Crónicas de la ciudad
Una segunda escultura pública en el paseo marítimo de Picasso
En el paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso es asentada tradición que objetos de gran tamaño permanezcan sin retirar de las rocas durante meses o incluso años, hasta convertirse, a su pesar, en esculturas públicas.

La llamativa ‘pieza artística’ lleva muchos meses en el paseo marítimo, frente al Morlaco. / A.V.
Hace unos días, una mujer australiana recogió en una playa de su país una botella de cristal con un par de cartas de soldados de la I Guerra Mundial. El retraso en la entrega ha propiciado que se conviertan, directamente, en piezas museísticas, sin denuncia alguna ante el servicio de Correos.
Lo que el Mar de Alborán arroja a nuestras costas muchas veces se confunde con lo que nosotros arrojamos al Mar de Alborán. No hace mucho en este periódico, el responsable de una ONG de limpieza submarina recordaba que, cerca del Puerto, una arcana costumbre empuja a los malaguitas más arborícolas a arrojar a las aguas sillas, sofás y todo tipo de muebles, con lo que en este precioso punto disfrutamos del fondo marino más amueblado de toda la Costa del Sol.
No sabemos si son las olas marinas o la ola de vandalismo; pero incluso fuera del agua Málaga disfruta de todo tipo de merluzos. También en puntos de ‘extrema sensibilidad turística’ como pueden ser los paseos marítimos.
Ya vimos que, en la capital de la Costa del Sol, todas las fuerzas se concentran en convencer a los turistas para que nos visiten; pero luego las principales ‘infraestructuras turísticas’ suelen estar como El Fary comiendo limón.
Es el caso del paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso, donde ya se ha convertido en tradición que objetos de grandes proporciones permanezcan durante meses y años olvidados entre las rocas del rebalaje. Al no ser ni playa ni lugar de baño, no es competencia municipal, informaba ayer el Consistorio.

Otra vista de la pieza artística, en el paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso, el pasado fin de semana. / A.V.
El primer peine del viento
En esta sección ya contamos el caso de un carrito de la compra que aterrizó muy cerca de la antigua plataforma del tranvía; hoy, una plataforma de musculación.
El carrito, como nadie se preocupaba por él, fue cogiendo prestancia y veteranía; al tiempo que, el paso de los meses, lo fue recubriendo de una artística pátina que cualquier alma insensible confundiría con la ultraoxidación.
Durante mucho tiempo, fue la versión malaguita de ‘El peine del viento’ de Chillida.
El firmante ignora a qué museo europeo ha prestado nuestro Ayuntamiento la obra, porque ya no está entre nosotros.
Para que no echemos de menos el arte en ese enclave de continuo paso de turistas y visitantes, hace ya muchos meses que, en la rocalla frente al Morlaco, descansa una especie de ‘boa constrictor negra’ con pinta de poder almorzar jabalíes sin que le dé ni flato.
En realidad, es una tubería de longitud y grosor respetables, enroscada entre las rocas. Bastarían una furgoneta y cinco minutos de trabajo para retirarla; pero en Málaga, el arte es el arte, y también está el arte de no hacer nada.
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