Memorias de Málaga
Cuidado con los timos

El Puerto de la Torre desde el Parque Andrés Jiménez, en una foto de archivo . / Arciniega
Se recomienda a la gente, sobre todo a las que viven solas porque fallecieron sus parejas o porque así lo eligieron, que no presten atención a llamadas telefónicas de supuestas entidades bancarias. Tras ellas hay un intento del timo del almendruco. Ni caso. Colgar sin respuesta o decir clara y rotundamente: ¡No!
Los timos bancarios no son de ahora; han existido siempre. Las campañas advirtiendo de posibles estafas me han traído a la memoria un caso muy curioso. Cuando yo estudiaba el tercer año de bachillerato en el Colegio de San Agustín (¡ya han pasado años!), entre los muchos amigos que hice estaba Antonio Olmedo Jiménez; no éramos parientes. Jiménez había muchos… y sigue habiéndolos. Además de Olmedo hice amistad con otros muchos compañeros que poco a poco han ido falleciendo. Creo que soy el único superviviente de aquel curso.
Antonio Olmedo y yo seguimos caminos diferentes, aunque de vez en cuando nos veíamos, sobre todo a partir del día que fui a la oficina del Banco de Bilbao en la calle Larios. Iba a hacer un viaje a Italia y me recomendaron que debería sacar una tarjeta de crédito Visa para no tener problemas de dinero durante el viaje. Y fue precisamente Antonio Olmedo, que trabajaba en el citado banco, el que gestionó lo que hoy sustituye al dinero físico.

El jeque Al-Thani, en una foto de archivo. | ARCINIEGA / Guillermo jiménez smerdou
Varios años después volvimos a encontrarnos en la Alameda y le pregunté sobre su vida. Estaba a punto de jubilarse y formaba parte de la Junta Directiva del C.D. Málaga. Quería ser útil al club. Pensé que por su experiencia bancaria formaría parte del equipo económico. Sin embargo, me aclaró que no, que era «tanteador». Ante mi sorpresa por la extraña responsabilidad, me informó de que su trabajo consistía en tantear a los árbitros que a lo largo de la temporada arbitrarían al Málaga en los partidos oficiales.
Total, algo parecido a lo que los señores Negreira, padre e hijo, han hecho en el Barcelona, pero en versión casera.
No debió tener mucho éxito Olmedo, porque el Málaga a trancas y barrancas merodeaba entre los equipos que iban a perder la categoría. Era conocido por el equipo «ascensor», porque subía y bajaba, hasta que se escacharró el ascensor y acabó en la Tercera División o como se llame ahora el tercer nivel del fútbol español, con administrador judicial, entrenador de primer nivel, un secretario general, un director deportivo, un estadio para unos 30.000 espectadores, una Academia donde se forman los futuros jugadores, una afición que llena el estadio y una hinchada que acude a Ibiza o Linares para animar al equipo… y unos propietarios teóricamente millonarios que residen en Catar y Marbella y que no se ponen de acuerdo.
En lugar de alternar con el Barcelona, el Real Madrid, los atléticos y otros equipos de campanillas, cada domingo se enfrentan al Sanluqueño y otros onces que fueron de Primera División y sestean en la categoría inferior soñando con volver a Primera.
Menos mal (algo bueno tiene muestro club) que el estadio de la Rosaleda es propiedad de la Junta de Andalucía, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Málaga. Y, excepcionalmente, un equipo de malagueños que aportaron su dinero cuando se fundó la Sociedad Anónima Deportiva para salvar al club de su desaparición y que reclaman ser escuchados y atendidos.
Las penúltimas noticias de nuestro equipo emanan de la Fiscalía que imputa a la familia de Al-Thani y dirigentes del club en la etapa del jeque catarí de haber vaciado el patrimonio de la entidad. Millones de euros gastados en la compra de vehículos de alta gama, alquileres de residencias en Marbella, viajes, subidas de sueldos… Como la Justicia tiene la última palabra (las irregularidades se remontan al año 2012), no soy nadie para subrayar lo dicho por el fiscal y menos la decisión final del juez.
Y llegó el intento de timo
Vuelvo al historial bancario y a Antonio Olmedo, mi compañero de clase cuando teníamos 13 años.
Me contó la siguiente historia. El Banco de Bilbao, en pago a sus servicios, lo ascendió, confiándole la dirección del banco en la sucursal del Puerto de la Torre. Estaba encantado con el nuevo cargo porque la clientela del banco era tranquila, con ingresos y retiradas de dinero normales, sin altibajos, sin problemas… Todo iba como la seda.
Sin embargo, un mes de julio surgió un imprevisto. Dos señores se acercaron a la sucursal para cobrar un cheque por un importe de 975.233,46 pesetas, una cantidad exorbitante. Nunca en la sucursal se había presentado nadie a cobrar ni ingresar una cantidad similar. Ni de lejos. Lo habitual eran cheques e ingresos de menos de mil pesetas.
El cajero le pasó el cheque a Antonio Olmedo. Aparentemente el cheque era correcto. Era al portador, era contra una cuenta corriente del Banco de Bilbao de la sucursal de Pamplona, estaba conformado o algo así…, pero no encajaba en una sucursal de una barriada de Málaga.
Antonio Olmedo (me lo contó con todo detalle) decidió antes de proceder al pago (en caja no había esa cantidad) hacer una comprobación. Llamó por teléfono a la central del banco en Pamplona y nadie respondió. Repitió la llamada con igual resultado negativo. Al tercer intento, al depositar la mirada en el almanaque de mesa, descubrió la fecha: 7 de julio. Y le vino a la memoria la frase de ¡siete de julio san Fermín!. El 7 de julio, en Pamplona, es festivo. Por eso nadie contestaba al teléfono.
Le comunicó a los señores del cheque que el documento no era correcto y que por lo tanto no lo abonaba, lo que enfadó muchísimo a los poseedores del talón, quienes le amenazaron con denunciarlo y otros males.
¿Y qué pasó al final, Antonio?, le pregunté a mi compañero de bachillerato del Colegio de San Agustín. Parece que los dos individuos, aquel mismo día tras su fracaso en la sucursal del Puerto de la Torre, se trasladaron a Jaén o Córdoba, donde cobraron el cheque…, que resultó ser falso.
Recuerdos del colegio
Tengo en la memoria los nombres y rostros de muchos de mis compañeros de San Agustín. Los repaso mentalmente… y me llevo el disgusto de descubrir que ninguno de aquellos treinta y tantos vive.
Me he detenido en este artículo en uno de aquellos compañeros de clase, pero tengo historias de otros con los que compartí banco, clases, recreos… Me acuerdo de Domingo Páez Izurrategui, que siguió la tradición familiar regentando la tienda de abanicos sito en la plaza de la Constitución y….; Antonio Almansa, que creo que estudio Derecho y se fue a Barcelona; Ricardo Bermúdez Polonio, hijo de médico y que cursó la misma carrera con consulta en Puerta del Mar; Jorge Fiestas Bonitz, que se fue a Madrid y colaboraba en la revista Primer Plano; Juan Boatella (Juaneco), que emigró a la República Argentina y trabajaba en un banco en Buenos Aires; Alberto Peláez Domínguez, nacido en Churriana, que estudió Derecho y que me crucé con él en ‘Villa Pipí’ (el urinario público que estaba en la Alameda) y con gran alegría me mostró dos billetes de mil pesetas, sus primeros honorarios y que años después fue teniente de alcalde del Ayuntamiento de Málaga; José Sánchez Guerrero, también abogado en ejercicio…
Del profesorado, todos agustinos menos el profesor de Francés, recuerdo a don Andrés Pérez de Toledo, al padre Vicuña… y al padre Domingo, profesor de Música, que cuando me probó la voz por si podía formar parte del coro, me hizo cantar el ‘Cara al Sol’ y nada más llegar a la estrofa «que tú bordaste en rojo ayer», me apartó y me señaló el grupo de los torpes porque desafinaba.
Como han pasado muchos años ignoro si las pruebas de voz se hacen con el himno de la Falange o con el del Málaga, ese «Málaga, la bombonera, flor de la Costa del Sol…».
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