Era el escenario perfecto. Un campo totalmente lleno y con un rival en clara línea descendente. Toda Málaga acudía a apoyar, por penúltima vez este año 'in situ', al equipo de sus amores -este año, de sus dolores- para darle ese último empujón que le valiera la permanencia.

El ambiente era el de los días de gloria. La grada se vistió de blanquiazul para ver a su equipo. El club había lanzado la llamada y la afición respondió. Toda una muestra de fidelidad que, una vez acabe esta sufridísima Liga, habrá que preguntarse si el equipo se ha merecido o no.

La cuestión es que, a medida que se acercaba la hora, el ambiente se hacía cada vez más cálido. Los jugadores del Sporting debían pensar que estaban en el mismísimo Ali Sami Yen, solo que sin fuego.

Y la cosa es que el equipo se lo creyó. Muñiz apostó una vez más por Fernando en la derecha y dio entrada a Benachour como enganche. El inicio no pudo ser mejor. La primera parte se convirtió en un auténtico monólogo malaguista. Mtiliga crecidísimo doblando la banda, Duda por fin con el medidor de centros en condiciones y Baha conteniendo de espaldas a la portería contraria.

Pero el gol no llegaba. El Sporting estaba prácticamente K.O. Había recibido golpes de todos los colores y no sabía como parar aquella avalancha espoleada por las casi 30.000 almas que se habían dado cita en La Rosaleda. Mientras, el Málaga seguía apuntando al gol hasta que algo se lo impedía. Un defensa. Juan Pablo. El poste. La cuestión es que el balón no entraba.

Luego pasó lo que tenía que pasar. Cuando perdonas la vida en un duelo a muerte, lo acabas pagando con la tuya. Y en un despiste de Benachour... ¡cerca del área visitante! llegó una contra. Del contragolpe, una falta. Y de la falta, un gol. Para dar otra macabra vuelta de tuerca, el tanto se lo metió Apoño cuando trataba de despejar un remate de Camacho. Sin tiempo para reponerse llegó el descanso.

Muñiz metió toda la artillería que tenía. Obinna, Luque y Caicedo entraron en la segunda mitad para arreglar el entuerto. Los minutos pasaban ante la ansiedad de los presentes y más de un ataque cardíaco en la grada. Por justicia a un Málaga que fue mejor, en un córner Caicedo aprovechó un barullo para meter la pelota. La Rosaleda explotó y empezó a creer en el milagro.

Pero no lo hubo. El partido quedó así. En tablas. La misma que necesitará el Málaga para no ahogarse. Serán siete días antes de definir para bien o para mal el sino de este equipo en la Liga. Los de Muñiz siguen nadando con paso lento, extenuados, con la orilla en el horizonte. Antes, tendrán que superar a los leones de San Mamés y las corrientes que se los pueden acabar llevando por delante en Getafe. En la orilla espera el imperio blanco, que bien puede estar dando un paseo o jugándose la vida. Demasiados interrogantes. Demasiadas cuentas. Demasiado sufrimiento. Mientras, el Málaga sigue nadando y con la cabeza fuera del agua.