Crónica
Guillermo Jiménez Smerdou, vivir para el periodismo
El periodista más longevo en activo de España, que publica su sección a doble página cada semana en La Opinión de Málaga, cumple hoy domingo 98 años
Sus crónicas en este periódico reflejan la realidad y la historia de la ciudad en todas sus vertientes y son seguidas por miles y miles de lectores

El periodista, Guillermo J. Smerdou, posa delante de su ordenador donde escribe sus crónicas desde 2012 para La Opinión de Málaga. / Álex Zea

Ignoramos si cree en la inspiración pero siempre le pilla trabajando. Envía sus artículos a este periódico con la puntulidad que envidiaría un lord británico y aunque sabe más que ninguno de nosotros, nunca hace alardes. Su memoria no es de este mundo y su prosa es nervuda y evocadora, sazonada de recuerdos pero alérgica a la nostalgia facilona. Hoy cumple 98 años unos de los miembros más jóvenes de La Opinión de Málaga si por juventud periodística entendemos vocación, entusiasmo, capacidad de trabajo e iniciativa.
Guillermo Jiménez Smerdou nació en 1927 en Villa Maya, la legendaria residencia del Limonar que fuera de su tío, Porfirio Smerdou, cónsul de México y salvador de cientos de personas a las que dio refugio allí durante la Guerra Civil. En el año de su nacimiento gobernaba Primo de Rivera, reinaba Alfonso XIII y el general Sanjurjo, Alto comisario de Marruecos, daba oficialmente por terminada la guerra del Rif. Unos años más tarde llegaría la República. Málaga era una ciudad de 165.000 habitantes, la octava de España. Teníamos industria y comercio y el turismo comenzaba a florecer. Desde entonces, Smerdou ha vivido, como testigo, en primera línea, andando viendo y contando, que diría Chaves Nogales, todos los acontecimientos, historias, intrahistorias, auges y caídas de la ciudad y la provincia. En 1949 ingresó en Radio Nacional, donde trabajó hasta 1992. Ahora es el periodista más longevo de España en activo. Y lo es porque cada día escribe -en su casa con vistas al mar-, piensa, recuerda, habla, contrasta y elige los asuntos para sus ‘Memorias de Málaga’, sección que publica los lunes en este periódico y que devoran miles y miles de lectores.
Guillermo tiene numerosos reconocimientos. Y los que están, o deberían estar por llegar. Entre otros, posee la Medalla de la Ciudad; es Hijo Predilecto de Málaga y tiene un Premio Ondas, ganado en 1979. Sus empeños y afanes han sido muchos. Trabajó para numerosos periódicos, como La Tarde, Pueblo, La Vanguardia o La Hoja del Lunes, fue impulsor del Festival de Cine -hablamos de los años cincuenta-, una de su pasiones. E incluso cosechó fama como ‘locutor’ de películas. El cine radiado se llamaba el invento. Todo un pionero.
Ahora, Manuel Jiménez y Agustín Rivera preparan un documental de la mano de Canal Sur sobre su figura. Que sigue siendo esbelta, de mirada clara y curiosa, con una mezcla de apostura aristocrática e inquietud de reportero nervioso. Con achaques, claro, aunque a lo mejor son hasta menos de los que tiene cualquier miembro cuarentón de esta redacción o incluso el que garabatea estas líneas de homenaje.
Guillermo Jiménez Smerdou es «humilde, brillante y ejemplar». Los adjetivos no son míos. Los dio a imprenta Alfonso Vázquez, compañero de este periódico, smerduista de primera hora, amigo y cómplice de Guillermo, en una entrevista el año pasado. Al marcharse con la entrevista concluida, Guillermo le dijo: «Contención en la adjetivación de mi persona, por favor». Añadiendo: «como mucho, pon tres adjetivos. Como máximo». No es pose. Es una manera de estar en el mundo.
La conversación, un duelo entre dos grandes manejadores del sentido del humor, tuvo que ser como para retransmitirla. Quizás en uno de esos cines que ya no existen y que Guillermo echa tanto en falta. Esos míticos cines de Málaga de los que habla con frecuencia y a los que él acudía para ver la película, escribir un guión radiofónico sobre ellas y radiarlo. O para hacer una crítica o espectador cinéfilo. Esas fábricas de sueño como el Goya, el Pascualini, el Vital Aza o el Echegaray que se emplazaban en la ciudad, en su corazón, no como ahora, en los centros comerciales de los extrarradios, salas de cine mezcladas con expendedurías de camisas, bañadores o canastos donde a veces se va más a comer palomitas que a admirar a una actriz.
De cuando en cuando, en la redacción de La Opinión de Málaga, en pleno centro, por cuyos luminosos ventanales pasaporta la vivificante luz de esta ciudad, se oye a alguien gritar: ha llegado el Smerdou. No falta quien responde «pásamelo, que quiero leerlo ya». El Smerdou. ¿Has leído el Smerdou?, esta semana es buenísimo… Sus crónicas en La Opinión, ya desde hace quince años, van siendo documentación imprescindible para analizar la historia de Málaga, sus usos y costumbres, sus avatares, celebraciones, indumentarias, ambientes, celebridades.
Su apellido es un género, una sección, una filosofía. Málaga sin aldeanismos, recuerdos e historias sin mitificaciones. Cada semana en este periódico. Ha entrevistado a los más grandes de su época y no concibe una rueda de prensa sin preguntas, «esa vergüenza». Noventa y ocho años lo contemplan. Felicidades, maestro, aunque el término suponga un adjetivo más de los tres convenidos. Y nada de demorarse en la celebración, que la hora de cierre aprieta.
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