Memorias de Málaga
¿Dónde van las cartas de los Reyes Magos?
Un día de esos en los que no había noticias que llevar a los informativos -década de los 60 del siglo pasado - no sé cómo me acordé de algo habitual en el mes de diciembre y primeros días de enero: las cartas de los niños a los Reyes Magos. Quizá la falta de noticias (no había políticos como ahora que son muy socorridos porque todos están dispuestos a hablar de lo que sea a cualquier hora) me pregunté adónde iban las cartas que los niños escribían a los Reyes Magos en las fechas apuntadas, diciembre-enero y depositaban en los buzones repartidos por la ciudad.
Naturalmente, las cartas, franqueadas o no, con sellos de 40 céntimos con la imagen de Franco se acumularían en la cartería del edificio de Correos, que entonces estaba en la zona norte del Parque (actualmente el edificio es el Rectorado de la Universidad de Málaga) junto al Banco de España y el Ayuntamiento. Y allá que fui andando desde la sede de Radio Nacional a Correos.
Doble sorpresa
Me recibió el administrador de Correos de Málaga, don Jesús Pascual Luque, al que conocía porque tiempo atrás lo visité para que me aclarara por qué muchas cartas se retrasaban tanto en el reparto diario de la correspondencia.
Me llevó a la cartería donde se clasificaban por distritos y calles los cientos o miles de cartas, y me mostró cómo todas las sacas se vaciaban y las ordenaban los propios carteros por distritos y calles. A mediodía salían a repartir portando en enormes carteras la pesada carga, que casi siempre entregaban en mano a los destinatarios porque todavía en las viviendas no se habían instalado buzones.
Los carteros de la época subían a pie a los pisos porque entonces los ascensores solo se instalaban en viviendas de lujo. Subir tres plantas muchas veces al día era una carga más del sufrido cuerpo de Correos, por cierto, nunca bien pagados. Al señor Pascual Luque le sorprendió mi petición; al parecer era la primera vez que le formulaban una pregunta sobre el destino de las cartas depositadas en los buzones dirigidas a los Reyes Magos; lo de Papá Noel y Santa Claus vino después; en la década de los 60 del siglo pasado, los niños españoles solo conocían a Melchor, Gaspar y al negro rey Baltasar, y las cartas o iban dirigidas a los tres o bien a su rey preferido, como «querido rey Gaspar» .
Si el administrador de Correos se sorprendió por la pregunta, no menor fue mi sorpresa cuando me dio la respuesta. Los cientos o miles de cartas, franqueadas o no, dirigidas a los Reyes Magos que se acumulaban en cartería, se entregaban el 5 de enero, víspera de la fiesta y salida de la Cabalgata de los Reyes Magos que recorría las calles principales de la ciudad, a la Sección Femenina de Falange, una de las organizadoras de la Cabalgata, aunque los Reyes Magos fueran falsos pero los legítimos recipiendarios de las cartas.
Lo que no supo contestarme fue qué destino le daban a esas cartas los falsos reyes de Oriente, por costumbre, concejales del Ayuntamiento y personas de cierto rango. Ahora, como todo cambia ¿a mejor?, Melchor o cualquiera de los famosos reyes se convierten en Baltasara o Gaspara, porque el feminismo ha superado todo lo imaginable y una guapa edila se convierte en Melchora por una noche, con barba blanca.
Nos hicimos amigos el administrador y el autor de estas líneas, y como sabía que me movía por la capital y la provincia haciendo reportajes y entrevistas, me dijo que si visitaba alguna vez Alfarnate, de donde era natural, comprara ‘roscos carreros’, un producto típico del pueblo. En 2024 se siguen elaborando y se pueden adquirir en Málaga capital. Los niños malagueños de ahora están tan despiertos que, en lugar de escribir cartas y depositarlas en el buzón más cercano, recurren al móvil y en un ‘guasap’ hacen su petición a la histórica realeza. Lo escribo como lo dice la gente… y yo. Pero para no pecar de analfabeto, lo correcto es Whatsapp, ‘preciosa’ palabreja para un español corrientito, como el autor de este reportaje.
En un artículo que escribí y se publicó en La Opinión. el 5 de enero de 2014 comenté con parecidas palabras lo que ahora recuerdo, y ahora incluyo alguna nueva aportación ya que en el mes de julio de este año reviví la historia al ver una película que se rodó en 1947 titulada ‘De ilusión también se vive’.
De ilusión también se vive
Llevo más de un año revisando, o viendo por primera vez, películas antiguas, casi todas en blanco y negro, porque las modernas que pasan por las televisiones dejan bastante que desear, aunque sean en color.
Elegí una hace unas semanas, mes de julio como ya he comentado - ¡vaya fecha para hablar de los Reyes Magos! - una película que se remonta a 1947, de cuando yo aún no era comentarista de temas cinematográficos en Radio Nacional ya que mi carrera cinematográfica se inició en 1949. La película se titula ‘De ilusión también se vive’, dirigida por George Seaton. El personaje o protagonista era Santa Claus, que al comienzo de la narración se acerca a un comercio para advertir que están colocando mal en el escaparate los renos, animal insustituible en el mundo polar.
El mismo Santa Claus, al descubrir que uno de los encargados de darle vida al personaje en unos grandes almacenes estaba ebrio, se prestó a sustituirlo, con gran alegría de los responsables del establecimiento. Lo que menos les agradó fue cuando descubrieron que el verdadero Santa Claus aconsejaba a los niños qué juguetes debían comprar e incluso en qué comercios los podían comprar más baratos.
Resumiendo: el Santa Claus que surge de la nada es ¡el auténtico!, revelación que no es aceptada por ningún personaje de la historia hasta el punto de ser tomado por loco y querer encerrarlo en un manicomio. La historia es original y fue galardonada nada menos que con tres premios Oscar del año 1947: Mejor película, Mejor guión adaptado y Mejor actor de reparto, Edmund Gwenn, que encarna a Santa Claus.
En el reparto, entre otros muchos actores famosos del momento, figuraban la actriz Maureen O’Hara, John Payne y en el papel de niña, Natalie Wood, que después triunfó como actriz. Edmund Gwenn vino excepcionalmente a España en 1956 para dar vida en la película ‘Calabuch’ a un sabio que se refugia en un lugar de la costa española huyendo del uso bélico de la energía atómica.
Omito el final por si alguien, tras la lectura de estas líneas, localiza la película y la ve por cualquier medio. Pero, al margen del personaje central Santa Claus, el héroe de la historia es el abogado defensor, papel desempeñado por el actor John Payne. La secuencia final es antológica con varios gags regocijantes, como cuando el hijo del fiscal declara que Santa Claus existe porque se lo ha dicho su padre.
No me sorprendería que los responsables de Cine y Derecho, el ciclo anual que organiza el Colegio de Abogados de Málaga, la programen en una próxima edición.
Coincidencia
Disfrutando de la excepcional película me llevé la sorpresa de descubrir que el guionista y el autor de este reportaje coincidimos en el meollo o centro de la historia: el destino de las cartas dirigidas en España a los Reyes Magos y en Estados Unidos a Santa Claus.
En Málaga, según he relatado en los primeros párrafos de mi relato, las cartas a los Reyes Magos que el servicio de Correos recibía a través de los buzones, se hacían llegar a los Reyes Magos de las carrozas de la cabalgata del 5 de enero. En Estados Unidos, al no encontrar el domicilio de Santa Claus, el Servicio de Correos las almacenaba en espera de que algún día apareciera el personaje.
Como Europa es hoy una Comunidad de 27 países y no hay fronteras que dificulten el movimiento de personas y mercancías, la solución idónea para las cartas dirigidas a los Reyes Magos es enviarlas al deán de la Catedral de Colonia (Köln, en alemán) donde, detrás del altar mayor, está el inmenso sarcófago donde según la leyenda o historia se conservan las reliquias de los famosos reyes de Oriente. Me imagino la sorpresa del presidente del cabildo catedralicio ante la llegada de varios millares de cartas de España dirigidas al único ‘domicilio’ conocido de Melchor, Gaspar y Baltasar.
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