Nunca podré meterme en la piel de un futbolista del Málaga CF, en qué sintió cuando sonaba el himno de la Champions, pero imagino que fue algo parecido a tener los vellos de punta, la piel de los brazos totalmente erizada, un nudo tremendo en la garganta y los ojos llorosos, que es lo que a mí me ocurrió en ese momento.

Ayer La Rosaleda fue el Teatro de los Sueños. Las estrellas de la Liga de Campeones que bordeaban el estadio por dentro, realmente estuvieron sobre el césped. Porque cada jugador malaguista era una máquina perfectamente engrasada, sabiendo qué hacer en cada momento. El resultado soñado ya se logró al descanso (2-0), merced a un monólogo blanquiazul.

El bloque dirigido por Manuel Pellegrini, que apostó en ataque por el jovencísimo Fabrice (16 años) como acompañante de Joaquín, tuvo una mayor posesión, en gran medida debido a la seguridad defensiva mostrada en cada parcela. El Panathinaikos de Jesualdo Ferreira, muy atrasado para buscar acciones a la contra, comenzó sin su referente, Christodolopoulos, al que recurrió poco antes de finalizar el primer tiempo, tras el «baño» que le dio el cuadro albiceleste.

Y es que Demichelis, el jugador con más experiencia, puso el 1-0 a los 17´ (Maresca suele decir que este número trae mala suerte), a balón parado, que es cuando más sufren los griegos, tras un córner botado por Joaquín que cabeceó Weligton. Y fue Isco, ayer «Diosisco» (estaba en todas partes) la llave que necesitaba el Málaga CF para lograr el tanto de la sentencia. El benalmadense, como extremo izquierdo, combinó con Maresca, que se la devolvió de tacón, e Isco se la regaló a Eliseu, que marcó a placer. Isco alternaba su posición de extremo con Eliseu, ora en la derecha, ora en la izquierda, pero también de mediapunta e incluso como segundo punta junto a Fabrice, permutando la posición con Joaquín.

El Pao era un muñeco de trapo en manos del bloque malaguista, que mantenía la posesión del esférico, tenía maniatado a su jugador más peligroso, Ibrahim Sissoko, el costamarfileño, que buscó la segunda amarilla de un Jesús Gámez tan seguro como casi siempre. Casi todos los ataques, aunque sin convicción, eran por su banda izquierda, pero la autovía Fuengirola-Benalmádena (Isco-Gámez) es de las más seguras.

El conjunto malagueño asfixiaba por momentos al bloque ateniense, que intentaba hacer algún daño en alguna esporádica acción de estrategia. Poca mordiente arriba de un equipo griego que chocaba continuamente con un muro llamado Jeremy Toulalan. El mayor peligro llegó en un pase del veterano Katsouranis que cruzó el uruguayo Fornaroli, y que hizo que Willy Caballero no se sintiera de vacaciones.

El enorme esfuerzo realizado en el primer tiempo por los malaguistas comenzó a hacer mella mediado el segundo periodo. Calor, excesiva humedad... Joaquín parecía el más castigado por el cansancio después de haber mostrado su abanico de internadas al área contraria, bicicletas incluidas. El central Boumsong, que suele ser un seguro de vida, tuvo que dejar el campo al lesionarse de forma fortuita, cuando estuvo a punto de marcar en propia puerta. No obstante, los griegos habían dado un paso adelante.

Era el momento de tener más los pies en el suelo que nunca. Mejor un 2-0 que un 3-1. Objetivo: no encajar un gol. Pellegrini hizo sus dos primeros cambios (a la vez, Camacho y Buonanotte) cuando Ferreira ya había hecho los tres. El Málaga sufría. Pero ahí estaba el guante de Willy Caballero para evitar, el gol del murciano Toché, que acababa de entrar, tras un excelente pase de Cissoko.

Era el momento de retener el balón, de mimarlo, de abrazarse a él como a la Champions. Luso por luso (Duda por Eliseu), pese a que Joaquín no podía con su alma. Había que hacer un esfuerzo ímprobo, mientras la niebla quería bajar al césped. ¿Era Málaga o Londres?

Duda entró para hacer más pupa a balón parado. Para buscar el ansiado 3-0. Aunque era más importante no encajar ningún tanto. Agazapado atrás, el Panathinaikos quería su golito. Pero 25.000 almas se abrazaban para mantener ese merecidísimo 2-0. Las gradas se veían abajo con cánticos hacia el Málaga CF. ¡Qué bonito! Instantes impresionantes.

Los malaguistas ahogaban a los griegos, ya más en los graderíos que en el césped. Porque era el público, el que viendo el susto en el cuerpo, apoyaba más que nunca a los jugadores. Les insuflaba ánimos para ese último esfuerzo. Quedaban cinco minutos, que parecían cinco horas.

Manuel Pellegrini tuvo que gritarle a Weligton que bajara atrás, al comprobar que el brasileño se había ido arriba.

En los minutos finales, Camacho y Toulalan se multiplicaban en la presión y robaban balones que valen prestigio (y millones de euros). Esto es la Champions, el mayor espectáculo del mundo. La gente pedía a gritos el pitido final. Lazaros remató y casi me dio un infarto. Menos mal que fue fuera de juego. Me quito el sombrero ante este Málaga. Y los slips si hace falta. La vuelta, el 28 en Atenas. A vencer también allí.