Crónicas de la ciudad
Vestigio arqueológico en la plaza de la Merced
Mientras la Prehistoria se reinventa estos días gracias a los científicos españoles, en Málaga contamos con un modesto ‘yacimiento de mobiliario urbano’ en la plaza más picassiana.

Lo que queda de una de las placas homenaje junto a la plaza de la Merced, en primer plano, ayer. / A.V.
Con pocos días de diferencia, los científicos españoles han obligado a los manuales de Prehistoria a reescribirse o, cuando menos, a añadir nuevos capítulos.
Como saben, los investigadores del yacimiento burgalés de Atapuerca han confirmado este mes el descubrimiento del homínido más veterano de Europa, al que han puesto el nombre de ‘Pink’ -en Cataluña, hace unos años, a otro homínido lo llamaron ‘Jordi’; ninguno ha podido protestar-.
Pero además, la semana pasada, otro equipo español en Tanzania, en la famosa garganta de Olduvai, ha descubierto que los homínidos de hace millón y medio de años fabricaban unos cuchillos tan apañados como los de Albacete, sólo que hechos de hueso.
Tan simpares hallazgos no pueden, sin embargo, ensombrecer la existencia a ras de suelo, en nuestra milenaria ciudad, de vestigios arqueológicos; en este caso, uno relacionado con fallidos elementos del mobiliario urbano.
En las inmediaciones de la plaza de la Merced, sin ir más lejos, permanece un vestigio que quizás sea el único o, cuando menos, el autor de estas líneas no ha encontrado ya ninguno más.
Para localizarlo sólo tienen que ir al lateral de la plaza que daba al desaparecido cine Victoria. Se trata de un rectángulo de 35 por 11 centímetros con marco metálico, emplazado en el piso exterior que rodea la plaza, y que la lluvia de ayer había convertido en un certero foso en miniatura, con agua. ¿Qué es esta pieza?
La verdad es que no hace falta el carbono-14 para datarla. Proviene de la remodelación del entorno de la plaza, unas obras que concluyeron en el octubre picassiano del año 2011.

La placa superviviente junto a la plaza de la Merced, ayer. / A.V.
El homenaje a los vecinos
El Ayuntamiento tuvo la idea de homenajear a los vecinos insignes que habían nacido o vivido en la plaza de la Merced, y por eso las placas acristaladas (11, inicialmente) contenían nombres como el arquitecto Daniel Rubio, el escultor Fernando Ortiz, el pintor Enrique Brinkmann o su colega Pablo Ruiz Picasso; pero también su padre, José Ruiz Blasco.
Sin embargo, el homenaje se volvió de lo más fugaz, y eso que cada una costó cerca de 3.000 euros de entonces: a los tres años está sección ya se hacía eco del deterioro, pues comenzaban a ser ilegibles.
Las superficies acristaladas, -bien con metacrilato u otro material- en los suelos de Málaga son sinónimo de tirar el dinero público. Recuerdo de este reconocimiento, y de este dispendio, ya sólo nos queda este vestigio.
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