Hay dos Málagas bien diferenciados, el que juega en La Rosaleda y el que lo hace lejos de Martiricos. Uno deslumbra bajo el calor de su público, se gusta, corre, brega y suele sacar los partidos adelante si la fortuna no es muy esquiva. El otro, deambula sobre césped ajeno, se muestra romo, con cierta desidia e inofensivo.

¿Cuáles son las claves para diferenciar a uno y a otro? Esa respuesta sólo la tienen Javi Gracia y sus pupilos, pero lo cierto es que desde que arrancó el 2015, el Málaga CF se muestra menos ambicioso lejos de casa que cuando salta a Martiricos.

Casualidad o no, haber logrado el objetivo de la permanencia virtual ya invita a pensar en una de las explicaciones más plausibles en la falta de intensidad. Y todo ello en el justo momento que los rivales se están jugando los «cuartos» de la competición.

Las tres derrotas consecutivas lejos de casa han sido un mazazo inesperado ya que se han producido ante rivales teóricamente inferiores o que llegaban con una dinámica negativa. Nada que ver con el Málaga que se auguraba en este tramo de la temporada y que sin presión estaba llamado a hacer un mejor papel.

En un principio, la crisis de resultados fuera podría ser achacable al acomodo del plantel, con un once bien definido que intercala buenos y malos resultados. Gracia movió a su equipo ante el Eibar y el resultado volvió a ser el mismo pese a que introdujo cinco cambios con respecto al último duelo. La explicación en más profunda.

El Málaga, que en el 2014 era uno de los mejores equipos a domicilio con 13 puntos cosechados de 24, ahora sólo ha conseguido cuatro de 21 posibles.

Y el gol puede ser el culpable, ya que sólo suma un tanto en los últimos cuatro duelos lejos de casa. Es decir, 351 minutos sin ver puerta desde que Juanmi lo hiciera en el Camp Nou.

El caudal ofensivo decae ostensiblemente cuando el Málaga juega fuera. Y es que en los últimos tres duelos sólo ha tirado siete veces a portería entre todos ellos, lo mismos que hizo sólo el día de la Real -último partido en casa-.