Antes, no fijo exactamente la fecha, la llegada del otoño, aparte las reincorporaciones de los trabajadores a sus puestos en las empresas públicas y privadas y ponerse las pilas como si fueran robots, tres estamentos se hacían dueños de la estación: los poetas, los sindicatos y los colegios.
Los poetas, porque se sienten inspirados para sus rimas por la caída de las hojas de los árboles; los sindicatos, porque con antelación anuncian «un otoño caliente» para reivindicar sus derechos; y los colegios porque los padres se echan a temblar con la vuelta a las clases de sus hijos (niños, adolescentes y mayores de edad) porque se van a enfrentar con los gastos que desequilibrarán el presupuesto familiar.
Los poetas
Aunque los poetas no necesitan una estación concreta para sus sonetos, el otoño invita a desplegar sus fantasías. La caída de las hojas secas de los árboles de las plazas y calles, que mueren pisoteadas por la plebe insensible ante la belleza del crepúsculo que cambia el color de todo cuanto les rodea, es una fuente de inspiración que recogerán después en publicaciones minoritarias en papel lila o rosado para la eternidad.
No me van a creer, salvo algunos de mis contemporáneos: el disgusto colectivo que supuso la tala de los viejos árboles de la plaza de la Merced, el rincón preferido por los vates malagueños y los venidos de otras tierras.
Hubo, repito que es verdad, poetas que alzaron sus voces contra el Ayuntamiento que regía los destinos de la Ciudad del Paraíso al dejar el bucólico lugar mondo y lirondo tras la remodelación que tuvo lugar en 1988, con la que quedó aislado el obelisco levantado en honor del general Torrijos y de sus compañeros fusilados en las playas de Huelin en 1831 por traición a la Corona.
Tanto dolió la tala de los árboles de hoja caduca a los poetas aquel aciago año y su sustitución por acacias (los árboles de hoja perenne no inspiran a escribir sonetos ni pareados), que en la prensa se publicaron cartas contra la decisión municipal. Si algún investigador quiere rememorar el caso, seguramente en alguna hemeroteca localizará reseñas de aquel suceso. El Ayuntamiento aborta las mentes de los poetas porque ya no hay hojas muertas en la plaza de la Merced.
Hoy, la plaza de la Merced cuenta con un nuevo arbolado, cafeterías y bares en los bajos de las bautizadas como ‘Casas de Campos’, constantes obras para ordenar el tráfico, cientos de turistas visitando la Casa Natal de Picasso, atentados contra la estatua del citado pintor porque los vándalos no respetan nada y disfrutan arrasando todo que lo encuentran a mano… y en lista de espera los restos arqueológicos descubiertos bajo los solares de los desaparecidos cines Victoria y Astoria. Los poetas que añoran las caídas de las hojas de los árboles tendrán que irse a otro lugar para inspirarse.
Los sindicatos
Casi todos los años, los sindicatos (UGT, CCOO, USO…) anuncian un otoño caliente, no en sentido meteorológico, o sea, que la temperatura media permitirá seguir bañándose en la playa cercana y degustar espetones; el caliente de los sindicatos tiene otra lectura, es un advertencia amenazante para iniciar sin demora las negociaciones para la subida de los salarios, revisión de los convenios colectivos, reducción de jornadas (solo trabajar de lunes a jueves), pluses, becas, días de asuntos propios…, lo normal, porque si no se les aprietan los tornillos a la patronal la situación de los trabajadores no mejora.
La sangre no suele llegar al río… y menos al Guadalmedina, que está en lista de espera desde 1662, cuando fue designado por real cédula el señor Ximénez de Mendoza para que redactara un proyecto de posible desviación de nuestro río. En un próximo «otoño caliente» se planteará otra mejora: que el fin de semana se extienda al lunes. Hay que reivindicar la semana laboral de martes a jueves…, de momento.
La vuelta al cole
Escribo cole porque la sabia RAE admite la costumbre de los niños de acortar la palabra colegio; no hay que rasgarse las vestiduras porque también admite súper por supermercado, finde por fin de semana… y otras apócopes ahorrando letras y palabras.
En fin, la vuelta al cole coincide con la estación otoñal. Las familias con hijo o excepcionalmente con hijos, se echan a temblar por lo que les cae encima, no por la caída de las hojas precisamente. El retorno a las clases acarrea unos gastos que desequilibran el presupuesto.
La lista de necesidades y obligaciones es larga. Compra de libros, uniforme, mochila o carrito con imagen de un personaje de un cuento de Walt Disney, libretas, lápices de colores, gomas de borrar, blocs, transporte y otros gastos, porque aunque la enseñanza sea gratuita todo el equipamiento corre a cargo de la familia.
Con tanto gasto, que se multiplica por dos en los casos de familia numerosa (ahora, gracias al progresismo, son «familias con mayores necesidades de apoyo a la crianza»), muchas parejas han decidido, en lugar de tener un niño en el Materno Infantil, comprar un perro o un gato en una tienda de animales vivos o pedirle al amigo que tiene una perra o gata preñada una cría cuando se produzca el feliz nacimiento.
Cada día nacen menos niños en Málaga… y en casi todas las provincias españolas sucede otro tanto de lo mismo. Cada día menos niños y más perros y gatos. Tanto es así, que en las televisiones, alternando los anuncios de alimentos para niños, se insertan otros de comiditas para las mascotas, y emulando a los farmacéuticos, el consejo «consulte con su veterinario».
Otros gastos aceptados porque forman parte de la preparación de los niños para enfrentarse a lo que les espera, dejan a los padres a la cuarta pregunta: clases de judo, de idiomas, de kárate… y viaje de fin de curso, cuanto más lejos mejor.
En mis tiempos de bachillerato, el no va más fue un viaje a Granada, con salida y regreso el mismo día, con tortilla de patatas preparada en el colegio (El Palo) como comida. Los tiempos han cambiado a mejor; Oceanía sabíamos que existía porque estaba en los mapas; ahora, ir a Australia o Nueva Zelanda como viaje de fin de curso, para ver a los canguros y a los maoríes llenos de tatuajes está en los proyectos que se barajan. Los españoles de los años 30 y 40 nos sentíamos felices soñando con un viaje a Madrid para comprar en Sepu, subirnos a trolebús y viajar en metro.