Crónicas de la ciudad
El desfibrilador camuflado de la plaza del Obispo
Sin la información necesaria para saber usar el aparato y atiborrado de pegatinas, crucemos los dedos para no tener que usar el cacharro en este rincón del Centro
Alguna vez hemos comentado cómo en la nueva organización del próximo Ayuntamiento de Málaga debería incluirse como decimosegundo distrito el pequeño territorio del Camino turístico a Gibralfaro, ya que lleva abandonado a la buena de Dios por nuestro Consistorio no menos de 15 años.
Tan pertinaz comportamiento, al parecer debido a una suerte de agujero negro administrativo o competencial -informaron hace unas semanas fuentes municipales- explicaría la perpetua dejadez de este espacio visitado cada año por miles de turistas, pero sin que al parecer lo suban y bajen mucho nuestros concejales, primer edil incluido, algo que habría mejorado este rincón de Málaga.
De esta manera, dotado de presupuesto, podría enderezarse este ‘camino de perdición’ lleno de pintadas, farolas en mal estado, grafitis en el castillo que sólo el sol se encarga de borrar y un mirador de Gibralfaro para el arrastre.
La paradoja de Málaga es que sea en los últimos años una exitosa ciudad turística que vive del visitante y que sin embargo, mantenga algunos puntos de gran afluencia en tan zarrapastroso estado.
Pero para quien no tenga las piernas como para trepar por esos andurriales le bastará con tener una pequeña idea de cómo se cuida al visitante -y al malagueño- con acercarse a la Catedral de Málaga.
Porque pegado a las veteranas piedras que dan a la plaza del Obispo descubrirá un par de elementos en diferente estado de deterioro. El más preocupante es un desfibrilador callejero, indetectable incluso para un médico, porque el panel informativo del cacharro ha sido tapado y en su lugar, luce cuajado de pegatinas varias.
Sólo quien vaya a la parte posterior del panel, casi pegado al Templo Mayor, localizará eso de "Málaga cardioprotegida" y atará cabos pero se tendrá que apañar sin las instrucciones, recubiertas con decenas de pegatinas. Otra cosa será, claro, que el cacharro subsista y funcione.
Imagínense en todo caso que a cualquier turista, visitante o local le da un jamacuco y al toparse los acompañantes con un panel con pegatinas, lo confunden... con un panel de pegatinas. Semejante falta de mantenimiento podría costarle el pellejo.
A su lado, por cierto, se encuentra un prisma triangular de información turística sobre la Catedral y la plaza del Obispo. Luce algo desvencijado y con un sorprendente orden prioritario de idiomas que deja la parte más expuesta al público para el inglés, el ruso y el japonés. Los alemanes y franceses, que ‘se busquen’.
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