El Málaga expió ante el Atlético los pecados que se permite lejos de La Rosaleda y le regaló a su gente otra exhibición de fútbol. Fútbol con mayúsculas. Tuteó al Atlético, al vigente campeón de Liga, al subcampeón de la Champions, al inventor del «otro» fútbol. Lo hizo casi todo bien el equipo de Javi Gracia, que le divierte a él y a los 29.000 malaguistas que ayer peregrinaron a Martiricos, a ver jugar a su Málaga, a verlo empatar contra el «Atleti». Hablar de merecimientos, a posteriori, parece absurdo. El Málaga disfrutó del momento. Supo contemporizar en los 30 primeros minutos, tras el «autogol» de Kameni no se vino abajo, se echó arriba; en la segunda parte intercambió golpes que un tan Turan, con otro llamado Griezmann, sujetó como pudo a Koke -nuevo timón de La «Roja»- y tuvo el partido ganado con una genialidad de Samuel.

Pero fútbol es fútbol. Y el Cholo Simeone puso todo lo que tenía sobre el campo. Entre la cabeza de Jiménez, la astucia del bigoleador Griezmann y la precisión milimétrica del juez de línea (perdonen que no les diga cuál de los dos fue... el valenciano Pau Cebrián o el vasco Jon Núñez), con «ojo de halcón» incorporado de serie, rebajaron la euforia malaguista. Sólo eso, sólo descendió el nivel de adrenalina y de pasión. El orgullo por este equipo de niños sigue intacto, así como su formidable temporada.

Sea como fuere, el linier no debía tener la conciencia muy tranquila, y eso que galopó como un galgo tras el gol al centro del campo, sin ninguna duda, sin pensárselo dos veces, sin amagar. Decidido y a toda prisa. Y así fue también como el hombre abandonó el césped de La Rosaleda. Como alma que lleva el diablo, cuando Antonio Miguel Mateu Lahoz, el hombre que estudia hasta la vida privada de los futbolistas a los que arbitra, señaló el final del encuentro, el asistente no acudió al centro del campo, sino que se retiró por el túnel de vestuarios tras oír el silbato que indicó el final del encuentro.

Goles y resumen del partido

Con el 2-2 y el partido loco, en el tramo final, Saúl pudo marcar el 2-3 y Amrabat, a la media vuelta desde la frontal del área, el 3-2. Pero el resultado, el empate, estaba escrito. Claro que da rabia ver al Málaga de ayer por la tarde, y compararlo con el que deambuló sin tirar a puerta por Eibar. El que «pasó» de todo en Vallecas. El que no se enteró de la película en Granada. Pero hay que acordarse de que este equipo de niños, es eso... Una plantilla con tres chavales de Málaga en punta, con una media de 20 añitos, y que nos ha metido en la pelea por Europa cuando la lógica dictaba que ahora, en vez de competir con Villarreal y Ahtletic, íbamos a estar partiéndonos la cara contra Almería, Granada y Córdoba por dejar a Andalucía con otro representante en Primera División.

El Málaga recuperó su alegría y, ante el poder, la verticalidad y el músculo del Atlético, exhibió un nivel pocas veces visto. Y empezó por la defensa. El cuarteto de atrás firmó un encuentro memorable, con Rosales y Boka como extremos, abriendo el campo y haciendo daño a Arda y Koke, a los que obligaron más en pensar en defender que en atacar. Sergio Sánchez se comió a Fernando Torres y el mariscal Weligton guió a su tropa. Desde ahí se hizo fuerte el grupo de Gracia, porque en la medular sufrió mucho Darder, compensado por la exhibición física de Recio, que incluso hizo olvidar al mejor Camacho.

El Málaga, tímido, calibrando el nivel del rival, muy lento y algo previsible, no se derrumbó tras el primer gol de Griezmann. Mejor dicho, por el autogol de Kameni. La sensacional temporada del portero tiene desde ayer un borrón, como el de los mejores escribanos. Pudo costar caro, porque Kameni, en un balón blandito, sacado de banda por Jesús Gámez -parece temerario pitar al fuengiroleño-, salió a por uvas, falló con estrépito y Griezmann, en la línea de portería, anotó el 0-1.

La Rosaleda arropó a los suyos, en especial al cancerbero, y el Málaga tuvo el increíble mérito de no venirse abajo. Hemos visto hasta la saciedad la misma película. Partido igualado, gol del Atlético y a otra cosa. Marrullerías mil, juego subterráneo, calidad a raudales arriba y tres puntos para el Calderón. Pero el Málaga tuvo orgullo. Tuvo raza. Tuvo algo que no se compra. Que se tiene o no. Y los de Gracia demostraron ayer que aquí sí hay materia prima de calidad. Otra cosa es que se venda en verano al mejor postor. El Málaga no se vino abajo y siguió creyendo en lo que estaba haciendo. Recio sacó un córner y el Málaga organizó una fabulosa melé en el primer palo que Torres remató a su propia puerta. Error por error. Gol por gol: 1-1.

El Málaga salió mucho más enchufado tras el descanso. Pedía a gritos otro gol, aunque el Atlético también merodeaba con mucho peligro el área de Kameni. El cuerpo a cuerpo fue precioso, fue lindo. El Málaga tuteaba al mismísimo «Atleti». Al rey del «otro» fútbol. Y lo hacía con sus armas, corriendo, contragolpeando. El fútbol bendijo ese atrevimiento y Amrabat, en un rebote, habilitó a Samuel. Dentro del área, frente al portero, el recién renovado malaguista firmó una obra de arte, una delicatessen. Vio la luz, el nombre de su popular barriada, tiró una vaselina perfecta y Oblak salió monísimo para la foto que seguro será posterizada.

La alegría y la felicidad hacían al Málaga invencible. O eso parecía. La polémica jugada hizo que Griezmann empatara. Saúl la tuvo y respondió Amrabat. El Málaga fue grande, como ante el Barça. Compitió con sus armas. El equipo divirtió. Y, al fin y al cabo, el fútbol es eso. Uno paga una entrada para divertirse. Y el Málaga te lo hace pasar bien. Qué más se puede pedir.