Memorias de Málaga
Ya no hay viudas enlutadas ni amas de llaves
En el pasado, durante la Semana Santa solía programarse música clásica y religiosa, nada de profana. En nuestros días, el luto a rajatabla ya no se lleva y también han desaparecido las amas de llaves y las tatas

Una escena de 'Rebeca', con Joan Fontaine, Judith Anderson en el papel de ama de llaves y George Sanders. / L. O.
Un insulto que creo que ya no aparece en los diccionarios es «perro judío», una expresión deleznable porque abarca a una creencia religiosa de millones de habitantes de todo el mundo. Pero el perro y su vida están presentes en otros dichos y calificativos.
Lo de «perra vida» es obsoleto en 2025 porque los perros, en la mayoría de los casos, gozan de protección y ayuda, y la persona que los maltrata es objeto de rechazo, castigo, multa…
Los propietarios de perros los miman hasta el punto de alimentarlos con productos elaborados por nutricionistas que se anuncian en las televisiones y que por su aspecto son tan apetitosos como los de los ‘gurmés’ más celebrados, vamos, que tienen mejor vista que las mastodónticas hamburguesas que requieren una bocaza para poderles hincar el diente sin ensuciar el entorno.
No sé, porque no ha hablado sobre el tema con ningún veterinario, si la dieta perruna moderna es la adecuada. Hasta no hace nada, los perros eran alimentados con las sobras de las comidas caseras (las que hoy van directamente a la basura) y huesos.
Me cuesta trabajo reconocer que muchos indigentes y desheredados que malviven en las calles y en los jardines, los que llevan «vida de perro», ansíen vivir como los perros de muchas familias y que se les socorra con los delicados menús elaborados con cariño y servidos en platos de loza fina y cara. Envidiar la vida de perro es lo más triste que puedan soñar muchos vagabundos sin techo y sin un plato caliente que llevarse a la boca.
Ya no hay viudas…
Ya no hay viudas ni viudos que muestren su dolor por la pérdida de su pareja, ni mujeres enlutadas por algún ser querido allegado. Hasta no hace nada, el luto (en España el luto es sinónimo de dolor, y en Japón, según leí una vez, el luto es el blanco), en las calles de la ciudad veíamos a señoras enlutadas y velo negro, que identificábamos como viudas o por la pérdida de su padre, madre, hijo, o un pariente allegado. Los viudos, para mostrar su dolor, aparte los que vestían de negro, utilizaban corbata negra y un brazalete también negro, en una manga de la chaqueta.
Un protocolo, existente o no, marcaba las reglas a seguir. Las viudas se enlutaban durante un año, velo incluido, o se inclinaban por algo menos rígido, o sea, el medio luto, seis meses. Las calles de las ciudades y pueblos de España estaban inundadas por señoras enlutadas que renunciaban a ir al cine, al teatro, a una fiesta… El dolor por la pérdida de un familiar llegaba a esos extremos e, incluso más allá, como el caso que viví una vez al hacer un reportaje en un pueblo de la provincia sobre una familia a la que se le había concedido uno de los premios de natalidad. El matrimonio tenía trece o catorce hijos.
A la hora de hacer la fotografía de rigor para ilustrar el reportaje pedí a toda la familia que posara, incluida la abuela. Me informaron que la abuela no, porque era viuda.
Ni música, ni cine, ni radio
Los lutos llegan en algunos casos a extremos que mis lectores no lo van a creer. A partir del Lunes Santo, las emisoras de radio dejaban de emitir música profana. La única autorizada era la clásica y la religiosa. La música preferida eran las cantatas de Juan Sebastián Bach, el Réquiem de Mozart, los misereres de Mozart, Eslava y Ocón, Orfeones y Coros…
Una canción de Lola Flores o Juanita Reina no sonaban ni por error. Hasta el Sábado Santo o Domingo de Resurrección no se oía otra música que la denominada clásica o culta. Bueno, en las familias de luto, no se ponía ni siquiera la radio durante algún tiempo.
Los cines, o cerraban el Jueves y Viernes Santo, o proyectaban solo películas, como se decía vulgarmente, de «romanos» o localizadas en la época de Jesucristo. El Domingo de Resurrección los cines, por tradición, estrenaban la «película del año», entiéndase la más esperada de la temporada.
También era normal que en las cláusulas de los seguros de decesos se incluyera el gasto del teñido – negro – de las prendas de vestir.
Hoy, de negro, no visten con los atavíos recomendamos – frac, esmoquin…– ni los políticos en actos solemnes o cenas en honor de algún personaje; y las mujeres solo recurren al negro en las bodas.
Y del velo, ¿qué decir?. Antiguamente – aunque no tanto – las mujeres, casadas o solteras, acudían a las iglesias con velo. Desapareció la costumbre. Hoy solamente lo usan mujeres procedentes de países del Islam.
Por las filmotecas andará perdida una película titulada ‘La niña de luto’, dirigida por Manuel Summers en 1964 que merece la pena recordar y ver. En clave de humor se cuenta una historia de una familia que enlaza un luto con otro, con detalles o gags a cual más divertido.

Fotograma de la película 'La niña de luto', de Manuel Summers. / L. O.
Otra desaparición
Un personaje que ha desaparecido, o casi, de la literatura, teatro y cine es el ‘ama de llaves’, una señora entrada en años, delgada, de aspecto severo, vestida de negro y otros rasgos que se repiten cada vez que es incorporada a la historia por lo habitual del matiz melodramático.
El ama de llaves es dueña y señora que manda, ordena, castiga… en las mansiones de gente adinerada, de distinguida prosapia e importante. Ella, como indica su jerarquía, es la que posee las llaves de las habitaciones, armarios, cajones, baúles, despensas… y que se caracteriza por su rigidez, ninguna simpatía y, en muchos casos, la que no solo protege a la más joven del clan, sino que se enamora hasta el punto de impedir que un joven se acerque a la heredera con fines matrimoniales. La antítesis de la simpatía. El ama de llaves más famosa de la ficción es la de la película ‘Rebeca’.
Los escritores, los guionistas de películas centradas en el siglo XIX y principios del XX, los autores de melodramas y novelas en general usan y abusan de este personaje de ficción, aunque presumo que en alguna casa solariega moderna con señorona y caballero con amante conocida, juega aún un papel importante.
En las películas rodadas en Hollywood sobre la Guerra de Secesión (1860-1865) se repiten las escenas de la protagonista – una joven sureña –y su protectora, una mujer negra gorda, que da su vida por ella. Desde ‘Lo que el viento se llevó’, la figura de servidora negra se repite una y otra vez.
Algún lector puede afearme que escriba una y otra vez negra a secas; no es correcto decir de color negro porque el negro como el blanco no son colores. Parece que decir y escribir negro y negra es ofensivo o humillante para los hombres y mujeres de esa raza. Pero no lo es.
En las películas de Hollywood, antes, los negros y las negras eran los malos, los pistoleros, los que ejercían los oficios más molestos, más peligrosos… De porteros y taxistas no pasaban. Los más privilegiados eran los cantantes, los músicos, bailarines… y figuras en los deportes.
Todo ha cambiado: en las películas modernas hay policías, jueces, abogados, médicos, empresarios, actrices, modelos, actores, escritores, políticos… y hasta un Presidente, negros y negras. Ahora los malos son los latinoamericanos, los asiáticos…
Y ahora, las tatas
La tata es un personaje que va desapareciendo de las familias tradicionales porque las costumbres van evolucionando de tal manera que ya son una reliquia del pasado.
Si subsiste por ahí una tata entrada en años será una señora procedente de un pueblo de la provincia que lleva años en casa de una familia de la clase media o alta, que entró de joven como criada para servir a cambio de comida y cama.
Con el tiempo se vinculó a la familia, cuidó de los niños que fueron naciendo – dos o tres por lo menos–, los trató como si fueron suyos y acabó siendo un miembro más de la familia, casi una abuela.
Ya no hay tatas porque las jóvenes nacidas en los pueblos no vienen a servir como criadas (ahora empleadas de hogar) como antiguamente, afortunadamente. Hoy se contratan por horas, o buscan otros empleos, se casan, forman sus propias familias. Desaparecieron para siempre… como los cartuchos de papel de estraza con patatas fritas con mucha sal que se vendían en las playas de Málaga.
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