Crónicas de la ciudad

Odisea burocrática de un gato muerto

En 2011 apareció un gato muerto delante del Instituto Provincial de Educación Permanente. El secretario del instituto conoció los horrores del laberinto municipal, para intentar que se llevaran el pobre animal.

La zona donde, en 2011, apareció el problemático gato muerto, frente al paseo marítimo Antonio Machado.

La zona donde, en 2011, apareció el problemático gato muerto, frente al paseo marítimo Antonio Machado. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

La historia es real y nos la cuenta el antiguo secretario y profesor del Instituto Provincial de Educación Permanente, hoy jubilado. Como recuerda, en junio de 2011, en la puerta de entrada del centro, en un jardincito público junto a las vías del tren del Puerto apareció un gato muerto. 

Dados los calores y el trasiego de unos 2.000 alumnos al día, ni la presencia del pobre animal ni el olor que ya desprendía eran algo aconsejable para la salud, así que el secretario llamó a Limasa, para que retiraran el gato.

El caso fue que Limasa, al constatar que el cadáver estaba en un jardín, pidió al secretario que contactara mejor con Parques y Jardines.

Sin embargo, Parques y Jardines, al comprobar que lo que había en la zona verde era un gato, informó al secretario de que lo apropiado era llamar a Protección Animal

En Protección Animal le remitieron a Renfe, al entender que el gato se encontraba muy próximo a las vías del tren y, por tanto, era competencia ferroviaria.

Renfe, a su vez, se quitó el (gato) muerto de encima y replicó que no era de su incumbencia, sino que se trataba de una cuestión del Ayuntamiento.

Así que el secretario y profesor, como Teseo, entró de nuevo en el laberinto municipal para enfrentarse al Minotauro de la burocracia, desprovisto de ‘hilo conductor’ alguno. 

Como recuerda, «me pasaron primero con Urbanismo y después, sorpréndete, con la Casa Natal de Picasso».

En esas estaba, preguntándose sobre la relación del periodo azul o el rosa con los gatos muertos, cuando una alumna aventajada del centro, que quería estudiar para forense, se comprometió a retirar el animal y darle un destino vinculado con sus investigaciones.

Dicho y hecho: el instituto le proveyó de guantes y, sin más pamplinas ni competencias chiringuiteras, se llevó al gato fenecido para destinarlo a la Ciencia forense.

Lo asombroso, recuerda el protagonista bípedo de esta historia, es que, «como un mes después, apareció un señor del Ayuntamiento con una ‘generosa’ jaula que venía... a llevarse el gato».

Nuestro profesor, por cierto, llegó a mandar un escrito -que conserva- dirigido a varios departamentos municipales, en el que solicitaba para el jardín público, del que se quejaba de que era «un auténtico erial», «que se pudiese adecentar este lugar, y puestos a pedir, que sustituyesen el gato por algunas plantas». El erial sigue.

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