Crónicas de la ciudad

Ofrenda de la Edad del Bronce en el barrio de La Luz

Un individuo anónimo de tiempos remotos realiza una misteriosa ‘ofrenda sacrificial’ al pie de un ficus, de dudoso gusto para los vecinos y, especialmente, para el árbol

La ‘ofrenda’ de seis sacos de escombros, al pie del árbol en La Luz, el martes pasado.

La ‘ofrenda’ de seis sacos de escombros, al pie del árbol en La Luz, el martes pasado. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

En uno de los relatos de Woody Allen, Sara, la mujer de Abraham, reprende a su marido por haberse dejado camelar por Yavhé y obedecerle para sacrificar a Isaac, el hijo de ambos. 

Abraham se defiende argumentando que, en el momento del encuentro, eran las tantas de la madrugada, y estaba en ropa interior, arrodillado delante del creador del Universo, por lo que, ¿qué quería que hiciera?

La Biblia y no Woody Allen, nos cuenta a continuación que, por suerte, por orden de Yavhé un ángel paró en el último instante el horrendo sacrificio y, en su lugar, padre e hijo sacrificaron un carnero que encontraron enredado por los cuernos en un arbusto. 

Sacrificio viene del latín ‘sacrum facere’, convertir algo en sagrado. Como recuerda el erudito italiano Roberto Calasso en su estupenda obra ‘El libro de todos los libros’, acerca del Antiguo Testamento, el sacrificio suele implicar una sustitución, como en el caso del cordero, en lugar de Isaac.

Seguramente, todas estas disquisiciones etimológicas, teológicas y antropológicas -y quién sabe qué otras más- las tendría en mente el sujeto de la Edad del Bronce que, esta misma semana, en el barrio de La Luz, no se le ocurrió otra cosa que plantar una enigmática ofrenda sacrificial a los pies de un majestuoso ficus.

Vista frontal de los seis sacos de escombros, en la calle Torres Quevedo con la avenida de Isaac Peral, en La Luz.

Vista frontal de los seis sacos de escombros, en la calle Torres Quevedo con la avenida de Isaac Peral, en La Luz. / A.V.

El enigma de otros tiempos pudieron paladearlo los vecinos y visitantes que, el pasado martes, pasaron por la esquina de Torres Quevedo con un Isaac que no es el de Abraham sino nuestro Isaac Peral, el inventor del submarino.

El ficus tenía a los pies, metido en su alcorquito, cuatro bolsas de escombros. Tendrán que ser los expertos quienes determinen si el oferente trató de congraciarse con una deidad de los bosques, con lo que entonces estaríamos en una etapa de la Humanidad todavía más postrera que la del patriarca Abraham. 

El motivo de la ofrenda sacrificial es otro enigma. ¿Se trata de una acción de gracias por haber finalizado, con éxito, el alicatado de un cuarto de baño?, ¿quiere agradecer a la Madre Naturaleza la eliminación completa de un gotelé? 

Lo que no está muy claro es que una deidad pagana de los inicios del Neolítico o tiempos anteriores agradezca como sacrificio ‘sustitutorio’, semejante escombrera plastificada. 

Habrá que alertar a nuestro anónimo y desnortado ‘crédulo’ a reconducir, para el futuro, su agradecimiento de una forma más sensata: un ficus lo que necesita es agua y menos cochambre.  

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