierto, los cubitos y las palas siguen vivos, y la construcción de castillos de arena es una costumbre que por fortuna se mantiene. Lo que sí se ha perdido es algo que se repetía en las playas de La Malagueta, las Acacias, el Palo y por supuesto en San Andrés y la Misericordia. Me refiero al copo, estampa típica de la Málaga que hoy solo se puede ver en fotografías, dibujos, acuarelas y óleos, porque todos los artistas malagueños y foráneos se encargaron de inmortalizar la dura faena de tirar del copo o, empleando el argot marinero, «tirar de la tralla», un trabajo duro con recompensa a veces miserable, porque el copo se reducía a cinco o seis quilos de pescado que en la misma playa se vendía a los cenacheros que se apresuraban a pregonar la mercancía por las calles de la ciudad.

Una medusa en la playa de la Misericordia. | ÁLEX ZEA

El Melillero. / Guillermo Jiménez Smerdou

En aquella época que muchos de mis lectores (lo de muchos es exagerado) quizá recuerden, los hombres utilizaban bañadores de cuerpo entero, las mujeres prendas con más tela que los trajes veraniegos de hoy y algunas mujeres un poco mayores y pudibundas casi completamente vestidas se acercaban con miedo al agua. No había sombrillas para guarecerse de los rayos solares, ni hamacas, ni toallas de playa, ni se habían ‘inventado’ las duchas públicas…

En determinadas fechas (cada 18 de julio) la avalancha de bañistas ocupaba todas las playas desde la víspera hasta el anochecer, con familias enteras disfrutando del señalado día (todavía no había Memoria Histórica), con tortillas de patatas y filetes empanados para el almuerzo y sandías en el rebalaje para se fueran refrescando, tenderetes con cuatro palitroques para colocar una sábana blanca para crear sombra… Un personaje insustituible era el vendedor de papas fritas con mucha sal, envueltas en un cartucho de papel de estraza, personaje muy esperado por los niños porque era la golosina o chuchería más preciada por la grey infantil. Hoy las papas fritas (patatas y ‘chips’ para los esnobs) van envueltas en bolsas de plástico y que, como otros muchos envoltorios, se arrojan al mar. Las corrientes marinas se encargan de acumularlas en un lugar del Pacífico donde está naciendo un nuevo continente.

Tranquilidad en las playas

Una medusa. / Guillermo Jiménez Smerdou

Las recomendaciones

Entonces la gente era muy de ceñirse a los dichos y refranes, como «hasta el 40 de mayo no te quites el sayo», «de 40 para arriba no te mojes la barriga», «los baños de mar solo de Virgen a Virgen» …, recomendación que se hacía para que los bañistas solo acudieran a las playas entre la Virgen de julio (Virgen del Carmen) a la Virgen de agosto (la Asunción). Aunque ‘la caló’ se extendiera hasta finales de septiembre, muchos malagueños decían adiós a la playa ¡el 16 de agosto!.

Lo del sayo el 40 de mayo ya no se lleva y lo de no mojarse la barriga a los 40, no digamos… porque se ven barrigas y barrigones de cincuenta, sesenta, setenta… de personas de uno y otro sexo, porque los baños de mar son buenos en cualquier época del año. La única cortapisa es la temperatura del agua. En aquellos olvidados años, de vez en cuando nuestras queridas playas se veían invadidas por unas molestas aguacuajás, porque todavía el vulgo desconocía que el bicho que se acercaba a la orilla tenía su nombre, medusa. Hoy, como estamos más leídos y escribíos, nadie dice aguacuajá, sino medusa, pero pican igual.

Cuando abandonaba el banco situado en el Paseo Marítimo y me disponía a cruzar la calzada esperando que el semáforo se pusiera en verde, un automovilista, seguro heredero de los antiguos portadores de radiocasetes, se detuvo porque para los coches, motos y vehículos en general estaba en rojo. Llevaba bajadas las ventanillas del coche, de donde salía una música estridente, igual a las de los antiguos radiocasetes, pero con más volumen. Menos mal que se puso en verde el semáforo y se fue con la música a otra parte.

Regresando a casa me fui cruzando con familias enteras cargadas de sombrillas, toallas, neveritas, bolsas de comidas y bebidas, cremas solares, aceites… y todos los avíos para gozar de las delicias del mar, unas veces manso, otras encrespado, con olas y sin olas… y ‘respetando’ los usos y costumbres de épocas pasadas, dejando después esparcidos por la arena todas las basuras y restos de comida, colillas, botellas, latas…

A primeras horas de la mañana, los servicios de limpieza de nuestro denostado Ayuntamiento se encargarán de limpiarlo todo, dejando la playa impoluta, preparada para que un porcentaje desconocido de usuarios, pero bastante elevado, la vuelvan a emporcar.

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