Seguramente nadie daba un duro por el Málaga anoche en El Sadar. Quizás muchos pensaban en el peor de los escenarios una vez alcanzadas ayer las 22.00 horas en tierras navarras. E incluso puede que más de uno elucubrara ya con un final muy al estilo «Los lunes al sol» para contar la tortuosa historia de Schuster como malaguista. Seguramente para muchos los dados estaban echados. Pero ahí estaba el Málaga para desafiar a cualquiera que tuvo la osadía de darlo por muerto antes de cavar su tumba. Ganó con autoridad a Osasuna en una plaza complicadísima y toma una bocanada de oxígeno para seguir compitiendo.

Afortunadamente ningún escenario negativo para los intereses del Málaga se puso ayer de manifiesto en Pamplona y el conjunto blanquiazul, el mismo que se mostró indolente e inseguro jornadas atrás, dio ayer una muestra generosa de actitud -trabajo- y de aptitud -calidad- para demostrar que está muy vivo y que no pretende dejarse llevar hacia el pozo de la clasificación como si fuera un barco que lo arrastra la marea.

Además, la victoria de anoche en tierras navarras es un bálsamo para cubrir las heridas abiertas en el malaguismo en la última semana. No las cierra, pero al menos las deja curar una semana. Pero también es un oasis en el desierto blanquiazul de resultados que se había convertido este inicio de año. En la demostración de poder del Málaga anoche, el conjunto malaguista se quitó de encima todos los tabúes, se desprendió de sus corsés y aplicó el sentido común de cualquier equipo que se está jugando la vida. Puso un nivel de intensidad solicitado desde hace semanas y con ello convivió los 90 minutos de juego. Se mostró regular, sin apenas picos y dientes de sierra y le valió para superar a un rival técnicamente inferior. El Málaga se preparó para la guerra y conquistó una batalla decisiva, un territorio que puede decantar el combate final.

Tal fue el derroche de energía y de concentración malaguista que incluso con la expulsión de Jesús Gámez en el inicio de la segunda mitad, el equipo supo sobreponerse, defender su ventaja y ampliarla con un genial Nordin Amrabat, MVP del partido.

El excelso trabajo malaguista tuvo su recompensa, pero tampoco hay que regatear a la realidad para ensalzar el buen hacer blanquiazul. Y es que las grandes dosis de fortuna que en otras ocasiones han sido esquivas con el Málaga, ayer jugaron a favor del equipo de Schuster. Los hados del fútbol se asociaron con el Málaga. Lo fue cuando Loties mandó el balón al palo o también en algunos remates a bocajarro locales que Willy, con su innegable agilidad felina, atajó para mantener su portería a cero.

La victoria permite al Málaga escalar posiciones en la tabla, subir hasta los 29 puntos, ganarle el average a Osasuna y ver, de nuevo, la distancia con la zona de descenso en tres puntos. No es moco de pavo ya que en el terreno pantanoso en el que se mueve el equipo blanquiazul ya hay envueltos diez equipos, media Liga.

A Schuster, que en las últimas semanas ha sido juzgado y condenado más por sus gestos y sus declaraciones que por sus alineaciones y cambios, le salió bien la «mini» revolución en el once. Sentó a Sergio Sánchez en un claro toque de atención y también mandó a Tissone, su intocable hasta ahora, al banquillo. Y el equipo no se desinfló. No está claro si habrán sido las charlas durante la semana, el toque de atención de la afición o la situación límite que vive el equipo. Lo cierto es que el Málaga salió enchufadísimo al partido generando juego y ocasiones.

Con el paso de los minutos se pudo comprobar que el partido, la victoria acabaría cimentándose en tres pilares que son a día de hoy un lujo para cualquier equipo de la zona baja: Willy, Santa Cruz y Amrabat. El primero lo paró todo y más. De santo ha pasado ya a ser Dios. Los adjetivos se agotan con él. El segundo, el paraguayo, no marcó, pero dio cordura al ataque con su oscuro trabajo y con su asistencia de gol. Y el tercero, el holandés, fue el pulmón, la estrella y el primer obrero malaguista anoche. Marcó su primero gol y asistió a Samu para que pusiera la primera pica de la victoria.

Con esos argumentos, el Málaga salió predispuesto a ganar. Y comenzó a hacerlo con el golazo de Samu (14´). El malagueño es ya una realidad y crece cada partido.

Siguió intenso el equipo, dominando, aunque concediendo ciertas ventajas en la zaga. Peligró la ventaja, que estuvo en jaque en cada balón parado botado por Osasuna. Pero cuando no apareció san Willy lo hizo la fortuna. Con todo, al descanso parecía meridianamente merecido el 0-1.

En la reanudación, Gámez quiso llenar de épica un triunfo que aún no estaba atado. Un gesto torpe del malagueño le costó la segunda amarilla con toda la segunda mitad por delante. Pero el Málaga no sesteó y se mostró más rocoso e inaccesible que con once jugadores. Apretó los machos, peleó cada balón y apenas dio concesiones al rival. Amrabat aprovechó una contra para poner la puntita (66´) que sería definitiva. Alegría, jolgorio y felicidad. Un partido menos, una victoria más. Pero queda camino por recorrer...