Crónicas de la ciudad

La historia del cine más desvencijado de Málaga

En 1921, en una revista del Séptimo Arte, Narciso Díaz de Escovar daba cuenta de un cutrísimo cine que montó un espabilado propietario en El Perchel, y de un percance con dos ladrones de poca monta.

Foto de archivo de un corralón abandonado de Málaga capital.

Foto de archivo de un corralón abandonado de Málaga capital. / Carlos Criado

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Gracias a los ejemplares trabajos de la académica malagueña Mari Pepa Lara, que tanto ha publicado sobre el asunto, y a los datos recogidos en este periódico durante muchas semanas por nuestro gran compañero Guillermo Jiménez Smerdou; sin olvidar los recuerdos recabados con tanta gracia por el escritor y pintor Diego Ceano en sus libros, los cines de la Málaga del pasado están muy presentes entre los lectores malagueños.

Hay uno, sin embargo, que no se encuentra entre los más recordados, por memorable, ya que, al parecer, si por algo destacó en la Málaga de hace un siglo fue por su acentuado cutrerío.  

Nos lo cuenta el todoterreno de don Narciso Díaz de Escovar en la revista ‘Cine Mundial’ de 1921, una publicación mensual en español pero editada en Nueva York

Portada de la revista Cine Mundial, en la que escribía Narciso Díaz de Escovar.

Portada de la revista Cine Mundial, en la que escribía Narciso Díaz de Escovar. / L.O.

En concreto, en el número de julio de ese año (el mes del Desastre de Annual) don Narciso se lamentaba de que la moda del cine hubiera abierto la puerta en Málaga a algún establecimiento de ínfima categoría, hasta el punto de pasar desapercibido para la Junta de Espectáculos

Una musa en El Perchel

Al parecer, ese era el caso del ‘Cine de Terpsícore’ (la musa de la danza), que se encontraba en un corralón de El Perchel

Según parece, un empresario que sabía tanto de cine como Putin de Urbanidad, utilizó el patio de un corralón «tan grande como sucio, tan destartalado como ventilado (pues está a todos los aires)», para plantar una cabina forrada de zinc para las proyecciones; un lienzo «que cogía parte del corredor central (...) un par de cientos de sillas y unos bancos detrás». Y como estábamos en tiempos del cine mudo, alquiló «un pianillo de manubrio» para la ‘banda sonora’.

El ‘Cine de Terpsícore’ era, parece, un buen negocio y se llenaba más de la cuenta, hasta el punto de que muchos espectadores no tenían dónde sentarse y no dejaban ver bien la proyección al resto. 

Los rateros

En una de ellas -se proyectaba jueves y domingos- don Narciso y un periodista madrileño fueron testigos de cómo la policía apresaba a dos ladronzuelos que habían intentado robarle el bolso a una malagueña, que interrumpió la película muda con sus gritos de alarma. 

Los agentes interrogaron a los rateros en la oficina del dueño y cuando fueron a preguntarles el domicilio, el primero les contestó que no vivía «en ‘nenguna’ parte», porque comía rancho en algún cuartel de la ciudad y dormía «en los bancos del Muelle». El compañero, por su parte, respondió que vivía: «En el cuarto que está encima de donde vive mi amigo». 

Sin saberlo, los dos prendas escenificaron, en el cutrísimo ‘Cine de Terpsícore’, una perfecta escena de comedia

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