Cementerio de San Miguel

La segunda vida del hermano Pepito

Hace una década que José Fernández Meléndez, de 70 años, colgó los hábitos y trabaja de empleado de seguridad en el mismo Cementerio Histórico de San Miguel al que está vinculado desde los 7 años

El antiguo hermano Pepito, hace unos días a la entrada de San Miguel.

El antiguo hermano Pepito, hace unos días a la entrada de San Miguel. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

José Fernández Meléndez (Málaga, 1952) vivía con sus padres y sus cinco hermanos muy cerca del camposanto, en la calle San Juan Bosco. Hijo de un barrendero y de una limpiadora, cuando tenía 7 años cuenta que el capellán de las Adoratrices, que también llevaba el Cementerio de San Miguel, le pidió que le ayudara en misa los domingos, en San Miguel. Fue su primer contacto con el camposanto.

Tres años más tarde, cuando sólo tenía diez, mientras la vocación religiosa le aumentaba, conoció a los Hermanos Fossores de la Misericordia, por entonces una orden religiosa muy joven, pues había sido fundada en 1953. «Como tenía esa vocación, entré en el convento de la orden en Jerez de la Frontera; al ser un niño de diez años mis padres tuvieron que darme una autorización» , explica.

Formándose en Jerez estuvo siete años, un tiempo en el que explica, aprendió latín, se dedicó a la vida contemplativa pero también a la razón de ser de la orden:«Enterrar a los muertos y rezar por ellos», el cuarto voto al que se comprometían aparte de los de pobreza, obediencia y castidad.

En 1969, tras siete años con los monjes decidió volver al Cementerio de San Miguel de Málaga, «porque alguien me decía que mi misión estaba aquí». De hecho, como explica, acudió al entierro de un primo «y seguía el mismo capellán, que me preguntó si me había salido del convento y que al día siguiente me quería aquí. Y aquí llevo más de 50 años, toda una vida».

En el año 2000, cuando aún era hermano fossor.

En el año 2000, cuando aún era hermano fossor. / Arciniega

Como detalla, en un principio eran dos los hermanos fossores de San Miguel, hasta que falleció el primero, el hermano Emeterio y quedó sólo el hermano Pepito, como siempre le llamó la gente.

«Me quedé solito y me hice monje autónomo», sonríe. Una casa mata adyacente a la capilla fue su hogar en esa larga etapa. La casa, comprueba, conserva la misma puerta y la aldaba de cuando él llegó a San Miguel por vez primera con siete años. «Viví muy feliz, esa era mi ‘celdita’; vivía de las limosnas, la gente se volcaba conmigo», recuerda, al tiempo que precisa que se calentaba la comida en un infiernillo.

En la puerta de su antigua casa, junto a la capilla. Aún con la aldaba de cuando tenía siete años.

En la puerta de su antigua casa, junto a la capilla. Aún con la aldaba de cuando tenía siete años. / A.V.

Pepito rememora los años en los que el padre Huelin, el sacerdote jesuita, daba misa en San Miguel. «El padre Huelin me ayudó mucho», destaca. Y cuando no localizaba a un sacerdote, «yo mismo hacía una celebración de la palabra; una misa sin consagrar».

Dedicado a atender a quienes acudían a San Miguel también mantuvo, en la medida de los posible el camposanto, en los tiempos en los que los trabajadores municipales apenas entraban. Hasta de la conserjería se hizo cargo cuando murió el conserje. «Llevaba la capilla y la conserjería, las dos cosas durante ocho años», recuerda.

Cierre de la capilla

Al ser la capilla de San Miguel municipal y no del obispado, el Consistorio decidió cerrarla «y casi me dio un infarto», reconoce. No obstante, era el tiempo de la gran mejora del camposanto y como explica, gracias a las gestiones del gerente de Parcemasa, Federico Souviron, no se quedó en la calle y pudo seguir trabajando en una empresa de seguridad, con lo que en estos últimos años está cotizando por primera vez.

Pepito colgó los hábitos para convertirse en vigilante de seguridad «y ahora tengo mis vacaciones, estoy asegurado». Cuando habla de su futuro lo tiene muy claro: «Me quiero quedar aquí hasta que Dios me llame. Y mis cenizas, que las dispersen por todos los rincones del cementerio».

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