Manuel Pellegrini ya es historia malaguista, pero su sombra será muy alargada en La Rosaleda de aquí en adelante. Pase lo que pase, siempre habrá un Málaga antes del «Ingeniero» y otro después de él. El club anunció ayer que el heredero en el banquillo de la época más dorada del fútbol malagueño en blanco y azul será Bernd Schuster. Creo firmemente que es una buena apuesta. Conoce la Liga como jugador y como entrenador, tiene carácter, es mediático (que eso le encanta a Al-Thani) y su propuesta de fútbol es atractiva. Al menos, así recuerdo yo a su Getafe y a su Levante, más que al propio Real Madrid, con el que fue campeón de Liga. Pero, ¿5 años? ¿no son demasiados?

No hay que ser Colombo ni Jessica Fletcher para imaginar que habrá mucha letra pequeña en ese contrato que ayer firmaron el nuevo técnico y el director general, Vicente Casado, junto a una soberana jarra de cerveza, probablemente Efes, tratándose de una cita en Estambul. Lo digo porque no está el club para hipotecarse. Ni con Schuster ni con nadie. Quizás haya sido más una pose de los propietarios catarís para hacer ver al personal más incrédulo que sin Pellegrini, sin Joaquín, sin Iturra y sin todos los demás que están por salir, también se puede crear un proyecto sólido y duradero. O es eso o no tiene sentido.

Schuster es un buen entrenador y confío en que todo va a salir bien. Pero en el Real Madrid, en el Levante, en el Shaktar y en el Besiktas también confiaron en él y no pudo acabar allí sus respectivos contratos. Y es que ya se sabe que si la pelotita no entra, el principal culpable será Bernardo. Igual que en Madrid, Valencia, Ucrania o Turquía. Es la ley del fútbol. Y con un contrato hasta junio de 2018, si vienen las cosas torcidas, o hay mucha letra pequeña o esto será un sinvivir. Confiemos que no.