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Salud

Supervivientes de un ictus: «La vida me ha dado otra oportunidad»

Adela y Francisco comparten su historia de lucha y resiliencia con el objetivo de lanzar un mensaje sobre la importancia del esfuerzo diario y de no rendirse por el camino

Adela Casado y Francisco Jara.

Adela Casado y Francisco Jara. / L. O.

Arancha Tejero

Arancha Tejero

Málaga

El pasado 14 de junio de 2024, Adela Casado (67 años) sufrió un ictus. Ocurrió el mismo día de su cumpleaños, «para que no se me olvide», señala con ironía. Aquel episodio cambió su vida por completo. Permaneció diez días ingresada, perdió el habla y apenas podía moverse. Sin embargo, tras mucho esfuerzo, paciencia y, sobre todo, fuerza de voluntad, logró recuperarse poco a poco. Hoy, un año y cuatro meses después, comparte su historia con serenidad y orgullo para lanzar un mensaje de esperanza y resiliencia: «Hay una vida después del ictus».

Psicóloga clínica antes de sufrir el ictus, Adela sabía bien la importancia de la rehabilitación temprana. «Menos mal que mi hijo me llevó voluntariamente el ebook», cuenta con una sonrisa. «Yo tenía fuerza suficiente para darle al botón de pasar página», relata la paciente, que destaca que perdió «mucho peso» durante su estancia en el hospital «porque no podía ni abrir la bandeja en la que venía la comida envasada».

«Salí del hospital andando como las muñecas de Famosa», rememora Adela, que, a pesar de las secuelas, tuvo claro desde el primer momento que no iba a rendirse. «Vivo en la calle Cuarteles y, aprovechando que tiene bancos cada pocos metros, me iba ejercitando».

Su experiencia y conocimiento profesional le ayudaron a comprender el proceso y que mantenerse activa era fundamental. «Hasta los seis meses no empecé con el logopeda, pero yo sabía que tenía que hablar», comenta. Por ese motivo, comenzó ella misma a leer en voz alta, intentando lograr cada día un pequeño avance, «porque sabía que era bueno».

No rendirse

«El cerebro es muy dúctil, muy plástico. Entonces, si una zona se ha quedado dañada, habilita otras cosas. Es como ir de Málaga a Granada. Si se estropea la autovía, coges el plano y buscas otro camino. A lo mejor tardo mucho más, pero llego», insiste Adela, que anima a no rendirse a quienes se encuentran atravesando esta situación. «No puedes quedarte en plan víctima, tienes que sacar fuerzas», recalca. «A mí se me ha quedado el cerebro como una pila recargable. Que son menos potentes y se agotan antes, pero que se recarga», describe con humor.

Según los datos de la Sociedad Andaluza de Angiología y Cirugía Vascular, unas 3.000 personas sufren cada año un ictus en Málaga, que es la primera causa de mortalidad en las mujeres y la segunda en los hombres, además de ser el principal motivo de invalidez permanente en adultos.

En el caso de Adela, se trató de un ictus isquémico agudo en la zona de la arteria cerebral anterior. «He podido irme, pero estoy aquí. La vida me ha dado otra oportunidad», afirma con rotundidad. Por ello, no dudaba de que debía encontrarle un nuevo sentido a su vida. Y lo halló ayudando a los demás. «Gracias a la Asociación Mercader que me ha dado esta oportunidad de hacer voluntariado allí de apoyo psicológico», comparte Adela.

«El mensaje que le puedo dar a la gente que ha tenido un ictus es que no se conforme con su estado, que se puede recuperar», concluye la superviviente, convencida de que, aunque vive con limitaciones, «hay que aprovechar la vida, porque aquí estamos de paso».

La historia de Francisco

Francisco Jara (51 años) es también superviviente de un ictus. En su caso, fue a causa de una complicación durante una intervención cardíaca a la que se sometió en febrero de 2017. «Me cambiaron la válvula y a raíz de ahí me dio un ictus», detalla el malagueño, que estuvo 20 días en coma y dos meses ingresado en la Unidad de Cuidados Críticos. «Nadie daba nada por mí», recuerda.

Cuando despertó no podía hablar y tenía la parte derecha «totalmente muerta». «No podía moverme e intentaba explicarlo, pero mis palabras no se entendían. Y ahí me explicaron que había tenido un ictus, que iría mejorando y, poco a poco, lo hice», narra Francisco, que sostiene que ha sido un camino «muy duro», tanto para él como para su mujer y sus hijos.

Recuerda perfectamente el regreso a su casa tras recibir el alta. «Casi no podía subir las escaleras, no podía ni andar, y los 16 escalones para subir a mi dormitorio eran un suplicio», dice. «Pero, poco a poco, fui haciéndolo y cada vez me movía más y subía la escalera un poco mejor. Y al mes entré en rehabilitación en el Hospital Marítimo».

Allí permaneció durante unos cuatro meses, hasta que le dieron el alta. «Me dijeron que podía seguir mejorando, pero que en el hospital tenían que darle esa oportunidad a otra persona». De manera que, a partir de entonces, invirtió todo lo que pudo en continuar la rehabilitación, «hasta que dije: ya no tengo más dinero, ya no puedo seguir invirtiendo». Después acudió a distintas asociaciones hasta que encontró Mercader, donde sigue yendo a día de hoy.

Recuperar la movilidad del brazo y la pierna fue «lo más difícil». Cuenta que antes tocaba la guitarra y que, tras el ictus, tuvo que empezar de cero. A día de hoy, reconoce que, aunque no suena igual, ha conseguido volver a hacerla sonar. «Tocar la guitarra me cuesta una barbaridad. Pero es una de mis principales ayudas para mejorar en la movilidad de mi mano».

Su principal objetivo ahora es mantenerse activo, pues es también muy consciente de que es esencial para seguir mejorando. «Cuando no lo hago mi pierna derecha, sobre todo, se viene abajo», resalta. «Hay que estar totalmente activo de cabeza y físicamente. Es muy importante , como también la rehabilitación», insiste. Por eso, su nueva rutina consiste en cuidar de sus hijos, llevarlos al colegio, a sus actividades y ayudar en casa en lo que pueda. «Y juego al tenis de mesa un poquito», apunta.

Confiesa que nunca imaginó que podía sufrir un ictus siendo tan joven y que no fue fácil asimilarlo, sobre todo, el comprender que su vida no volvería a ser igual. Aún hoy admite que no lo tiene «del todo asumido», ya que de vez en cuando todavía le asaltan pensamientos intrusivos. Pese a ello, si tuviese que definir el camino recorrido desde aquel febrero de 2017, tiene claro que sería «aprendizaje continuo». Asimismo, cuando se le pregunta por el mensaje que le gustaría lanzar a todas aquellas personas que acaban de sufrir un ictus, no duda: «Que no se vengan abajo y después mucha fuerza. Hay vida después del ictus».

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