Así es imposible. Sin gol, sin fútbol de creación, sin fortuna y ahora también con desapego social. Nada. Cuando vienen mal dadas, es difícil regatear las adversidades y el camino que ha emprendido el Málaga es cuesta abajo y sin frenos, directo al hoyo. Ayer noche, en lo que se esperaba que fuera una fiesta del fútbol malaguista -debe ser el horario, pero La Rosaleda no termina de engancharse esta temporada-, el Málaga volvió a perder, volvió a decepcionar por su falta de acierto y volvió a ser preso de sí mismo por la más que preocupante falta de recursos ofensivos que maneja. No puede un equipo que milita en la elite sumar sólo cinco dianas en once encuentros, no puede haber dejado el casillero rival a cero en nueve de sus partidos disputados hasta la fecha. Y si no le gana a casi nadie y con esos síntomas, es casi un milagro que no esté a estas alturas en puestos de descenso o incluso sea el colista.

Lo peor es que de estas dinámicas es dificilísimo salir, pero que de conseguirlo suelen llevarse a alguien por delante. La fractura social ya es palpable. Ayer, cuando Prieto Iglesias aún no había señalado el camino a vestuarios, la grada dictó sentencia. Soberana y justiciera pero poco escuchada, la afición señaló a Al-Thani con el clásico «¡Vete ya!» y lo acompañó con un «¡Directiva, dimisión!». Un dedo acusador que se ha saltado de una tacada a jugadores y entrenador y que señala directamente a los dirigentes. En cualquier caso, las culpas son repartidas, evidentemente.

Porque pese a la evidente bajada de nivel del equipo esta temporada, los recursos tampoco están siendo bien administrados. No es de recibo ser uno de los peores equipos goleadores de todas las categorías en España y no sólo es cuestión de puntería.

El partido de anoche contra el Betis, el derbi contra los verdiblancos, fue un fiel reflejo de lo que le ocurre durante toda la temporada a este Málaga. Tiene ímpetu, tiene ganas y no muestra la apatía que podría presuponerse a un equipo al que no le sale nada. Los hombres de Gracia corren, luchan y bregan. Se afanan en agradar y se muestran ofuscados y dolidos con cada acción de infortunio que sufren. No hay pasividad ni tampoco deslealtad. Pero sí falta lo básico: el fútbol.

Porque a este Málaga le falta el duende, la magia y la alegría de los goles. Añora los regates, esos pases sacados de la chistera, los remates acrobáticos o algunos controles espectaculares. No hay desequilibrio, no hay casi nadie que se salga del guión y no se muestra esa pizca de alegría que todo lo podría cambiar. El gol es posiblemente la conclusión final de todos esos factores unidos. Un camino que el Málaga recorre del revés.

Desde luego que ayer el Málaga mereció mejor fortuna, que fue acreedor de la victoria y si no hubiera sido por el error garrafal de Angeleri y Rosales y por el acierto de Adán, hoy la victoria arroparía las dos semanas de largo parón por selecciones que se avecinan. Pero como decía Pepe Mel en sala de prensa al término del partido, las victorias no se merecen, los partidos simplemente se ganan o se pierden. Y el Málaga, como es un habitual en las últimas fechas, lo perdió.

Pudo tener otro destino el encuentro si el colegiado hubiera señalado penalti al poco tiempo de comenzar por una clara mano de Westermann dentro del área. Pero no hubo manera. El Málaga salió al partido mentalizado, intentó hacer olvidar el naufragio de El Molinón y atrincheró rápidamente al Betis en su portería. Ocasiones de Charles y Juankar llevaron el peligro, pero el acierto volvió a brillar por su ausencia. A falta de fútbol, el Málaga atacaba con más corazón que juego. Como si fueran los minutos finales del encuentro, pero eran justo los iniciales.

La rabia inicial tuvo caducidad y a mitad del primer acto, la balanza se equilibró. Joaquín comenzó a tener protagonismo y Rubén Castro, a avisar. Aún así, el intercambio de golpes hacía presagiar que en cualquier momento podría abrirse la lata de uno u otro lado.

El paso por vestuarios fue nefasto para el Málaga. Los verdiblancos salieron aún más disciplinados en no hacer nada hasta que hubiera que hacerlo. Y los blanquiazules se ahogaron en su propio mar de dudas. El conjunto de Gracia se enfrió, comenzó a dudar en si estaba enfilando el camino correcto hacia el triunfo y ahí fue justo cuando Rubén Castro, hombre que tiene el gol por castigo, aprovechó el error de la zaga malaguista para poner el gol. Un tanto que parecieron ser cinco, porque la capacidad de reacción malaguista fue casi nula, un gol que dejó petrificado al malaguismo.

Buscó la heroica el Málaga, con Weligton de delantero centro y con el debut de Mastour, como si fuera el hermano mayor de «la cofradía del clavo ardiendo». Pero nada de nada. Charles la tuvo en una espectacular volear, pero Adán hizo la parada del fin de semana.

El final ya lo conocen, con la derrota y los cánticos contra todo lo que se movía en el palco. Mala pinta. Y los frenos, gastados...