De Cervantes a Edgar Neville, en la Ciudad del Paraíso

En la portada aparece, mirando al fotógrafo, don Ramón del Valle-Inclán frente al escaparate de la Librería Rivas, que estaba en la calle Larios. 

Como recuerda el licenciado en Filología Hispánica y profesor Fernando Alonso González, la corta estancia del genial don Ramón en Málaga, aquel 28 de octubre de 1926, coincidió con un día de mucha lluvia y con su 60 cumpleaños. 

Además, acudió a nuestra ciudad para dar una conferencia en el Círculo Mercantil, que pudo impartir gracias a una carta previa que escribió a su amigo Salvador González Anaya, en la que le pedía su mediación, porque «a mí me vendrían de perlas los cien duros que dan, arrégleme el asunto».

Esta perla literaria es una de las muchas que pueden encontrarse en ‘Enamorados del paraíso. Málaga y los grandes autores de la literatura española’, una obra de Ediciones del Genal y Fundación Unicaja, que se presentó este martes en la Sala Fundación Unicaja María Cristina. 

Grandes de las letras españolas como Cervantes, Espronceda, Juan Valera, Galdós, Lorca, Juan Ramón Jiménez o Edgar Neville confluyen en este libro, que recoge su paso por Málaga. 

Como explica su autor, que en Ediciones del Genal ha publicado en los últimos años dos completísimos volúmenes sobre los comercios históricos de la capital, con esta compilación de los avatares de famosos escritores en la Ciudad del Paraíso se unen dos de sus pasiones: la Historia y la Literatura.

«Soy profesor de Literatura en un instituto de Torremolinos y, muchas veces, estas historias se las cuento a los alumnos: es una forma de engancharlos y animarlos», explica. 

Fernando Alonso recalca que, con esta obra, lo que intenta es «acercar a esos escritores, para que no sean personajes míticos, sino de carne y hueso, que sea un libro entretenido, con muchas anécdotas y centrándome en el perfil humano». 

Y ciertamente, San Juan de la Cruz parece una figura mucho más cercana al saber, por ejemplo, que este gran místico español visitó Málaga para fundar un convento de monjas carmelitas, en la hoy esquina de la calle Sánchez Pastor con calle Santa María. Esa esquina, por cierto, durante muchos años fue la casa familiar y tienda del alcalde Pedro Luis Alonso, abuelo de Fernando.

El profesor siguió además la pista a la historia que aseguraba que el santo colocó, con sus propias manos, una de las rejas del convento. Pese a que el edificio desapareció con la desamortización, pudo comprobar que esa reja se conserva todavía en el convento carmelita de calle Don Rodrigo, gracias a que una monja de clausura tuvo el detalle de hacerle una foto con el móvil.  

Fernando Alonso cuenta que el título del libro incide en lo que la mayoría de estos autores tuvieron en común: «Todos se quedaron encantados de Málaga». En ocasiones, especialmente de sus habitantes. Fue el caso de Pío Baroja, quien pasó unos días de descanso en Málaga en 1917 en el Hotel Hernán Cortés (luego Caleta Palace) y narró, con gracia e ironía, cómo siguió hasta el Teatro Cervantes a dos guapas malagueñas que encontró en el tranvía, atraído sobre todo por su expresividad. 

El Hernán Cortés fue además el establecimiento elegido por Federico García Lorca y su familia para alojarse durante varios veranos.

Y hablando de Lorca, el libro dedica sendos capítulos a muchos de los poetas de la Generación del 27, algunos de ellos malagueños como José Moreno Villa, Manuel Altolaguirre, criados en Málaga como Vicente Aleixandre o que quisieron pasar sus últimos días y descansar para siempre en esta ciudad, como el vallisoletano Jorge Guillén.

El Cementerio Inglés

En cuanto al maestro del grupo, Juan Ramón Jiménez, hijo de cameranos como tantas familias ilustres de Málaga, visitó la famosa Imprenta Sur en 1925 y, como Andersen en su día, quedó prendado cuando conoció el Cementerio Inglés, «uno de los cementerios más gratos que he visto nunca y donde muchas veces pienso que me gustaría dormir muerto», escribió.

Del arranque del XIX, la obra de Fernando Alonso recupera la historia del duque de Rivas, Ángel de Saavedra, pues el futuro escritor, entonces un joven de 18 años, en 1810, con Málaga capital recién tomada por los invasores franceses, se escondió con su madre en la barraca de un pescador del Perchel.

Como curiosidad, este capítulo recupera un dato aportado por el tío abuelo del autor, Andrés Oliva, quién localizó, después de su paso por El Perchel, al futuro duque de Rivas viviendo en la calle de los Mártires.

Una estancia menos problemática fue la de Galdós en Málaga en 1904, agasajado por sus amigos malagueños -volvería en 1910 para un estreno teatral y por motivos políticos- o la de Rubén Darío, quien ese mismo año comió espetos de sardinas con los marengos.

Estampas muy variadas, que convierten a su vez a estos grandes escritores en personajes de un libro de más de 400 páginas, que cumple con creces su objetivo de dar a conocer, con amenidad y cercanía, la atracción que tantos de ellos sintieron por Málaga.

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