Por encima de un camino con tintes de otra época como el Camino de los Arcabuceros nace el arroyo de Teatinos, ignorante de que debe su nombre a la confusión de los malagueños ante la llegada a la ciudad de una nueva orden religiosa como los jesuitas. Para compensar la errata, en pleno Centro continúa la calle Compañía (de Jesús).
Ocurre algo parecido con otro rincón relacionado con el agua, pues las antiguas tierras del limosnero de la Catedral perdieron la ese por el camino y así quedó el embalse del Limonero.
Por cierto que esta pérdida recuerda a la del pertinaz dueño de un merendero en los 80, que ante la insistencia de unos turistas extranjeros por denominar en español a la fruta «níspero», les corrigió raudo: «No, es ‘nípero’», aclaró, no fueran a decirlo bien.
La urbanización de Teatinos provocó que buena parte del cauce del arroyo transcurriera discreto por el subsuelo, hasta reaparecer mucho más abajo, en la avenida de María Zambrano para unirse con el arroyo de las Cañas por la zona del polígono industrial Pérez Texeira.
En el cambio de siglo una zona que era puro campo se fue decantando, claro, para albergar una balsa de decantación que tiene como función el eliminar los lodos e impurezas del arroyo.
A dos pasos del Parque del Cine y la residencia militar Castañón de Mena, la conversión en parque hace 11 años provocó las suspicacias de los vecinos, porque el Consistorio se sacó de la manga un auditorio no contemplado inicialmente y dos colectivos vecinales alertaron del riesgo de botellón.
Los años han pasado y el parque, vallado, 'cerca' ese riesgo que finalmente no ha sido tanto, confirmaba ayer un dirigente vecinal. Lo más llamativo de la zona, en cualquier caso, ha sido la restauración o quizás reinvención paisajística porque se trataba de un paraje bastante sucio y siniestro que no se había decantado por la belleza.
Hay tipuanas, los imprescindibles álamos y también grevilleas o árboles de fuego, cuyas flores ‘ardieron’ no hace mucho. Para aumentar la sombra en el auditorio, sagazmente integrado en el entorno, el Ayuntamiento ha optado por grandes lonas a modo del velamen de los barcos, mucho más baratas y útiles que las pérgolas ‘traslúcidas’ que tanto se estilan en Málaga.
Y aunque el parque está separado de la balsa por una verja, se palpa la explosión de Naturaleza casi ‘amazónica’, mientras se escucha el ruido de los pájaros. Por cierto que una placa recuerda que esta zona fue el sitio en el que los malagueños plantaron cara a Napoleón. Un parque rescatado y muy completo.