Viejo oficio

José, uno de los últimos afiladores de Málaga

José Hernández, de 72 años, continúa por las calles de Málaga y la Costa del Sol con un oficio en el que comenzó a trabajar tras seguir los pasos de su suegro. Tres de sus hijos son afiladores por el norte de España.

El afilador José Hernández, en pleno trabajo el pasado octubre en Echeverría del Palo.

El afilador José Hernández, en pleno trabajo el pasado octubre en Echeverría del Palo. / a.v.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

José Hernández no usa ninguna grabación para anunciarse por las calles de Málaga, como algunos compañeros hacen. Como explica, sigue «a pleno pulmón», tocando los famosos sones del afilador en su pequeña flauta de Pan. «En el norte le llaman ‘chiringa’ y aquí, ‘chiflo’ o ‘pito’», precisa.

La charla con La Opinión tuvo lugar el pasado mes de octubre, mientras se encontraba en pleno trabajo en Echeverría del Palo; porque, a sus 72 años, este granadino de Motril, pero afincado en Alhaurín de la Torre, es uno de los últimos afiladores que ejercen su oficio por la provincia de Málaga.

Como explica, aunque lleva trabajando desde los 10 años, el oficio de afilador lo heredó «de mi suegro» y no de sus padres. «Fue cuando me casé», aclara.

José sigue tocando la clásica flauta de Pan para anunciarse.

José sigue tocando la clásica flauta de Pan para anunciarse. / a.v.

Y pasaron los tiempos duros en los que, como recuerda, tenía que dormir junto al arcén de las carreteras «o en los pajares». Hace tiempo que se desplaza con su furgoneta, cada día en un punto distinto de Málaga y provincia, en especial de la costa: «Me muevo con la furgoneta y si hoy estoy en El Palo, mañana a lo mejor en Torremolinos y al otro en el Centro de Málaga o en Marbella», cuenta.

Lo que sigue usando como soporte para que funcione su instrumento de trabajo es una vieja bicicleta que, calcula, «tiene 24 ó 25 años». A la bicicleta le ha incorporado, forjado por él en hierro y para suspender la rueda trasera, «un posapie, y tengo otro por si este se me rompe».

De esta manera, puede mover los pedales de la bici para activar, encima, sobre el manillar, la rueda que pone en marcha el esmeril, la roca dura que utiliza para afilar, aunque la actual reconoce que ya está en las últimas, de tan gastada que se encuentra. «El esmeril dura un par de años, yo los encargo», explica.

De esta manera, mientras pedalea, el esmeril empieza a acumular revoluciones y así José puede ir afilando cuchillos, tijeras, hachas... todo tipo de utensilios que necesiten ser afilados, incluidas hoces, que también le siguen encargando.

El afilador afila el cuchillo con el esmeril a plenas revoluciones.

El afilador afila el cuchillo con el esmeril a plenas revoluciones. / a.v.

Los precios de octubre pasado eran: afilado de cuchillo, 3,5 euros; y si se trataba de cuchillos de cocina de mayor tamaño, 4 euros. Como destaca, muchos restaurantes le piden sus servicios. «La gente sigue necesitando los cuchillos; hay personas que, como no pasa el afilador, los tiran, pero normalmente no».

Como detalla, al afilar los instrumentos en el esmeril se crea lo que se conoce como «rebaba», filamentos de metal que luego José retira aplicando la segunda rueda, la del pulido, para que corten bien.

«Con esto se gana solo para comer, porque no me llega ni para gastos», reconoce. No obstante, tres de sus hijos son también afiladores y recorren el norte de España con este viejo oficio que se resiste a desaparecer.

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